La Vanguardia

La final de las pistolas

La fabulosa expedición del Conte Verde, con Jules Rimet y el trofeo al frente: sólo cuatro equipos europeos se atrevieron a cruzar el charco

- XAVIER G. LUQUE PRÓXIMO CAPÍTULO: 1934. Italia. Hay que ganar, es una orden

Apagada la euforia de los congresos de Amsterdam, Barcelona y Budapest, en el momento de la verdad sólo 13 seleccione­s tomaron parte en el primer Mundial de la historia. Por parte europea apenas Francia, Yugoslavia, Rumanía y Bélgica se atrevieron con el viaje, una auténtica aventura.

Los yugoslavos se embarcaron en el Florida, en Marsella, pero la gran expedición se formó en el Conte Verde. Partió de Génova el 19 de junio con la selección rumana a bordo. Incorporó a la francesa en Villefranc­he y luego a la belga en Barcelona. Con árbitros y federativo­s viajaba también Jules Rimet, acompañado de su hija y custodiand­o la pieza más noble del torneo: la Copa del Mundo. En una escala en Río de Janeiro se añadieron por último los brasileños. El Conte Verde atracó finalmente en Montevideo el 5 de julio de 1930, ocho días antes de los primeros partidos.

“Los franceses se adueñaron de un rincón del barco al que bautizaron Montmartre y se distraían con canciones de Maurice Chevalier”, explicó el árbitro de la final, el belga John Langenus, que formaba parte de la expediidea ción. “Los rumanos nos sorprendie­ron por sus dotes cantoras. Cada vez que iniciaban un concierto bajo la dirección de su delantero centro, los pasajeros abandonaba­n los salones para asistir a aquel refinamien­to artístico”.

La ausencia de los mejores equipos europeos fue muy criticada en Sudamérica, especialme­nte la negativa de España. Sin embargo, el Mundial de 1930 tuvo un destacado protagonis­ta español: Paco Bru. Nacido en Madrid pero formado en Barcelona, jugó en el Espanyol y el Barça, fue selecciona­dor español, árbitro y entrenador de varios equipos. Bru se hallaba en España a finales de 1929 cuando un periodista amigo suyo recibió un cablegrama: “Ubique a Paco Bru, propóngale en nombre federación peruana cargo selecciona­dor y entrenador único”. Y así fue como Bru dirigió a Perú en el Mundial de 1930. Sin tener la menor del nivel de los futbolista­s peruanos. Él mismo lo explicó con jugosos detalles: “Cuando llegué, la federación dispuso que se jugaran dos partidos entre los cuatro mejores equipos, para que yo eligiera a los 18 futbolista­s que debían formar la selección”. Bru buscó ayuda en la prensa, para ver a quienes destacaban, pero lo único que halló fue una tremenda campaña en su contra: era un selecciona­dor que provenía de la madre patria que había boicoteado el Mundial. Finalmente, se situó “en un rincón del palco presidenci­al, armado de lapiceros y cuartillas” para ana-

lizar “a unos 50 o 60 jugadores que desfilaron haciendo méritos”. Bru decidió calificar a los aspirantes: “Buenos, medianos, malos y peores. Entonces eliminaba primero a los peores, luego a los malos... y resultó que del primer partido, entre Chalacos del Callao y Sportiva Italiana en mi criba sólo quedaron cinco medianos”. Pero aquello no era lo peor. “Entonces jugaron los campeones, el Alianza de Lima, contra los de la Universida­d. El equipo campeón lo constituía­n diez negros y un chino, el extremo izquierda. No distinguía sus facciones, todos eran iguales para mí, y como en aquella época aún no se utilizaban dorsales tuve otra idea feliz: establecí cuatro tipos. Altos, bajos, gordos y flacos”.

Con dieciséis elegidos del segundo partido y dos del primero Bru formó la selección. Pero aún tuvo otro problema no menor: “El antagonism­o racial que existía entre blancos y negros. Hice lo posible para que reinara la camaraderí­a y los coloqué alternados en la mesa donde comíamos. A lo que no me atreví fue a colocar en las habitacion­es, que eran de dos camas, a un negro y un blanco juntos”.

Perú debutó precisamen­te contra Uruguay y el equipo de Bru aguantó el empate casi hasta el final, para acabar perdiendo por un gol a cero. Un éxito. Una vez eliminados los peruanos, Bru siguió el torneo hasta la final, el esperado choque entre argentinos y uruguayos. Y explica: “La víspera del partido empezaron a aparecer barcos de Buenos Aires. Tan pronto llegaba un vapor, se colocaba una doble hilera de agentes en la palanca de desembarqu­e, cacheaban a los hinchas y les despojaban de las pistolas, que quedaban depositada­s en unas grandes canastas”. El control se repitió el día de la final en los accesos al estadio: de nuevo cestas repletas de armas. “Apenas marcó su primer gol Uruguay el entusiasmo se exterioriz­ó con una serie de disparos al aire. ¿De dónde habían sacado sus pistolas aquellos fanáticos? Entendí que el cacheo sólo había sido riguroso con los argentinos. Pero cuando estos empataron, el tiroteo de sus hinchas empequeñec­ió al de los uruguayos. Y cuando estos lograron el gol de la victoria... aquello fue el desiderátu­m. ¡Allí disparaban hasta los guardias!”.

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LA VANGUARDIA / ARCHIVO Foto de familia. Los tres equipos europeos que viajaron en el Conte Verde posan para la historia
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El árbitro belga John Langenus sostiene el balón instantes antes del comienzo de la final
GETTY A punto El árbitro belga John Langenus sostiene el balón instantes antes del comienzo de la final
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Bota de fútbol de 1930 expuesta en el Museo del Fútbol del estadio Municipal de São Paulo. La caña alta dificultab­a los gestos técnicos
Pioneros Bota de fútbol de 1930 expuesta en el Museo del Fútbol del estadio Municipal de São Paulo. La caña alta dificultab­a los gestos técnicos
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Campeón La medalla de campeón del mundo del uruguayo José Andrade, ‘la maravilla negra’
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