La hermana lusa de Frankestein
Los gobiernos de Lisboa y Madrid nacieron rompiendo tabúes y como equiparables aventuras de alto riesgo
El Frankestein español tiene una hermana mayor portuguesa llamada geringonça, palabra con mucho uso periodístico y editorial desde finales del 2015 cuyo equivalente español es jerigonza, una “acción ridícula y extraña”, según el diccionario. En el glosario de la política portuguesa y de la española Frankestein y geringonça significan lo mismo, el anuncio de que viene el coco. Así presentó en ambos países la derecha la formación de un Gobierno con el respaldo de una izquierda a la que tildan de filo venezolana y de riesgo para la ortodoxia económica europea, con tintes antiOTAN en el caso de Lisboa y en combinación con el separatismo catalán y los demonios del nacionalismo vasco en el de Madrid.
En Portugal esta satanización del Gobierno del socialista António Costa contribuyó a su potente y poco esperada consolidación, pues las plagas bíblicas no llegaron, mientras las poco halagüeñas perspectivas ayudaban a poner en valor su gestión y a magnificar el cambio no tan grande que supuso en la práctica. Por eso el desplazamiento de Sánchez a Lisboa en enero de 2016 parece un viaje de estudios, aunque está por ver si la partitura atlántica es exportable a la meseta más allá de la génesis del experimento.
Los dos partidos socialistas ibéricos tienen casi los mismos escaños, 84 en el caso español y 86 en el portugués, que en el primer caso suponen el 24% del parlamento y en el segundo, el 37%. Costa controla el 71% de los diputados de su conjunción de cuatro partidos y Sánchez, el 47% de la compleja entente a diez bandas, o más, que lo aupó. Sin embargo, Frankestein y la jerigonza se parecen bastante, más todavía si Sánchez forma un gobierno monocolor en minoría.
Costa y Sánchez llegaron el poder tras quedar de segundos en las urnas, lo que no había sucedido en sus países en la actual etapa democrática. Y lo hicieron al derribar a una fuerza de derechas que había sido la primera. En Portugal pasó después de que, en un sistema semipresidencial, el Parlamento le negó la confianza al Ejecutivo y en España, a través de una moción de censura. La fuerza motriz fue el rechazo, la reacción contra la austeridad a ultranza del PSD de Passos Coelho y los casos de corrupción del PP, aderezados con el conflicto territorial. Y ocurrió rompiendo tabúes y cordones sanitarios, el que históricamente alejaba a la izquierda radical portuguesa de las mayorías gubernamentales
Las diferencias residen en Catalunya, la debilidad aritmética del PSOE y el bagaje que ya poseía Costa
y el que excluía de los pactos al independentismo catalán.
En el exitoso arranque de la geringonça resultó decisiva la rápida anulación de los ajustes del gobierno anterior, lo que metió unos euros en el bolsillo de los portugueses y generó alivio tras mucha angustia. En España el equivalente podrían representarlo medidas de regeneración democrática y de lucha contra la corrupción. A Costa también le ayudó mucho que Passos continuase dos años al frente de la oposición. Pero sobre todo pesó la gran experiencia con la que llegó al Gobierno, tras ser ministro en los noventa y la pasada década y después de triunfar en la alcaldía de Lisboa, bagaje del que carece Sánchez.