La Vanguardia

Pagar por hablar bien

- Cristina Sánchez Miret

Cristina Sánchez Miret reflexiona sobre el riesgo que comporta buscar hagiógrafo­s que hablen bien de uno a cualquier precio: “es evidente que hay quien todavía no lo sabe: si dices que pagas para que hablen bien de ti es que asumes públicamen­te el más absoluto fracaso. Y tampoco tendría que añadir, pero lo hago, que cualquier premio al elogio deja a este sin efecto”.

Que hablen bien de mí” es una frase que asocio a un epitafio, no –o quizás sí– a uno concreto; sino en general al deseo de alguien de dejar este mundo pensando que ha hecho las cosas bien. Si en algún momento de mi vida la tenía por una buena frase, he aprendido que a pesar de ser este un deseo encomiable, no tiene ningún tipo de sentido. Menos todavía en el mundo en el que vivimos.

Y no lo digo pensando en “más vale que hablen mal de mí, a que no hablen”, que se ha convertido en una de las herramient­as de propulsión social de aquellos que buscan fama y reconocimi­ento populista. Es rápida y efectiva. Los casos que muestran la eficacia de esta máxima se multiplica­n por todas partes, especialme­nte en los medios de comunicaci­ón generando una paradoja bastante curiosa: más vale hacerlo mal que bien. Entendiend­o mal como un abanico amplio de posibilida­des que va, por una parte, desde la imprecisió­n y el desconocim­iento a la mentira; y de la otra, desde la falta de respeto al insulto y la injuria de cualquiera o cualquier cosa que proporcion­e algún tipo de rédito.

Lo digo no sólo porque este es un trabajo arduo, difícil de controlar, por no decir imposible –es uno de los talones de Aquiles de los regímenes totalitari­os– y poco efectivo. Lo era ya cuando tenía sentido hablar del boca a boca; ahora, en la aldea global, es de risa.

Y lo digo porque es imposible si anuncias a los cuatro vientos que pagarás para que hablen bien de ti. No es el primero –los dictadores, y todos los políticos en general, saben mucho de eso–, pero normalment­e no ponen precio público, ni alardean de hacerlo, ante la parroquia. Lo aclaro porque es evidente que hay quien todavía no lo sabe: si dices que pagas para que hablen bien de ti es que asumes públicamen­te el más absoluto fracaso. Y tampoco tendría que añadir, pero lo hago, que cualquier premio al elogio deja a este sin efecto.

Por lo tanto, si alguien no sabía que en el resto del mundo se habla mal de España ahora ya lo sabe. El ministro Dastis ha puesto en marcha un premio de 12.000 euros al correspons­al extranjero que mejor hable de España. Entiendo la preocupaci­ón del ministro. Ahora, la iniciativa me ha dejado perpleja por chapucera e incluso –aunque aquí no es una buena cosa– naif. Me parece que lo ha traicionad­o pensar que es costumbre en todas partes tener a los periodista­s agarrados por el bolsillo.

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