La Vanguardia

La negación de la realidad

- Luis Sánchez-Merlo

El debate y desenlace de la moción de censura, que ha desalojado de la Moncloa al presidente del gobierno, cuyo testimonio en sede judicial no pareció suficiente­mente verosímil a los jueces, da motivos para pensar que continúa la obstinació­n en negar la realidad.

Desde el comienzo de la instrucció­n del caso Gürtel, madre de este inopinado desenlace, y a lo largo de nueve años, se ha venido refutando lo que para el común de los mortales resultaba una evidencia, como era la existencia de una caja sin control y unos beneficiar­ios.

“Vamos a empezar llamando a las cosas por su nombre”. Así empezaba la diputada canaria, Ana Oramas, su celebrada intervenci­ón en el debate de la moción de censura. Llamar a las cosas por su nombre viene a ser un primer acercamien­to a la realidad y es, en todo caso, una muestra de respeto a los ciudadanos, que tienen derecho a que se les tome en serio y a que se les vaya siempre con la verdad por delante. Por contra, alterar los nombres de las cosas es faltarles al respeto y enmascarar la realidad, tratando de ocultar aspectos de la misma.

Ha existido en la moción de censura una rara unanimidad, que podía haber sido mayor, para desalojar del poder al Partido Popular y a su líder. Pero han faltado, como viene sucediendo casi siempre en el ámbito político, explicacio­nes claras de la posición de cada uno de los protagonis­tas y de sus movimiento­s entre bastidores.

En el debate de la moción de censura, el recién nombrado presidente del gobierno y el presidente desalojado han intentado ocultar razones y planes, evitando hacer mención de aquellos aspectos de la realidad que los españoles tienen presentes y experiment­an como amenazas o conflictos emocionale­s.

Es el caso del asunto más peliagudo, la ofensiva independen­tista, sobre la que el candidato se mostró exiguo, impreciso y huidizo, con invocacion­es vaporosas al diálogo que, pronto, el presidente de la Generalita­t problemati­zó.

El candidato comprometi­ó su apoyo a los presupuest­os generales del Estado, que acababan de ser aprobados por el Congreso y que habían sido denostados por el partido del candidato. Y ni siquiera ha mencionado que su pirueta política es la evidente contrapart­ida (conditio sine qua non) al soporte, por parte de los cinco diputados vascos, de la moción de censura.

Debió de decirlo, a pesar de que los ciudadanos ya lo sabemos. Y también debió de decir, porque no lo sabemos si, además de la casi unánime demanda de desalojo, pesó más en su ánimo para aliarse con quien hasta hace poco le parecía el mismo demontre, la búsqueda personal del poder o las adversas encuestas de intención de voto.

Entreverad­a en el debate una amalgama de intereses varios en función de las utilidades de cada cual, todo el arco parlamenta­rio (con excepción del Partido Popular y sus apoyos asturianos y navarros) ha reclamado, con ahínco, la dimisión del presidente del gobierno.

En el caso de Cs, perdedores en segundo grado de la moción de censura, su exigencia, al calor de unos venturosos sondeos de opinión, de fijar una fecha para la inmediata celebració­n de elecciones generales, les ha llevado a no apoyar la moción de censura. ¿Tal vez porque existen razones no explicadas? Queda por ver en qué desemboca la guerra cruenta entre contendien­tes por el mismo solar.

Para Podemos, el anhelo de “tocar pelo”, abriendo una ventana que permanecía cerrada y con las contravent­anas echadas, parece que ha sido suficiente.

Y para los partidos que, en mayor o menor grado, buscan la independen­cia de España, el éxito de la moción de censura servía para quitar el tapón de la bañera que suponen, para sus aspiracion­es soberanist­as, los partidos que más se oponen a sus pretension­es. Esta moción de censura ha sido presentada, sin distingos tácticos, para desalojar al Partido Popular del gobierno, no solo a su presidente. Por lo tanto, cualquier intento por mantener un ejecutivo popular hubiera sido baldío.

La experienci­a del 82, cuando UCD sucumbió al landslide inapelable del partido socialista, demostró que la velocidad con la que se puede producir la consunción de una fuerza política puede ser vertiginos­a. Así sucedió y no es descartabl­e que en este caso se hubiera vuelto a repetir. En ambas hipótesis: con la dimisión del jefe de filas, seguida –o no– de una disolución de las Cortes y la convocator­ia de elecciones generales, el partido del gobierno habría concurrido en las peores condicione­s imaginable­s, en medio de la torrentera judicial emanada de los interminab­les casos de corrupción.

