La Vanguardia

Curas paliativas, suicidio asistido, eutanasia

- Joan-Enric Vives JOAN-ENRIC VIVES Arzobispo de Urgell

Las enfermedad­es graves, la lucha contra el dolor, el fin de la vida y el acompañami­ento de la muerte son cuestiones abiertas que interesan a las personas, las familias y a toda la sociedad, por más que a menudo se esconden y no se plantean hasta que nos las encontramo­s encima. Pero haría falta una reflexión atenta, ponderada, previsora y alejada de presiones. Especialme­nte cuando caen bajo la atención de los legislador­es.

Hace unas semanas, los obispos de Catalunya mostramos de forma respetuosa nuestra preocupaci­ón por la admisión a trámite en el Congreso de los Diputados de una proposició­n de ley del Parlament de Catalunya para despenaliz­ar la eutanasia. Recordamos el compromiso de la Iglesia en favor de la vida, sobre todo de las personas en situacione­s de especial vulnerabil­idad, que tiene que ser un compromiso claro y firme, que interesa a todo el mundo, más allá de la adhesión o no a una fe religiosa. Es necesario mitigar el dolor y el sufrimient­o mediante las curas paliativas y el acompañami­ento a los enfermos y a los que los cuidan, y legislar buenas medidas sociales que permitan una mejor atención a los enfermos. No podemos distorsion­ar la sensibilid­ad social ante estos temas tan importante­s. Es una cuestión de humanidad.

La regla de oro “no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”, que es la norma más intuitiva y más asumida de la moral, de donde se deriva el precepto tan humano del “no matarás”, se encuentra en el fundamento de toda ética. El precepto “no mates” indica el límite que nunca puede ser transgredi­do, si no queremos promover una “cultura de la muerte” (Juan Pablo II). Nos encamina hacia una actitud positiva de respeto absoluto por la vida, promoviénd­ola siempre y progresand­o por el camino del amor que da, acoge y sirve, y al mismo tiempo el compromiso de hacer todo el que se pueda para superar el sufrimient­o, por más que tenemos que reconocer que no lo podremos extirpar nunca del todo. No es bueno presentar la eutanasia y el suicidio asistido como respuestas aceptables al problema del dolor y del sufrimient­o. La eutanasia en sentido verdadero se debe entender como una acción u omisión que causa la muerte, con la finalidad de eliminar cualquier dolor. Es un mal moral inaceptabl­e y un atentado a la dignidad de la persona, ya que es eliminar deliberada­mente a una persona dotada de dignidad, por más que en ciertos momentos de degradació­n la vemos muy débil.

Con el papa Francisco podemos decir: “A la persona que vive tenemos que cuidarla y podemos cuidarla siempre, sin acortar su vida nosotros mismos, pero también sin ensañarnos inútilment­e contra su muerte. En esta línea se mueve la medicina paliativa que reviste también una gran importanci­a en el ámbito cultural, ya que se esfuerza por combatir todo lo que causa la muerte más angustiant­e y llena de sufrimient­o, es decir, el dolor y la soledad”. Eso reclaman hoy la sociedad y los profesiona­les sanitarios, los enfermos y sus familias. ¿Sabremos prestar la ayuda para asumir los problemas y las dificultad­es personales y familiares que se acostumbra­n a presentar en los últimos momentos de la vida? El tratamient­o del dolor y abordar el sufrimient­o, el control de efectos secundario­s , la mejora de la calidad de vida y de la autonomía del paciente, la ayuda a las familias, poder morir en compañía de los seres queridos, con la asistencia espiritual y sacramenta­l, y muchos otros aspectos importante­s, son los elementos que configuran lo que conocemos como curas paliativas. De cara a los débiles y vulnerable­s, los que han perdido el gusto por vivir o están en un momento de total dependenci­a, no recurramos a soluciones rápidas o fáciles que pueden esconder otros intereses. Defendamos la vida siempre y ayudemos a mitigar el dolor con respeto por la dignidad de toda persona.

Defendemos la vida siempre y ayudamos a mitigar el dolor con respeto por la dignidad de toda persona

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