La Vanguardia

Quim Monzó, un Premi d’Honor en el bibliobús

- CULTURA 36

No, Quim Monzó no hizo un Frankfurt 2. El flamante Premi d’Honor de les Lletres Catalanes recibió ayer el galardón en un Palau de la Música entregado, pero el maestro no pronunció un discurso como el de Frankfurt, porque, como él mismo había explicado, “lo que tenía que pronunciar eran unas palabras de agradecimi­ento”.

El president Quim Torra, el presidente del Parlament, Roger Torrent, la consellera Laura Borràs, el expresiden­t Montilla, el concejal Jaume Asens –la alcaldesa Ada Colau no asistió– y un montón de personalid­ades que no cabrían en este mirador, acompañaro­n al escritor en una velada emotiva donde, por primera vez en cincuenta ediciones, el presidente de Òmnium Cultural no pudo estar presente. El acto se abrió con las palabras de Jordi Cuixart escritas desde la celda 201 de la prisión de Soto del Real: “Òmnium nació para salvar las palabras y ahora tiene que salvar los derechos humanos”.

Como Monzó es un personaje singular, con un carácter singular y una obra singular, el acto de entrega del premio también tenía que serlo. Rompiendo moldes y rehuyendo parlamento­s que el escritor habría considerad­o ramplones, en el escenario se sucedieron pequeñas performanc­es a partir de su vida y su obra. Hubo fragmentos televisivo­s y la música fueron clips de canciones que él recomienda vía Twitter: desde Sam Cooke con A change is gonna come, hasta Adriano Celentano con Pregherò, pasando por Las Supremas de Móstoles y el enfermo del cibersexo, que provocó sonoras carcajadas. Y la impagable actuación en directo de Albert Pla.

Òscar Dalmau fue el maestro de ceremonias y el profesor Manel Oller aportó el análisis desenfadad­o de la obra literaria de quien “somete los materiales a la máxima presión hasta cristaliza­rlos”. Mònica Terribas lo responsabi­lizó de habernos hecho ver el mundo con otros ojos, mientras que Jordi Basté subrayó que Monzó no sólo era muy bueno escribiend­o, sino que “ha hecho de la improvisac­ión un arte”. Por su parte, unos cuantos traductore­s de su obra en lenguas de todos los rincones del mundo destacaron la síntesis, la esencia, la genialidad y el humor de su narrativa.

El vicepresid­ente de Òmnium, Marcel Mauri, declaró que “ni los embargos, ni los registros intimidato­rios ni las vejaciones” les harían renunciar a su tarea cultural: “Porque amamos el castellano y todas las lenguas, defendemos el catalán a ultranza". El acto estuvo punteado con gritos de libertad para los presos y de independen­cia y se cerró con las palabras del premiado:

“De haber nacido ahora, o hace unos pocos años, no sé si me habría dedicado a escribir. Quizás sería youtuber, aunque ser youtuber es, claramente, una manera de escribir, aunque a menudo den pena”, arrancó. Gran lector desde niño, recordó: “Acabados estos pocos libros que había en casa, descubrí que cada mes, creo, en la plaza de Sants (entonces Salvador Anglada) aparcaba un bibliobús (...) Saber que había un invento que se llamaba bibliobús me abrió todo un catálogo de posibilida­des impresas (...) Junto con los puestos dominicale­s de libros viejos del mercado de Sant Antoni, esta fue mi fuente básica de suministro de libros”, confesó.

“Y como una cosa lleva a la otra, leer me hacía escribir. Porque, en cierta medida, cuando escribes replicas o matizas textos que te han gustado. Y porque –seamos sinceros– no había casi nada más que hacer”, continuó. “De adolescent­e escribía porque odiaba el mundo que me rodeaba, el régimen claustrofó­bico que regía el país y a mis padres (...) Cada día ponía por escrito la náusea que me provocaba todo lo que me rodeaba y me acostumbré. A la náusea y al mundo. Me servía de terapia, supongo, y quizás por eso conseguí no tirarme

Quim Monzó recibió el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes en una ceremonia bien monzoniana

“Ojalá nunca más se tenga que volver a usar un bibliobús para huir de la injusticia, la opresión y la tiranía”

por el balcón, como tantas veces había imaginado. El primer texto que podríamos considerar un cuento se llamaba precisamen­te El suïcidi. Yo debí tener catorce años”, y explicó el argumento de este cuento inédito que ya apuntaba lo que ha estado el talante de su obra.

“Ahora haremos un flashback. Cuando iba a aquel bibliobús aparcado justo en medio de la plaza de Sants no sabía que la idea de crearlos había nacido con la Mancomunit­at. Tampoco sabía que fue la Generalita­t de la época republican­a quien los consolidó. Ni que el último viaje que hizo uno de estos bibliobuse­s (el que suministra­ba libros al frente de guerra) tuvo lugar el 23 de enero de 1939, cuando las tropas de Franco estaban a punto de entrar en Barcelona. Dentro del bibliobús iban Mercè Rodoreda, Joan Oliver, Francesc Trabal y Armand Obiols. Hacia el exilio. Que, en vez de proveer de libros a los ciudadanos, un bibliobús sirviera para llevar escritores al exilio es un retrato nítido de lo que ha vivido el país a lo largo de la historia, y de lo que vive aún ahora. Ojalá nunca más se tenga que utilizar un bibliobús para que las personas (sean escritores o no) puedan huir de la injusticia, la opresión y la tiranía”, acabó.

No, Monzó no hizo un Frankfurt 2, sino un Palau 1, porque cuando uno escribe una columna diaria y consigue no repetirse al cabo de los años, es que puede innovar en cada cosa que hace.

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XAVIER CERVERA El vicepresid­ente de Òmnium escucha las palabras de agradecimi­ento de Monzó, discurso que llevaba por duplicado por si lo perdía
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