VANDELLÓS CARGA MOTORES
Cada dieciocho meses la central se desconecta de la red para sustituir el combustible gastado y revisar y actualizar las instalaciones
Cada 18 meses, la central de Vandellós 2 realiza una parada técnica para sustituir el combustible.
El vestíbulo, habitualmente desierto, del edificio de administración es ahora un constante ir y venir de ingenieros y técnicos. En el centro de esta diáfana sala hay media docena de escritorios y, en un extremo, una mesa de reuniones. Desde aquí se dirige estos días la central nuclear Vandellòs II. Son semanas de excepcional actividad. Cada dieciocho meses, la central tiene que parar y sustituir un tercio de los elementos combustibles del reactor para poder seguir produciendo energía durante un año y medio más. La recarga permite revisar partes del reactor que son inaccesibles cuando está en funcionamiento, hacer mantenimiento de equipos y cambios de diseño pensados para mejorar la fiabilidad y, sobre todo, para alargar la vida útil de la central, que ha cumplido treinta años.
Entre las más de 5.000 actuaciones previstas figura el cambio del estator del generador principal. Una pieza gigante de 465 toneladas. O la inspección del fondo de la vasija (que se hace con robots) y de los generadores de vapor, la revisión y sustitución de válvulas, comprobación de sellados, limpieza de elementos combustibles por ultrasonidos... Y cada acción supone un protocolo de actuación que está absolutamente pautado.
En el vestíbulo del edificio de administración la actividad es continua las 24 horas del día. A las ocho de la mañana el director de la recarga se reúne con el responsable de cada área. Encima de la mesa, el último parte: Día 11 de 60. Los indicadores de seguridad laboral y protección radiológica están en verde. En el apartado de “programa”, figuran seis objetivos. Ayer se registró un retraso de seis horas que elevan el acumulado global a 46, pero el parte puntualiza que “la desviación no afecta a la fecha de sincronización a la red prevista”.
La hoja incluye los próximos “hitos” de la recarga y la fecha programada para llevarlos a cabo, y a mediados de julio está previsto que Vandellòs vuelva a conectarse. La central empezó a suministrar energía en marzo de 1988 y produce el equivalente a la electricidad que consumen 1,2 millones de personas. O lo que es lo mismo: el 90% de la ciudad de Barcelona. Propiedad de Endesa (72%) e Iberdrola (28%), la central la gestiona la Asociación Nuclear Ascó y Vandellòs (ANAV). En total, sus tres reactores generan la electricidad que consume media Catalunya.
El pasado 12 de mayo comenzó la recarga número 22, que supone una inversión de algo más de 21 millones de euros y en la que trabajarán 1.200 personas de ochenta empresas –desde Enusa (especialista en combustible nuclear) a empresas de ingeniería o limpieza industrial– que se suman al personal habitual de la central. Y todos han tenido que hacer los cursos de formación, pasar una revisión médica y aprender los principios básicos de protección radiológica.
“Cuando acaba una recarga empieza a planificarse la siguiente, y algunas acciones concretas llevan años de preparación”, explica el director de la recarga, Gilbert de San José. Como la sustitución del estator del generador principal, en la que se trabaja desde 2016. Esta es, además de la sustitución de 64 barras de combustible, una de las actuaciones más ambiciosas de la recarga. La pieza gigante ha tenido que transportarse de noche y en un vehículo especial.
En el edificio de turbinas de la central –donde se genera la electricidad a partir del vapor de agua– trabajan decenas de técnicos e ingenieros. En esta nave se ha instalado una grúa gigante con la que primero se extrajo el viejo estator y luego se ha podido instalar el nuevo. “Hemos cambiado el diseño y hemos incorporado una tecnología de bobinado propia con un refrigerado más eficiente, substituyendo, por ejemplo, el cobre por el acero inoxidable”, explica Rafael Blanco, jefe del proyecto por parte de General Electric. La modificación del paquete magnético del estator, que normalmente se hace en vertical, se ha hecho esta vez en horizontal, “para ganar tiempo y evitar más transportes especiales”, añade. Todo un reto para este equipo en el que hay numerosos especialistas, como el ingeniero francés Phillipe Murcia: “La tecnología del bobinado también es propia y funciona con agua desmineralizada para mejorar el rendimiento”, explica.
