Angélica armonía
La pintura exigente del creador checo Frantisek Kupka, 18711957, corta en transversal el arte del siglo XX con luminosa originalidad. Parte de la figuración simbolista y concluye en un juego cromático que asimila las vivencias abstractas que enriquecieron su tiempo. Hacía años que su trabajo estaba ausente de París, la capital de adopción, que ahora recupera su universo plástico en una retrospectiva esencial del Grand Palais, tutelada por el buen hacer de Brigitte Leal. Un arte que, sencillamente, elude las fronteras entre lo visible y lo sensible. La exposición, copiosa, se presenta en orden cronológico y potencia los momentos distintivos que puntean el trayecto siempre en solitario de Kupka: intercala cubismo, orfismo, futurismo y maquinismo sin descuidar el desafío de los nuevos realistas, ya en el umbral de 1950 cuando el informalismo se disuelve en una estética de la experiencia matérica. Kupka era un convicto militante de la identidad singular de la pintura, cierto, que entendía como una realidad autónoma plagada de llamadas cruzadas al mundo sensible y ajena a las perturbaciones agresivas del mundo de los hombres. Un despliegue de formas vivas, poderosas y cambiantes que se afirman ante nuestra mirada como una versátil pero rigurosa escena plástica. Y poco más. El resto es anécdota o como piensa el artista “vida prestada”… Y había luchado con honor y temor en las trincheras de la Gran Guerra, en el Somme junto al poeta Blaise Cendrars. Kupka comienza en 1888 los estudios de pintura en la Academia de Praga bajo la dirección de Mànes, quien le descubre la espiritualidad callada del esoterismo cristiano. En 1892 salta a Viena, donde domina el dibujo y en 1895 se aventura en París lanzado a una frenética actividad periodística radical: L´Assiette au Beurre, Cocorico, Le Rire y los libros ilustrados. Se traslada más tarde a Puteaux y rehace las pesquisas artísticas de la Section D´Or para inclinarse por el fauvismo, La Gamme Jaune, y vislumbrar la intriga cromática del purismo temprano, de impronta Apollinaire, cubismo órfico ,y tensión abstracta centrada en el color y el movimiento. Le Lac, 1909, propone las bandas paralelas verticales preludio de la abstracción, Plans verticaux, 1912. Una apuesta por la construcción geométrica que da entrada a las telas de motivo coloreado y trazado orgánico en los elementos naturales, que parecen atrapados al microscopio adquieren la dimensión de discos policromos – Autour d´un point, 1925. La fascinación por el grupo AbstractionCréation es elocuente, como también la influencia efervescente del jazz en 1935 y las líneas y planos contrapuestos, Contrastes, de Van Doesburg en 1947. Con todo, y de vuelta a la muestra parisina, Kupka había destacado en el Salon d´Automne de 1912 en el espacio cubista, y con dos obras no figurativas legendarias: Amorpha, fugue a deux couleurs y Amorpha, cromatique chaude, quizás un dialogo quebrado con Picabia. El color es una enérgica forma significativa y el artista se transfigura en el intérprete diría musical: aviva una gama de colores complicada e imprevisibles asociaciones heterocentricas. “El arte de la fuga”.
Aun así cuando profundizamos en los rotundos planos verticales, presentados en el Salon des Indépendents de 1913, distinguimos con claridad un proyecto de geometrización en una trama de equilibrio estable que convierte las franjas de color en los primeros indicios del extremismo compositivo de los años cincuenta del siglo pasado. Colores solemnes, violeta en armonía con el blanco y el negro, que intuyen la dimensión espiritual inédita que curiosamente el norteamericano Mark Rothko llevará al culmen en los años sesenta. Localisation de mobiles graphiques, 1913, había representado pioneramente una inversión en la dinámica orfista de fragmentos de imágenes y torbellinos de color que flotan en el espacio plástico hasta alcanzar una combinación coherente. Después del conflicto bélico, las líneas animadas de 1920 a 1930 insistieron en estos supuestos plásticos, como si quisieran esquivar la ruidosa contaminación del mundo entorno. El desdoblamiento, en suma, de un activista tocado por las conversaciones de atardecer con los Villon- Duchamp en el jardín despeinado de Puteaux, donde fantasean un arte eterno, engañoso y enigmático.
A lo largo del último paréntesis de actividad, Kupka sigue siendo el solitario elegante que transita por las vanguardias sin comprometerse nunca, y recurre a la geometría simple – línea, plano, círculo – para construir unas obras que confían en el color vibrante y magnético. La exploración plástica de lo invisible, insiste agudamente el pintor. Basta situar Machinisme, 1927, en contrapunto con las soberbias superficies circunscritas de los cincuenta –Blanc Autonome es un ejemplo justo. Queda fuera de duda que, ya antes de la abstracción, cuidadosas incursiones figurativas como Grand Nu, 1909 , nos recuerdan los efectos del fauvismo, al igual que el genial retrato velado Madame Kupka dans les verticales insinúa la presencia celada del Picasso cubista. Un artista complicado, incomodo, sí, con las crispadoras afinidades y filiaciones de tendencia artística. Kupka en estado puro. “Un artista solar y solitario”, sin duda.