La Vanguardia

EL DESTINO DE PALO ALTO

- TERESA SESÉ

Las empresas instaladas en el recinto de Palo Alto reclaman al Ayuntamien­to que respete el trabajo realizado hasta la fecha.

“Estaba todo destrozado, parecían los exteriores de una película de Passolini”. En 1988, recién llegado de Nueva York, el escultor Xavier Medina Campeny andaba buscando un estudio en Barcelona cuando alguien le habló de Palo Alto, antigua fábrica de curtidos del Poblenou que un promotor visionario, Pierre Roca, estaba reconvirti­endo en una colonia de artistas. “Daba yuyu pero me enamoré a la primera”. Y eso que el local que le asignó Roca “era un solar lleno de jeringuill­as, ollas, ortigas y condones”. Allí levantó el taller donde en el invierno de 1990 el cocinero Ferran Adrià realizó un stage y hoy está habitado por las maquetas de las esculturas que en unos años coronarán las torres de los Evangelist­as de la Sagrada Familia, a 135 metros de altura.

“Hoy soy el único que sigue picando piedra”, bromea Medina Campeny, a propósito de sus actuales vecinos de Palo Alto, en su mayoría diseñadore­s. A Javier Mariscal, uno de los primeros en instalarse, aquella fábrica abandonada –la chimenea presidiend­o un conjunto de naves y callejuela­s, cristales rotos, escombros, una barca varada en la nada y la hierba sobrepasan­do su cabeza–, le recordaba un decorado de una película sobre la guerra civil . Pero como les sucedió a los también diseñadore­s Fernando Salas, Mario Sans o Josep Maria Morera, no pudo resistirse a su encanto. “Venir aquí era como venir al fin del mundo”, evoca este último, que pisó por primera vez el espacio en 1991 para visitar de noche “una exposición de pintura iluminada con hogueras”.

Fueron aquellos primeros inquilinos (estaban también el artista Víctor Pérez-Porro, el fotógrafo Joseph Hunwick, la maquetista Elisabet Mas-Bagà...) quienes fueron definiendo lo que sería Palo Alto a partir de unas restauraci­ones respetuosa­s con la historia del lugar al tiempo que abrían el espacios a la modernidad y construían una isla verde, un pulmón en medio de la ciudad. Arqueologí­a industrial adaptada a la creación más vanguardis­ta. Hoy Palo Alto es una pequeña ciudad creativa, con su avenida de buganvilla­s, calles ajardinada­s y un pequeño estanque, a la que diariament­e acuden a trabajar 375 personas que se reparten entre los 36 estudios y empresas vinculadas al mundo de la creación allí establecid­as. Los más de 25 años de Palo Alto son objeto de una exposición, Palo Alto Barcelona. Origen/Realitat/Futur, que abrirá sus puertas el próximo jueves. Más allá de traer a la memoria lo que ya es una historia singular de salvapor ción del patrimonio industrial y de dotación de un nuevo contenido creativo, la muestra quiere proyectar el espacio hacia un futuro posible que de momento se presenta incierto. Porque para los habitantes de Palo Alto tal vez ha llegado el momento de hacer las maletas. Tras un litigio con la propiedad, el Ayuntamien­to de Pasqual Maragall expropió el recinto pasadas las Olimpiadas y en 1998 firmó un convenio de cesión por veinte años con la Fundación Palo Alto, cuyos patronos eran los primeros inquilinos. La concesión finalizó el 2 de abril , y en la actualidad disponen de una prórroga hasta finales de año.

El pasado mes de diciembre el equipo de gobierno de Ada Colau anunció que estaba repensando el uso del recinto para los próximos veinte años y advertía que su etapa como espacio totalmente privado tenía los días contados. La asociación, fundación o empresa que se haga cargo de la nueva concesión deberá destinar parte de las instalacio­nes a usos sociales y el periodo de permanenci­a de los inquilinos quedará limitado a cinco años prorrogabl­es a un máximo de otros cinco. La concesión tendría que haber salido a concurso público el pasado mes de abril, pero de momento aún se desconocen las bases y parece que va para largo. “Hoy hoy no hay todavía ninguna fecha prevista”, señala una fuente municipal. La definición del proyecto está siendo sometida a un proceso participat­ivo. De ahí el retraso.

“Esta situación de indefinici­ón genera una sensación de inestabili­dad muy grande. En los últimos meses se han marchado entre un 15

“Venir aquí era como venir al fin del mundo”, dice Josep Maria Morera. “Daba yuyu”, tercia Medina Campeny

El recinto industrial de Poblenou abre nueva etapa. A la

espera de la concreción de sus nuevos usos, los primeros inquilinos recuerdan los

inicios y lo reivindica­n como ‘patrimonio inmaterial’

y un 20% de las empresas, sobre todo extranjera­s, porque no hay plan de futuro”, señala el diseñador Toni Clariana, de Magma Design, responsabl­e del diseño del nuevo AVE. Él, junto con Oriol Quinquillà, director de Itequia, compañía especializ­ada en ingeniería de software, son las últimas incorporac­iones al patronato de la Fundación Palo Alto que preside Medina Campeny y de la que también forman parte los veteranos Javier Mariscal, Mario Sans, Josep Maria Morera y Fernando Salas, todos ellos diseñadore­s.

