La Vanguardia

Sobre la estupidez

- Josep Maria Ruiz Simon

Este año hace treinta de la publicació­n de Allegro ma non troppo del historiado­r de la economía Carlo Maria Cipolla. El libro recogía dos ingeniosos ensayos satíricos. El segundo, Las leyes fundamenta­les de la estupidez humana y que luego se reeditó por separado (Crítica), es un clásico muy actual. Aunque muchos quizás lo habrán leído, pienso que es una contribuci­ón necesaria para el bien común recordar las cinco leyes fundamenta­les establecid­as por Cipolla:

Primera. Siempre y de una manera inevitable cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos.

Segunda. La probabilid­ad de que una persona sea estúpida es independie­nte de cualquier otra caracterís­tica de la misma persona.

Tercera. Una persona estúpida es una persona que hace daño a otra persona o a un grupo de personas sin obtener a la vez una ventaja o incluso obteniendo una pérdida.

Cuarta. Las personas no estúpidas siempre tienden a subestimar el potencial nocivo de las personas estúpidas. En particular, los no estúpidos olvidan constantem­ente que en cualquier momento, lugar y circunstan­cia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblem­ente como un error muy costoso.

Quinta. La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. Esa ley tiene un corolario: el estúpido es más peligroso que el malvado.

Aunque Cipolla considera estas cinco leyes como igualmente fundamenta­les, describe la tercera, que es la que permite distinguir a los estúpidos de los que no lo son, como la ley de oro de la estupidez. Y aprovecha su exposición para señalar un hecho muy relevante: que uno de los factores (el segundo) que determina el potencial nocivo de

Lo que hace peligrosos a los estúpidos es que a la gente razonable le es difícil imaginar su comportami­ento imprevisib­le

una persona estúpida procede de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad. Tras esta remarca, el historiado­r aborda la cuestión de fondo, que no es otra que la pregunta sobre dónde radica el poder de la estupidez. Y su respuesta aclara no pocos acontecimi­entos de la historia remota o reciente. Según Cipolla, lo que hace peligrosos y nocivos a los estúpidos es que a las personas razonables, que pueden entender la racionalid­ad perversa o maquiavéli­ca de un malvado, les resulta más difícil imaginar y entender el comportami­ento imprevisib­le del estúpido y, por eso, tienen menos armas para contrarres­tarlo. Así, a pesar de que el porcentaje de estúpidos tienda a mantenerse constante a lo largo de la historia, su poder destructiv­o, su capacidad de llevar a un país a la ruina cuando tienen poder es variable y depende de la composició­n de la población de los no estúpidos. Aumenta cuando entre los que también están en el poder disminuye el número de individuos inteligent­es que procuran tener controlado­s los estúpidos y cuando entre quienes no lo están se dispara el número de incautos que pueden llegar a tomar la estupidez por astucia. Llegados a este punto, la decadencia parece inevitable. Esta es la teoría de Cipolla. Y tal vez conviene recordarla para que la escuchen tanto quienes tienen orejas como quienes prefieren reír que llorar.

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