La lira amenaza a Erdogan
La caída de la divisa turca, que no acaba de tocar fondo, podría complicar la reelección del presidente del país
La lira turca no acaba de tocar fondo y podría complicar la reelección en primera vuelta, dentro de un mes, del presidente del país, Recep Tayyip Erdogan. Un miércoles de alta tensión obligó al Banco Central a subir sus tipos de interés 300 puntos hasta el 16,5%, y aunque la divisa inmediatamente recuperó terreno, volvía a depreciarse, quedando, eso sí, lejos de los mínimos del día anterior, cuando un dólar llegó a cotizarse a 4,90 liras y un euro a 5,70.
El recalentamiento de la economía y el repunte de la inflación por encima del 10%, así como la desconfianza de ciertos inversores internacionales, espoleada por los exabruptos en política monetaria de Erdogan, se han alineado en el peor momento para el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). La caída de la lira se ha acelerado en las últimas semanas, hasta perder un cuarto de su valor en lo que llevamos de año y ya no cabe duda de que ha sido determinante en el adelanto electoral de 17 meses. Tanto es así que uno de los asesores económicos de Erdogan, Yigit Bulut, vislumbra “un complot de Londres, Nueva York y Tel Aviv”, urdido “por los mismos que estuvieron tras el intento de golpe de Estado del 2016”. Pero el presidente, súbitamente prudente, propugna en cambio rigor económico sin dejar de apuntar que “ningún tipo de la gobernanza internacional arruinará a Turquía”.
De momento, la fortísima presión sobre la lira, que en breve se traducirá en más inflación, amargó la presentación del programa electoral de Edorgan, en el que promete “146 grandes obras” para la próxima legislatura. Algunas tan faraónicas como el Canal Estambul que debería replicar artificialmente el Bósforo. Megalomanía, quizás, aunque no palabrería: el tercer puente sobre el Bósforo, el metro bajo el Bósforo y el túnel Eurasia ya son realidad, mientras que el mayor aeropuerto del mundo abrirá sus puertas en Estambul este octubre.
Pero el peso desmesurado del ladrillo, mimado por Erdogan, es precisamente uno de los pecados capitales de la economía turca y uno de los motivos velados para su resistencia numantina a subir los tipos de interés. Hace algunos días, en la City de Londres, el presidente conmocionó a los inversores a los que quería tranquilizar al repetir su chocante teoría de que los tipos altos no solo son “la madre de todos los males”, sino que subirlos aumenta la inflación en lugar de bajarla. Hasta hace 15 años, el principal negocio de las grandes corporaciones turcas no era su actividad productiva sino prestar dinero al gobierno a altos tipos de interés. Por otro lado, la Bolsa de Estambul decidió el miércoles convertir a liras todos sus activos denominados en divisas, como señal de confianza. Y desde el Gobierno se insiste en que los fundamentos de la economía no justifican la actual depreciación. No lo ven así agencias de calificación Standard & Poor’s y Fitch.
La economía turca creció un 7,4% en el 2017, más que ninguna otra del G-20 y sólo superada por la irlandesa en la OCDE. Venía de un año, el 2016, zarandeado por el intento de golpe de Estado. Y más cierto aún que dicho crecimiento estaba impulsado de modo decisivo por medidas anticíclicas de inversión pública y estímulos fiscales. En todo caso, la economía turca es un vehículo más sofisticado y de mayor cilindrada que el heredado por el AKP en el 2002. Erdogan, como primer ministro, con Ali Babacan al frente de Economía, superó el marasmo heredado de sus antecesores cuando circulaban billetes de veinte millones de liras. Las reformas les permitieron eliminar seis ceros.
Hace cinco años –tras más de medio siglo– Turquía pagó el último tramo de su deuda con el FMI y se negó a suscribir nuevos préstamos. Erdogan dice ha permitido dedicar los impuestos a la creación de infraestructuras en lugar del pago de intereses. Sin embargo, la deuda privada es alta y la suscrita por las empresas en divisas extranjeras empieza a estrangular su liquidez.
Las tiendas de informática de Kadiköy se quejan de que “todo viene
La presión sobre la moneda, que traerá más inflación, amargó la presentación del programa electoral
de China, pagado en dólares” y que los clientes “cada vez se lo piensan más y compran menos”. Por otro lado, la depreciación hará más competitivos a dos sectores que han sufrido a causa de la recesión europea, como son la exportación, principalmente de coches y electrodomésticos, y el turismo, que empieza a levantar cabeza tras los atentados del 2015 y el 2016. España fue en el 2017 el mayor inversor extranjero, en gran medida porque BBVA completó su adquisición del 49,85% del banco Garanti.