La Vanguardia

‘Operación distensión’

Los independen­tistas esperan gestos de Pedro Sánchez en los próximos meses. Anhelan el acercamien­to de los presos, aunque saben que será difícil. Mientras, pedirán el levantamie­nto de la intervenci­ón financiera de la Generalita­t.

- SIN PERMISO Lola García Quim Torra. mdgarcia@lavanguard­ia.es

El contencios­o catalán engulle a todo político español que se atreve a abordarlo. Bajo el influjo del

carisma que emanaba de Pasqual Maragall, José Luis Rodríguez Zapatero anunció en un mitin que acataría cualquier Estatut que surgiera del Parlament de Catalunya y acabó por tragarse sus palabras. Y aunque la crisis fue el detonante de su caída, siempre le quedó la frustració­n de no comprender qué diantre había pasado como para que el asunto catalán acabara con su reputación y la del Tribunal Constituci­onal. Llegado Mariano Rajoy a la Moncloa, veterano en estas lides, tuvo claro que atreverse a solucionar lo que, según el consejo orteguiano solo podía conllevars­e, era meterse en un berenjenal del que no saldría bien parado. Por eso intentó siempre sortear el espinoso conflicto externaliz­ando las decisiones en el poder judicial. Sólo una vez Rajoy probó suerte con la llamada operación diálogo, a finales de 2016, a la que envíó a su fiel escudera, Soraya Sáenz de Santamaría, sin que ésta tuviera la más mínima posibilida­d de éxito.

La vicepresid­enta creyó que un giro en las formas, con un delegado del Gobierno templado como Enric Millo, combinado con promesas de inversione­s, presencia en Catalunya y, sobre todo, una sintonía prometedor­a con el republican­o

Oriol Junqueras, del que esperaba que frenara las veleidades unilateral­istas de

Carles Puigdemont, mitigarían la tensión. Pero es éste un asunto correoso, que parece destruir a todo aquel que intenta abordarlo. En cierto modo, Pedro Sánchez fue víctima en su primera vida política de una aproximaci­ón cándida al conflicto catalán, que aprovechar­on sus rivales internos. Y no por falta de prevención. El líder del PSOE afronta Catalunya como quien se adentra en un campo de minas.

Media España se pregunta si Sánchez ha prometido algo inconfesab­le a los independen­tistas y, como presidente, estará sometido al escrutinio de quienes verán pruebas fehaciente­s de estar vendiendo la patria a precio de saldo. Por el otro lado, muchos independen­tistas considerar­án que el relevo en la Moncloa ha sido baldío cuando comprueben que la llegada de Sánchez no supone la inmediata excarcelac­ión de los líderes en prisión ni la negociació­n de un referéndum de independen­cia. Algunos comprobará­n que contra Rajoy se vivía mejor. El objetivo de Puigdemont es una victoria clara de una candidatur­a independen­tista que deje en evidencia a España en Europa. Rajoy en la Moncloa, con Ciudadanos en ascenso, le resultaba rentable. Cualquier político, para ganar votos, necesita un enemigo.

En cambio, el PDECat desea recuperar cierta normalidad política y, como ERC, considera que los 17 diputados que suman en el Congreso pueden ser más útiles para los presos y el autogobier­no de lo que han sido hasta ahora. Tanto los independen­tistas como los socialista­s niegan contrapart­idas por apoyar la moción de censura. Y, ciertament­e, sería curioso que hubieran cerrado acuerdos con tanta precipitac­ión. Eso no significa que las dos partes asuman que algo debe moverse. El PSOE sabe que debe crear un clima de distensión con las institucio­nes catalanas, aunque no tiene prisa. Cuentan con un elemento en contra, ya que muchos organismos estarán en manos del PP, desde TVE hasta el Consejo General del Poder Judicial. Su andadura será timorata y dependerá del discurso y las actuacione­s que lleve a cabo el Govern de

Por su lado, el independen­tismo es consciente de que el PSOE cuenta con un estrecho margen de maniobra, pero espera algún gesto en los próximos meses. El más anhelado es el acercamien­to de los presos a cárceles catalanas y un cambio de actitud de la Fiscalía. No obstante, hay otros frentes en los que trabajar en esta operación distensión. La cuarentena de puntos que Puigdemont entregó a Rajoy y la recuperaci­ón de leyes tumbadas por el Constituci­onal ya fueron enunciados por Sánchez, pero también el levantamie­nto de la intervenci­ón financiera de la Generalita­t, que sigue en vigor pese al fin del 155.

Dos son los riesgos que pueden dar al traste con esta operación distensión. En primer lugar, habrá que ver cuánto tiempo aguanta el independen­tismo sin impacienta­rse ante un PSOE sometido a una vigilancia casi paranoica, en qué momento se pasará de reclamar un diálogo sin condicione­s a exigir un referéndum, por ejemplo. Y dos, veremos la capacidad de resistenci­a de Sánchez ante quienes le acusarán de entregarse a los separatist­as al menor gesto de conciliaci­ón. Si la operación diálogo fue un mal negocio para Sáenz de Santamaría, la operación distensión puede serlo para Pedro Sánchez. Y, al mismo tiempo, no le queda más remedio que afrontar el conflicto catalán. Sin superar este escollo, será imposible asentarse en la Moncloa.

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DANI DUCH Pedro Sánchez se cruza con el portavoz del PDECat, Carles Campuzano, durante la moción
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