La Fundación Palo Alto optará al concurso. Y saben ya cómo les gustaría que fuera el nuevo recinto, que deberá adaptarse a las nuevas sensibilid­ades del siglo XXI, pero consideran que sería un error echar por la borda lo conseguido en sus más de 25 años de historia. “Esto es algo único y cuando una cosa funciona, lo mejor que se puede hacer es dejar que siga funcionand­o”, opina Medina Campeny. Mario Sans recuerda que cuando llegaron a aquel paisaje de guerra por el que campaban las ratas y se inundaba cada vez llovía el patrimonio estaba muerto, “tuvimos que hacer fuertes inversione­s para rehabilita­r las naves además hacer frente al alquiler. Cualquier asesor te lo desaconsej­aba. Pero lo hicimos”. La Fundación paga un canon anual de 80.000 euros al Ayuntamien­to por la concesión del espacio que cuenta hoy con 7.631 metros cuadrados edificados, y por encima de lo que marcaba el contrato durante este tiempo han realizado una inversión en rehabilita­ción y conservaci­ón del recinto de 4,5 millones de euros. “En Palo Alto hay un patrimonio material, arquitectó­nico, incuestion­able, pero hay otro inmaterial que no es menos importante y que no se está teniendo en cuenta. El primero queda preservado pero el segundo, ese valor intangible, está cuestionad­o”, lamenta Oriol Quinquillà. “Estamos en un entorno de creación único, un espacio de referencia en la ciudad. ¿De verdad el Ayuntamien­to quiere perder esto? ¿Barcelona puede tirar por la borda todo este valor?”, cuestiona Clariana.

El nuevo concurso que plantea el Ayuntamien­to supone la marcha de sus inquilinos, ya sea a corto (finales de año) o medio plazo (dentro de cinco años, máximo diez), incluso en el caso de que les fuera adjudicada una nueva concesión.

Javier Mariscal, que está trabajando con Fernando Trueba en un documental de animación sobre Tenório Jr , pianista brasileño que desapareci­ó misteriosa­mente mientras realizaba una gira por Argentina cuatro días antes del golpe militar de 1976, está de acuerdo en el proyecto de Palo Alto puede ir más allá. Ideas no les faltan, aunque de momento se muestran cautelosos hasta conocer las bases del concurso.

Los planes municipale­s dados a conocer hasta ahora contemplan una importante reducción del espacio ocupado por los estudios de diseño y empresas del ámbito cultural. Un 30% será para proyectos

tractores, ya en activo y con largo recorrido, como el de Mariscal; el 15% se destinará a un vivero de empresas de diseño y cultura, otro 15% para proyectos comunitari­os y asociativo­s de arte y cultura de Poblenou.

Quedará fuera de la concesión un edificio de tres plantas con fachada a la calle Ferrers –más o menos otro 25% del recinto– que se utilizará para dar alojamient­o a personas vulnerable­s, especialme­nte mujeres víctimas de violencia de género o personas sin techo.

Los patronos de Palo Alto no esquivan la autocrític­a: hay cosas que se pueden mejorar, y apuntan por ejemplo que ese “patrimonio inmaterial de diseño“que se creó espontánea­mente se tendría que potenciar mediante la colaboraci­ón con centros de referencia con el BCD (Barcelona Centre del Disseny), que el recinto podría abrirse al barrio a través de proyectos pedagógico­s con las escuelas o convenios con la vecina ESHOB (Escola Superior d’Hostaleria de Barcelona) para que se hiciera cargo de la cantina. O, en fin, que para los trabajos de jardinería, esa isla verde en medio del 22@ que ha ido creciendo de la mano de Josep Farriol,

Pepichek, se podría tender puentes con personas en proceso de reinserció­n o con discapacid­ades a través de asuntos sociales.

Son sólo algunas pinceladas, dicen, de ese nuevo Palo Alto que podría llegar a ser. “El proyecto es muy ambicioso, pero disponiend­o sólo de un 30% del recinto no sería viable. El 50% sería el mínimo para un proyecto de continuida­d pero no sería ambicioso”, concluye Toni Clariana.

 ?? CÉSAR RANGEL ?? De pie de izquierda a derecha: Oriol Quinquillà, Mario Sans y Josep Maria Morera, en cuyo estudio fue realizada la fotografía. Sentados en el banco, y siguiendo el mismo orden, Fernando Salas, Xavier Medina Campeny, Javier Mariscal y Antoni Clariana
CÉSAR RANGEL De pie de izquierda a derecha: Oriol Quinquillà, Mario Sans y Josep Maria Morera, en cuyo estudio fue realizada la fotografía. Sentados en el banco, y siguiendo el mismo orden, Fernando Salas, Xavier Medina Campeny, Javier Mariscal y Antoni Clariana
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De fábrica... exterior de la antigua fábrica de curtidos Gal i Puigsech, en la calle dels Pellaires, que empezó a renacer en 1988 de la mano de Pierre Roca tras más de cincuenta años de abandono Vista
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De Poblenou a la Sagrada Família El escultor Xavier Medina Campeny , en su taller de Palo Alto, donde actualment­e conviven sus esculturas con las maquetas de las esculturas que en unos años coronarán las torres de los Evangelist­as de la Sagrada...
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CÉSAR RANGEL
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... a pulmón creativo. Palo Alto es un oasis verde dentro de la ciudad. Una pequeña comunidad creativa, con su avenida de buganvilla­s verticales, calles ajardinada­s y un pequeño estanque

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