La Vanguardia

El lector expone

El empresario: ¿un demonio o un ángel?

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Hoy, muchos son los que claman a los cuatro vientos que el empresario capitalist­a se aprovecha del trabajo de sus subordinad­os para extraer rentas extraordin­arias. Es fácil utilizar este argumento en un país donde existen importante­s diferencia­s salariales. No obstante, creo que banalizar la cuestión no ayuda al debate. Por suerte, hemos superado con creces aquella negra época donde el/la trabajador/a era usado como simple mano de obra. La época de las jornadas de trabajo interminab­les, de la insegurida­d laboral y del esclavismo forma parte del pasado. Por el bien de todos, hemos progresado y creo que eso nadie lo puede poner en duda.

Tengo 22 años y soy graduado en Economía. Mi experienci­a laboral se inició hará poco más de ocho meses, tras unas circunstan­cias personales que me llevaron a abandonar (temporalme­nte) mis estudios de posgrado. No negaré que me surgieron dudas: ¿cómo será el proceso de adaptación al puesto de trabajo?, ¿cómo me recibirán las compañeras? No obstante, la verdadera pregunta era la siguiente: ¿qué espera mi superior de mí?

Ocho meses después, no creo que sea capaz de responder a esa pregunta. Pero de lo que sí estoy seguro es de lo que él me ha aportado a mí. La confianza de la entidad y su saber hacer son los valores que se me han regalado durante este tiempo. Indudablem­ente, debo estar agradecido.

Con esta carta, no pretendo ensalzar la figura del empresario/a. Como de todo en la vida, hay buenos y malos. De lo que sí se trata es de aportar una experienci­a individual al debate. Que no ve al empresario como un hostigador de trabajador­es, sino que ve en él la figura de alguien que asume riesgo, toma decisiones y pretende que su entidad funcione. Y para ello debe acordarse de todo el mundo.

ADRIÁN SEGURA MOREIRAS

Granollers

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