Durante la recarga hay mucho más movimiento en el emplazamiento de la central, que está delimitado por un doble vallado. La megafonía se activa a menudo: se oyen un nombre y una extensión de teléfono. En algunas zonas no hay cobertura y resulta más eficaz el sistema “tradicional”. Todo el mundo lleva bien visible la identificación de rigor con un color distinto según su función.
La seguridad radiológica en la zona controlada se garantiza mediante cinco barreras de vigilancia de contaminación. Se requiere un permiso específico y, en la sala de acceso, a cada trabajador se le entrega un dosímetro –que registra el nivel de radiación recibida– que tiene que devolver a la salida y al que hay que introducir un código personal y de trabajo. La zona controlada da acceso al edificio de contención donde hay la vasija del reactor y los generadores de vapor. El circuito primario de la central, la zona más expuesta, es donde se induce la reacción de fisión del uranio.
“Ahora estamos abriendo el ge-
PROGRAMACIÓN
Cuando acaba una recarga se prepara la siguiente; hay cambios que requieren años
MEJORAS DE DISEÑO
Muchos trabajos se hacen para alargar la vida de la central más allá de los cuarenta años
nerador de vapor”, explica Juan Francisco antes de entrar. Es uno de los trabajos más expuestos. Él es técnico especialista de Enwesa Operaciones y trabaja en recargas de centrales nucleares españolas y también francesas. Además de los permisos y el dosímetro de rigor, para acceder hay que vestir un mono de algodón (gris o blanco), calzado especial y casco. “Durante la recarga se limpian 80.000 kilos de ropa”, apunta Alexis Ribas, coordinador de esta área. En un solo día de recarga pueden llegar a registrarse 1.800 entradas, casi las mismas que en un mes de operación normal.
“Generalmente trabajan por turnos de cuatro y dos horas; el objetivo es reducir al mínimo la exposición a la radiación, ya sea limitando el tiempo, estableciendo distancias o utilizando blindajes”, explica Ribas. El Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) –el organismo estatal de control de instalaciones nucleares, que tiene inspectores residentes en cada central con acceso a todas las instalaciones y a las reuniones de seguimiento– establece una exposición máxima de 50 milisieverts al año y un acumulado de 100 milisieverts en cinco años. “Los parámetros de la central son inferiores: el límite de referencia interno se sitúa en 9 milisieverts al año”, añade Ribas. Si alguien supera el mínimo establecido se le deniega el acceso a la zona controlada.
Fuera de esta área, se sitúa el edificio de la sala de control, el corazón de la central. En la puerta de este edificio, como en el resto, hay que “fichar” con la tarjeta de identificación personal. En esta sala, con centenares de indicadores se controla el funcionamiento de absolutamente todo el engranaje. Siempre hay un mínimo de cuatro responsables más los auxiliares: el jefe de turno, el operador de turbina, el del reactor y el jefe de sala.
Otra de las señales que indican que la actividad en la central es excepcional durante estos días son las decenas de casetas de las empresas contratadas por la recarga que se han instalado en todo el emplazamiento. Delante del edificio de administración están las de la UTE que hace quince años crearon Tecnatom (especializados en inspección), Westinghouse (la empresa que en la década de los ochenta construyó la central) y Enusa (combustible). “Desde aquí licitamos las obras y así ganamos en coordinación y eficiencia”, explica Pedro Luis Rojo, jefe de obra.
“La recarga es fundamental para el buen funcionamiento del siguiente ciclo de la central”, insiste el director de la operación, Gilbert de San José. Por el volumen de trabajo, esta recarga será de sesenta días, cuando lo habitual son cuarenta. Todos los movimientos, desde el momento en que se abre el edificio de contención para descargar el núcleo hasta que vuelve a sincronizarse la central, se analizan y se aprueban en este vestíbulo. De un lateral, el director de la central, Rafael Martín, sale de la reunión quincenal en la que se repasan las incidencias y las respuestas a los cambios de procedimientos. El accidente de Fukushima obligó a reforzar la seguridad de las nucleares implementando y mejorando sistemas, en los que ANAV ha invertido más de 100 millones desde 2012. Estos nuevos requerimientos y la necesidad de garantizar el buen funcionamiento de las centrales para que sean operativas más allá de los cuarenta años –una decisión que en última instancia es política– hacen de las recargas un momento crucial.
SEGURIDAD
Los empleados más expuestos a radiación cruzan a diario cinco barreras de control
INVERSIÓN
El presupuesto de la recarga, que durará unos sesenta días, es de 20 millones de euros