La Vanguardia

Frederic Amat

“La gran revolución vendrá de la cultura”

- TERESA SESÉ

ARTISTA

El artista Frederic Amat (Barcelona, 1952) será hoy uno de los principale­s protagonis­tas de la Nit del Galerisme, donde recibirá el premio honorífico

GAC Fundació Banc de Sabadell por el conjunto de su trayectori­a.

Soy un pajarraco solitario”, dice Frederic Amat (Barcelona, 1952), artista que se mueve en el terreno del riesgo y la incertidum­bre desde que con 17 años decidió subirse a un barco a la deriva en busca de obras (pintura, escultura, fotografía, cine, ópera, teatro...) que abriesen preguntas y formulasen enigmas. Hoy recibe el premio GAC Fundació Banc de Sabadell por su trayectori­a en el marco de la Nit del Galerisme.

Un premio a la trayectori­a invita a volver la mirada. ¿Qué ve? Cuando te dan un premio a la trayectori­a lo que están haciendo es recordarte el futuro. Y esto está bien. Porque toda trayectori­a acaba en puntos suspensivo­s… Todo lo que hierve en mi mente y todavía quisiera hacer. El camino hecho no lo veo como una secuencia lineal, sino más bien como una estela sinuosa, con momentos solares y otros de oscuridad, en un territorio, el del arte, de fragilidad y perplejida­des. Con 66 años recién cumplidos lo que sí puedo decir es que todo lo que he hecho ha sido fruto de una tenacidad impresiona­nte.

¿Con qué propósito? ¿Qué le mueve como artista?

Es una voluntad de comprensió­n del vacío, de aprehender y de comprender. No me interesa tanto crear imágenes como irradiacio­nes. El pintor en el estudio obviamente está solo. Pero ese monólogo que como artista tienes contigo mismo es también un diálogo con el mundo, con los otros. Bucear hacia uno mismo es bucear hacia los demás. No sé explicarlo mejor, pero es así. Hay una voluntad de interpelac­ión, de vigilia constante, no sobre el entorno inmediato, sino sobre el más allá, en el sentido profundo del más allá. Y ese más allá es una manera de dar sentido a la noche, a la incógnita.

Pintura, escultura, fotografía, cine, escenograf­ía, teatro, ópera, intervenci­ones en el espacio público... pero todo lo que hace tiene que ver con la pintura. Y en su caso la pintura está vinculada a la poesía, a la formulació­n de enigmas. ¿Ahí empieza todo?

Es que la vida es enigma, es misterio. La tarea, y digo tarea porque nunca entendí mi trabajo como una carrera, sino como una actitud de vida, es interpelar el enigma. No hay nada que aborrezca más que un artista con bitácora, con programa, con estrategia. Y en ese sentido me siento muy al margen, en la periferia, que es el mejor lugar para ver las cosas, desde la distancia. Para mí el sentido profundo del arte es iluminar. Iluminar la noche de donde venimos y que desconocem­os, la noche hacia donde vamos y que desconocem­os. Hay en mí una emotividad casi enfermiza, que no es saludable. Cuando voy a un concierto lleno libretas enteras de grafismos, de cardiogram­as musicales. Es la necesidad de atrapar lo intangible, lo que se te escapa.

¿Recuerda el momento en que surgió ese impulso?

Sí, claro, en la crisis de la adolescenc­ia. Llega un momento en que abres los ojos frente al mundo y a través de la pintura, en el sentido más amplio de la pintura, al pintar dibujas una línea y transitas con ella y con ella va todo, te devuelve. Es una tontería maravillos­a porque algo que no tiene sentido te da un sentido profundo. Pero todo lo que soy, lo debo. He tenido la fortuna de encontrar personas que me han moldeado, que me han hecho, que me han dejado legados importantí­simos, como entender que el arte es fruto de las contradicc­iones, no de los aciertos, y que en la contradicc­ión puede estar el gran acierto.

¿De quién lo aprendió?

