Diamante negro Leônidas da Silva fue el héroe descalzo de un torneo que en una España partida en dos apenas tuvo seguimiento
El Mundial de 1938 apenas tuvo seguimiento en España, donde la guerra se hallaba en su fase definitiva. El torneo se disputó en Francia, del 4 al 19 de junio, y apenas se publicaron algunos breves inconexos en la prensa española. En marzo, Barcelona había sufrido un sanguinario bombardeo aéreo. Desde el 3 de abril Lleida se hallaba en manos del ejército sublevado. Una semana antes del partido inaugural las bombas de la aviación italiana se ensañaban con Granollers...
Por aquellas fechas, El Mundo Deportivo ya apenas aparecía un día a la semana, los lunes. Constaba de una sola hoja, impresa por las dos caras, donde se resumía brevemente la actividad mundialista de los siete días anteriores, junto a crónicas de algunos partidos de fútbol que aún se disputaban en Barcelona y pequeños reclamos publicitarios de establecimientos de material deportivo que intentaban aparentar normalidad. Sports Witty, propiedad de uno de los fundadores del Barça (en la calle Aragó junto al paseo de Gràcia) y la no menos tradicional Casa Sibecas, de la calle Aribau resistían.
El torneo francés también experimentó las consecuencias de la tensa situación internacional. Por una parte sufrió el boicot deportivo de Argentina y Uruguay, que consideraron un menosprecio que el tercer Mundial de la historia repitiera sede europea y no regresara a Sudamérica. España, que tan buen sabor de boca había dejado en Italia 1934, no tomó parte en la copa, lógicamente. Pero el punto más lamentable fue la desaparición de Austria de la lista de 16 finalistas. La selección austríaca ganó su plaza en la fase previa, pero el Anschluss, la incorporación a la Alemania nazi como una provincia más del III Reich (12 de marzo de 1938), acabó con las opciones del llamado wunderteam, la gran selección austriaca de los años treinta que había liderado Matthias Sindelar. Los mejores futbolistas de Austria fueron anexionados también a la selección alemana que disputó aquel Mundial, sin brillo.
En el ámbito deportivo, aún sin participación británica, el torneo contó con el debut del primer equipo asiático: las Indias Orientales neerlandesas, futura Indonesia. Sólo jugaron un partido, el de octavos contra Hungría (6-0). El reglamento de la época establecía que, en caso de empate tras prórroga en la final, debía jugarse un segundo partido. Pero que si per- sistía la igualdad se proclamarían dos campeones del mundo, que deberían custodiar el trofeo, dos años cada uno, hasta el siguiente Mundial. No fue necesario porque Italia se impuso esta vez sin discusión y obtuvo un nuevo éxito de la propaganda fascista. Los italianos incluso jugaron un partido, el de cuartos de final contra los anfitriones franceses, vestidos de negro.
Italia bicampeona, pero el gran protagonista del Mundial de 1938 fue un brasileño: Leônidas da Silva, el diamante negro. Con siete goles fue el máximo realizador y se convirtió en
un mito al popularizar una de sus especialidades: el gol de tijera. Consiguió anotar uno con este espectacular remate, pero el árbitro, que desconocía la jugada, lo anuló. En Brasil aún sostienen que “antes de Pelé estuvo Leônidas” y sus gestas del Mundial de 1938 siguen vivas. En octavos de final, Brasil superó a Polonia por 6-5 tras prórroga. En la primera parte ganaban los brasileños (3-1) pero empezó a llover y el terreno se enfangó. El juego preciosista tenía las de perder y algunos brasileños solicitaron al árbitro despojarse de las botas. Pesaban demasiado. La leyenda cuenta que Leônidas incluso marcó uno de sus tres goles (dos en la prórroga) descalzo. Luego los brasileños necesitaron dos partidos para eliminar a Checoslovaquia, en cuartos. Y cuando llegaron las semifinales contra Italia, al seleccionador brasileño no se le ocurrió otra cosa que reservar a un fatigado Leônidas para la final. Tremendo error que allanó el camino italiano. Pero en Brasil ya era un héroe nacional, incluso se lanzó al mercado una nueva marca de chocolate: diamante negro.
La final entre Italia y Hungría se disputó el 19 de junio. En La Vanguardia de la época tuvo una discreta reseña de una veintena de líneas dos días más tarde. Acababa de caer Castellón y había cedido la resistencia republicana en la llamada Bolsa de Bielsa, en el pirineo aragonés. Entre los condecorados por aquella acción de guerra se hallaba el cabo Santiago Bernabeu, que, con 42 años, se había alistado como voluntario en el ejército franquista.
Antes de la final el seleccionador italiano, Vittorio Pozzo, recibió un mensaje de Mussolini: “Vincere o morire”. Años más tarde el portero húngaro, Antal Szabó, ironizaba: “Nunca me sentí tan feliz tras una derrota. Con los 4 goles que me metieron, salvé la vida de 11 seres humanos”.
El nieto