De derechas y de Pontevedra
ANTÓN Losada empieza su libro sobre Mariano Rajoy (Código Mariano) con estas palabras: “Si es usted votante de derechas, le intriga. Si se declara usted votante de centro, le desconcierta. Si se identifica como votante de izquierda, le enerva. Se parece al dinosaurio del cuento de Monterroso. Te despiertas y sigue allí. Mariano Rajoy representa una incógnita que no sabemos bien cómo despejar. Compone un misterio tan inverosímil como la Santísima Trinidad o el recibo de la luz”. Rajoy ha estado presente en la vida política del país los últimos cuarenta años. Ha sido ministro de casi todo, antes de ser presidente del gobierno durante siete años. Nos hemos acostumbrado a sus giros discursivos, a sus enredos con las palabras, a su contundencia en las réplicas, a su aparición en el plasma. Nadie le puede discutir su condición de personaje, capaz de hacer de su simplicidad una personalidad compleja. Rajoy era único: recuerdo que una vez se me definió como de derechas y de Pontevedra. Lo segundo imagino que era una manera metafórica de decir que no se le tumbaba fácilmente.
Su gran decepción fue cuando, tras ser elegido candidato por José María Aznar, con quien acabaría no soportándose, no alcanzó la Moncloa por la pésima gestión del atentado del 11-M. Rajoy es un superviviente –incluso sobrevivió a un accidente de helicóptero–, pero sobre todo ha sido capaz de tumbar a sus rivales, especialmente los de su propio partido, que siempre son los más peligrosos. Nadie fue capaz de moverle la silla. Y cuando parecía que estaba más seguro que nunca en el cargo tras aprobar los presupuestos con el PNV, una moción de censura se lo llevó por delante. El gran gestor de los tiempos no supo responder a la celeridad de los acontecimientos. Ayer, anunció que se iba sin designar sucesor. Lo hizo emocionado ante la ejecutiva del PP, recordando que deja el país mejor que lo encontró. Y, cuando despertemos, el dinosaurio ya no estará allí.