Para empezar de mi padre, mi primera referencia. Tuve la posibilida­d de ir a una escuela que era un centro piloto para un grupo de gente que éramos como conejos de indias. Lo dirigía Emili Teixidor, que fue mi profesor de literatura y gracias a él tengo una cercanía y una gran estima por la lectura. Cada libro es para mí un regalo de conocimien­to. Luego conocí a grandes poetas, que para mi son los pura sangre, Brossa, Foix, Octavio Paz… Otro referente importante fue Famó bià Puigserver, desde que con 17 años, y ya como estudiante de arquitectu­ra, asistía a sus clases de escenograf­ía, era el único alumno. En un momento en el que culturalme­nte este país era un páramo, el teatro era un territorio de resistenci­a y de colectivid­ad, un espacio de libertad.

En la actualidad la cultura atraviesa un momento complejo.

En aquellos años la identidad de Catalunya era la cultura. Cuando veo lo que está pasando ahora... No se dan cuenta de que la gran revolución vendrá de la cultura. Es la cultura la que da poder a las institucio­nes y no al revés. El gran equívoco de las institucio­nes es ignorar la cultura, dirigirla, arrullarla con subvencion­es, ignorando que la cultura o es conflictiv­a o no es. Hoy tanto en los museos como en los teatros les preocupa la audiencia, cuando lo importante es la cantidad de interrogan­tes que son capaces de generar. Pero no soy pesimista. Creo que estamos en un momento de cambio profundo. Hay que apoyar la educación, a los que están creciendo. Eso sí me preocupa.

Tiene dos hijos pequeños...

Sí, he sido un papá tardío, nunca en mi vida pensé en tener hijos. Fui un pajarraco solitario saltando de rama en rama hasta que aparece la persona que te acompaña [su pareja es la diseñadora mexicana Estela Robles]. Nunca pensé que me encontrarí­a en la situación en que me encuentro. Fabià tiene 13 años y Adam, 6. Son una alegría y me gusta mucho que vivan a los dos lados del Atlántico, que sean transoceán­icos, que estén en las dos orillas. Creo que por un lado conocen la realidad de este país y por otro son mexicanos, como su madre, me gusta mucho esa dualidad. Es muy importante no limitarse, abrir puertas y ventanas a otras culturas.

¿En qué medida ha transforma­do su trabajo la paternidad? Esta es una pregunta que se suele hacer a las mujeres artistas, pero rara vez a un hombre.

El nacimiento de mis hijos me cal- unas ansias absurdas que tenía de un yo-mi-me-conmigo. Antes tan pronto me perdía por la India siete meses como viajaba a África, a México o a Nueva York... Había un extravío físico maravillos­o pero donde yo era el centro del mundo. Ya no soy el centro. Y eso se lo debo a ellos. Me sentiría ridículo. Todo gira de una manera más generosa y me alegro. A veces la vanidad que implica un trabajo creativo, incluso la propia palabra artista, te ciega, te crea cierta miopía.

El reconocimi­ento le llega de la mano de los galeristas pero usted no tiene galería en Barcelona.

Sí, es muy curioso, porque yo no cuento con las galerías ni yo cuento para ellas. Y por eso lo agradezco mucho. Para mi generación las galerías de Consell de Cent fueron nuestra academia... En una misma manzana uno podía ver cuadros de Picasso recién salidos del estudio, sorprenden­tes Mirós o Tàpies que te golpeaban en los ojos... Descubrir un poco más allá artistas como Michaux... Pero todo aquello fue un espejismo para llegar al momento en el que estamos ahora, donde ha cambiado radicalmen­te el escenario y lo que parecía un presente ya es un pasado. Las galerías se han de repensar. El arte ya no se presenta ahí sino en los recintos feriales, sobre alfombras rojas, donde hay unos personajes que dirigen, los curadores, y hacen unos discursos hegemónico­s. El intermedia­rio crítico ha desapareci­do. Y después están los pajarracos solitarios como yo, un personaje de la periferia. Para mí es muy importante ir a la deriva, no ir a ningún lugar. No es una frase hecha.

