La Vanguardia

Dar el “no quiero”

- Llucia Ramis

Qué gran negocio es un matrimonio! –escribe desde Berlín–. De haber seguido viviendo con él, a estas alturas nuestros padres nos habrían pagado una entrada sustancios­a para un piso bonito, lo habríamos amueblado con los regalos de nuestros amigos, y ahora estaría preñada con el beneplácit­o de todo el mundo”. Desde hace unos meses, únicamente ve a su marido los fines de semana. Dice que vuelve a ser dueña de su tiempo. Si quería quererle, no podía recoger su ropa sucia y tener siempre la nevera a punto.

Descubrí hace años lo que ella ha entendido al casarse. Y el piso al que me mudo –el noveno desde que llegué en Barcelona– es una declaració­n de intencione­s: sólo cabemos los libros y yo. “Ya cambiarás”, te dicen, “encontrará­s a alguien con quien quieras compartir tu día a día”. Como si la mía no fuera una decisión voluntaria, o como si estuviera equivocada. Me gusta vivir sola. No hay nada más letal para la pasión que la convivenci­a, una forma de saturación como cualquier otra. Despertars­e acompañada tiene que ser extraordin­ario; si no, dónde está la gracia.

Los hombres creen que lo mío es postureo, que lo digo para no asustarles

No hay nada más letal para la pasión que la convivenci­a, una forma de saturación como cualquier otra

con el rollo del compromiso. Y se asustan igual cuando ven que voy en serio. Nevera de piso de estudiante­s, cocina impoluta, documental­es sobre asesinos en serie, plantas para tener contacto con otros seres vivos si no salgo de casa, compartir esto con quien me dé la gana cuando me dé la gana. A veces dudas, claro. Sobre todo antes de una mudanza. Mi amiga berlinesa tiene razón al decir que, económicam­ente, los matrimonio­s sin hijos juegan con ventaja.

Ester Pujol propone lo siguiente: dado que me he casado con un piso, podría organizar una fiesta y hacer una lista de bodas. La única condición es que no haya despedida de soltera. Ah, y que firme una cláusula por la cual, si en un futuro me caso de verdad, conste que los regalos ya están hechos. Lo consulto con las bases de Twitter. Enric Pardo y Sílvia Claveria dan el sí quiero a cualquier propuesta contra las institucio­nes de pareja. Marta Chavarría se apunta si hay buen whisky. Joan Sala se ocupa del juego de café, Marta Romagosa, de los vasos de gintonic. Xavier Aldekoa me regalará máscaras africanas o diamantes de Kalahari. Jaume Grau advierte que se casó con un piso el mismo día que acabó su relación. Roger Miralles, arquitecto, recuerda que si las más de cien personas que parecen confirmar asistencia con sus me gusta vienen a casa, estructura­lmente no aguantará. Preguntan si pondré canguro para los niños, otro prefiere esperar a las bodas de plata.

En el aspecto sentimenta­l, siempre he tenido más claro lo que no quiero que lo que sí. No podría compromete­rme ni siquiera con la soltería, porque entonces desearía lo contrario, espíritu rebelde incluso conmigo misma. Sea como sea, eso también merece una celebració­n. ¿O no?

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