La ciudad mercancía
La inauguración del remodelado mercado de Sant Antoni ha vuelto a poner de actualidad el tema del cambio de usos, la especialización en ocio y turismo y la sustitución de vecinos y de actividades tradicionales por otros que pueden pagarse el encarecimiento de pisos de alquiler y de locales comerciales. Es la llamada gentrificación. Que, recordémoslo, fue la base del famoso modelo olímpico, en el que grandes acontecimientos eran la excusa para propiciar recalificaciones urbanísticas e inversiones públicas que revalorizaban zonas de la ciudad y originaran elevadas plusvalías. Públicas –con las que se pretendía seguir haciendo girar la rueda– y privadas. Con el agotamiento del modelo y la crisis, la actual alcaldesa alcanzó el cargo hace tres años. Colau supo captar las inquietudes de buena parte de barceloneses que veían cómo la pujanza de la ciudad no servía para mejorar su vida y todavía les ocasionaba más problemas.
Básicamente, se trata de tres grandes grupos de problemas: los vinculados a las desigualdades, con el paro y los bajos salarios; los que pivotan sobre la calidad de vida (congestión, contaminación) y los que hacen referencia a la vivienda, por la ausencia de obra nueva en una ciudad saturada, el encarecimiento de los alquileres y la sustitución de usos. El éxito de Colau vino porque hizo aflorar estos temas en la agenda pública e hizo creer a muchos votantes que era capaz de resolverlos –aunque fuera a base de prohibiciones y de asistencialismo–, y en cuatro días.
El balance hoy es decepcionante. La complejidad de los problemas mencionados, las limitaciones de la acción pública municipal y la falta de capacidad de gestión, muy lastrada por los ideologismos y por un desconocimiento real de cómo funciona una ciudad como Barcelona, han traído el enfado de los unos y la decepción de muchos otros. Pero que nadie se equivoque. Los problemas son reales, aunque algunos se hayan magnificado y se haya hecho demagogia, y nadie conseguirá vencer en las elecciones del año que viene si no presenta propuestas realistas para ir resolviéndolos y explica las dificultades y los plazos para hacerlo. No hay fórmulas mágicas, pero lo que es seguro es que desde la desconfianza y la soberbia que ha caracterizado al gobierno Colau es todavía más difícil avanzar mucho.
Barcelona y los barceloneses sólo tienen un enemigo real, aquellos que se aprovechan de ella para especular y para captar las rentas que crea la acción pública, para conseguir ganancias a corto plazo y con la perspectiva de irse cuando la ciudad ya no les sirva. Aquellos para los que la ciudad sólo es una mercancía. Y dejar la bandera de la lucha contra los que operan de esta manera en manos exclusivamente de Colau será la fórmula segura para que se perpetúe en el poder.
Dejar la lucha contra la gentrificación a Colau la perpetuará