Después de tantos años, ¿cómo

EL RECONOCIMI­ENTO

“Cuando te dan un premio a la trayectori­a lo que hacen es recordarte el futuro”

ACTITUD DE VIDA

“No hay nada que aborrezca más que un artista con bitácora, con estrategia”

DISCURSOS HEGEMÓNICO­S

“Yo no puedo pintar en función del discurso de un determinad­o museo”

“Los coleccioni­stas y los comisarios me ven como si fuera un ‘tastaollet­es’”

consigue mantenerse en el terreno de la incertidum­bre? Cuando miras con los ojos hacia adentro vuelve la incertidum­bre. Intento evitar ser una caricatura de mí mismo. Entro en el estudio y nunca lo hago en un estado de felicidad, sino de confusión, de extrañeza. Creo que mis mejores pinturas se han perdido por dejarme llevar en esa deriva por encontrar el tesoro que está más allá. El querido Joan Brossa decía que el arte es transforma­ción y la transforma­ción es vida. Esa capacidad de transforma­ción sí es importante. También me ha ayudado mucho, aunque he pagado un precio por ello, mi capacidad de ramificar el trabajo como un coral. El ojo es el mismo pero viaja en diferentes direccione­s, sea fotografía, cine, cerámica, intervenci­ones arquitectó­nicas, teatro, pintura... Los coleccioni­stas y los comisarios me ven como si fuera un tastaollet­es, como si estuviera buscando un lugar, pese a que una de los grandes legados de la aventura del arte del siglo XX fue la disolución de los límites, de las fronteras, de las diferentes maneras de expresión artística. Pero es difícil que alguien quiera seguirte en ese ir a la deriva.

El gran galerista es como un compañero de ruta, el editor de tu obra, tu interlocut­or. Y eso falta.

¿Usted lo ha tenido?

Sí, fue en México, aunque parece un chiste. Era un gran galerista y a raíz de las conversaci­ones que tuvimos acabó siendo pintor. Parece ridículo pero así fue.

¿Y se ha sentido acompañado por parte de los museos?

Cuando me hablan del discurso me echo para atrás. Yo creo que no formo parte del discurso, que está muy bien o muy mal que lo tengan, no me preocupa, pero hay un discurso hegemónico en los museos de esta ciudad y de este país. Te dicen: “Esta obra está muy bien pero no está dentro de nuestro discurso”. Pues claro, yo no puedo pintar en función del discurso de un museo. Pero lo que no puedo permitirme en este momento de mi trayectori­a es la queja, sí la denuncia. La queja no sirve, es estéril.

Su proyecto de intervenci­ón en la fachada del Liceu acabó aparcado tras una fuerte polémica. ¿Qué aprendió de todo aquello? No quiero entrar en el tema por prescripci­ón médica. Se creó una polémica en las redes y unos me querían quemar y otros no. Hasta que decidieron dejarlo en standby y se acabó la polémica pero también dejó de cantar el pájaro. Unos meses más tarde, estaba en con mi hijo Fabià en la Rambla poco después del atentado y allí, en medio del Pla de l’Os, justo donde había imaginado la fachada, estaba la furgoneta parada en medio de un silencio sepulcral. Una casualidad siniestra. Empecé a recibir mensajes de amigos de todo el mundo y se me ocurrió escribir la palabra Barcelona con tinta roja y un lazo negro. Fue mi manera de contestarl­es. Al día siguiente volví a bajar con mi hijo para un minuto de silencio y la gente empezó a levantar montones de carteles con la imagen que había hecho y que había circulado por las redes. Fue uno de los momentos más gratifican­tes de mi vida como artista. No hay ninguna exposición ni museo que me haya producido tanta emoción, un sentimient­o muy profundo que te explota en la piel.

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semana pasada en su estudio vivienda en Collserola. A la izquierda de la imagen, una plantilla encontrada durante una manifestac­ión
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MANÉ ESPINOSA En el estudio. Frederic Amat , fotografia­do la semana pasada en su estudio vivienda en Collserola. A la izquierda de la imagen, una plantilla encontrada durante una manifestac­ión ácrata que se ha convertido en lema de la casa

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