La lista de Sánchez
Estamos en la víspera de que un nuevo presidente del Gobierno se siente en la Moncloa en uno de los giros más inesperados e inéditos de la democracia española. Ya sabíamos qué pasa cuando se aplica el artículo 155 de la Constitución y ahora también conocemos cómo van las cosas cuando triunfa una moción de censura en el Congreso. Es decir, bienvenidos a la normalidad. Olvidemos por un momento que la estabilidad y la falta de líos han sido el mantra del presidente saliente, Mariano Rajoy. La democracia no es esto, sino equilibro, pacto y consenso. Y, como sabe cualquiera que haya asistido a una reunión de vecinos de escalera, no está exenta de incertidumbre, líos y un punto de irritación de vez en cuando. No está pasando en España nada que no haya pasado antes en cualquiera de las democracias más consolidadas del mundo. Y, de hecho, se acaba también con otra anomalía: el Gobierno de España era el único del continente al cual ni los recortes económicos ni los escándalos de corrupción parecían afectar. Claro que aquí se usó la tecla que también ha funcionado en otros países: envolverse con la bandera, análisis que también vale para Catalunya. Cuando fue otro, en este caso Ciudadanos, quien empezó a robarse la bandera en provecho propio, todos vieron los peligros electorales de esta estrategia.
Antes que Pedro Sánchez empiece a nombrar ministros, saquemos los prismáticos para intentar intuir qué cambiará, dure lo que dure lo que queda de esta precaria legislatura. Ante la causa judicial contra los dirigentes independentistas, maestros de escuela, tuiteros et altri: habrá un nuevo fiscal general del Estado. Por ejemplo, la vida le puede cambiar bastante al juez Llarena, atrapado en una instrucción que empieza a tener varias vías de agua. Es muy diferente que el ministerio público actúe como un hooligan o en una posición algo más tibia. De la presencia e influencia de ministros catalanes en el gobierno, de cuáles sean los nombres en Vicepresidencia o Interior tendremos los primeros datos del tono que podemos esperar.
Y un montón de dudas sobre la mesa. ¿Veremos la derogación de la llamada ley mordaza, la que está llevando a prisión y a los juzgados a tuiteros, cantantes, raperos y todos los que critican o insultan una de las caras de la luna (los que quieren bombardear Barcelona, por ejemplo, están en el lado oscuro, invisibles para la justicia)? ¿Intentarán robarse la cartera en el banco de la oposición PP y Cs, dos partidos que se detestan mutuamente? ¿Qué discurso les marcará ahora a ambos la hiperventilada prensa editada en Madrid? Y en Catalunya, ¿qué estrategia ganará en el independentismo: la del cuando peor, mejor, dictada desde Berlín, o la realista representada por los diputados de Madrid que han apoyado la moción de censura? ¿Se aprenderá en la Moncloa que no se puede gobernar ignorando lo que pasa en Catalunya y en Catalunya la misma lección en sentido inverso?
Esperaremos la resolución de estas y otras preguntas. Quizá la buena noticia es que la respuesta ya no está en el viento estático y viciado que salía del despacho de Mariano Rajoy, sino en los remolinos de la política en el sentido más literal y democrático del término. Esperemos.
Antes que Pedro Sánchez empiece a nombrar ministros, saquemos los prismáticos para intentar intuir qué cambiará