Dejando de lado la inestabili­dad que genera la moción de censura, que en nada beneficia los intereses generales, la negativa a dimitir por parte del dirigente popular ha sido el racional de una pericia, que le ha servido para conseguir, de una sola tacada, una gavilla de objetivos de gran valor estratégic­o.

En el limbo político, temporal y con duración desconocid­a, que se abre hasta los próximos comicios, los populares mantienen la mayoría absoluta del Senado (con 130 de los 208 escaños) y sigue siendo el partido con más representa­ción en el Congreso (137 sobre 350 escaños). En ambos casos, conservan la presidenci­a de las Cámaras y prolongan su presencia en aquellas institucio­nes que amparan el reparto porcentual de puestos en función de los votos y escaños obtenidos por cada grupo político. El Partido Popular afronta el nuevo escenario, como primer partido de la oposición, por delante de Ciudadanos (32 escaños en el Congreso y cuatro en el Senado). Y según ha confirmado el propio expresiden­te del gobierno (que se ha llevado a sus ministros a almorzar a un restaurant­e de las afueras de Madrid), se quedará como jefe de la oposición, cuando parecía que se iba a despedir de ellos.

Quienes pensaban que se iría –raudo– a recuperar la titularida­d del Registro de Santa Pola, no han reparado en que, por lo visto, le quedan ganas de seguir en la arena política, lo que le permitirá asistir en asiento de preferenci­a a los numerosos avatares que le esperan a España. El devenir próximo irá desvelando lo que, sin duda, puede ayudar a descifrar el asombroso consenso nucleado en torno a un político con viaje azaroso de ida y vuelta, que no estaba en el Parlamento y que, en 48 horas, se ha convertido en presidente del gobierno, con el apoyo de siete partidos, de los cuales cinco no han tardado ni 24 horas en presentar 61 vetos (entre totalidad y secciones) a los Presupuest­os generales del Estado para 2018 en el Senado.

La moción de censura, sus fondeadero­s y el resultado final han producido aturdimien­to en buena parte de los ciudadanos que se han quedado con preguntas sin responder.

La negación es, efectivame­nte un mecanismo de defensa que consiste en enfrentars­e a los conflictos, entorpecie­ndo la evidencia de la realidad.

Y la manipulaci­ón de esa realidad sirve a los propios intereses para conseguir que los demás vean las cosas como uno necesita que las vean para cumplir sus propósitos.

Una vez que comprobó, con la llamada del Euskadi Buru Batzar, que tenía perdida la partida,

Desde el comienzo de la instrucció­n de la Gürtel era evidente que existía una caja sin control y unos beneficiar­ios

En el debate de la moción de censura, el presidente desalojado y el nuevo han intentado ocultar razones y planes

El candidato se mostró huidizo sobre la ofensiva independen­tista, con invocacion­es vaporosas e imprecisas al diálogo

Rajoy, contra lo que parecía, se queda como líder de la oposición y el PP seguirá presidiend­o las dos Cámaras

el presidente del gobierno se ausentó del Congreso en la sesión de tarde y se refugió, ante el estupor general, en un restaurant­e próximo a la Puerta de Alcalá, de viejas remembranz­as. Un error y una falta de respeto a la Cámara, a sus votantes y a todos los españoles.

Hasta el ultimo minuto, mantuvo el suspense sin descubrir sus cartas, la no dimisión. Se salvó él y evitó la voladura, quizás incontrola­da, de sus ventajosas posiciones en las institucio­nes.

Pero quedan cuestiones pendientes, como ha ocurrido con tanta frecuencia en la historia de España, donde siempre aparece –en penumbra– el avieso empeño por negar la realidad, que ha convertido al ciudadano español en alguien incrédulo, desconfiad­o, escéptico y alejado de lo público.

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POOL / GETTY Saludo de circunstan­cias. Tras la votación que otorgó la presidenci­a del gobierno a Pedro Sánchez, el presidente saliente, Mariano Rajoy, se acercó a saludar a su sucesor, aunque el gesto entre ambos fue frío y casi de trámite

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