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La retirada de Mariano Rajoy tras 37 años ocupando cargos públicos, y el desencuent­ro en materia migratoria entre la UE y el ministro italiano del Interior, Matteo Salvini.

LA ausencia del nuevo ministro italiano del Interior, Matteo Salvini, de la reunión que los titulares de esta cartera de la Unión Europea celebraron ayer para intentar desbloquea­r la reforma del sistema de asilo común, estancada por las reticencia­s de algunos países a acoger cuotas de inmigrante­s, ha sido el primer síntoma de la que será la política del nuevo Gobierno italiano respecto de la inmigració­n.

La reunión evidenció que se está muy lejos de llegar a un compromiso y que este difícilmen­te se alcanzará en la cumbre europea de los días 28 y 29.

Salvini no acudió a Luxemburgo, pero el domingo ya fue taxativo ala firmar que“Italia y Sicilia no pueden ser el campo de refugiados de Europa”, expresando su rechazo al actual estado de la negociació­n sobre la reforma europea del asilo. Y ayer, en la presentaci­ón ante el Senado de su programa de gobierno, el primer m in istroGiuse­p pe Con te reiteró que Italia quiere un sistema “automático y obligatori­o” de reparto y calificó de fracaso la política migratoria de la Unión Europea. El nuevo Gobierno italiano ha anunciado su intención de trabajar con el primer ministro húngaro, el xenófobo euroescépt­ico Viktor Orbán, “para cambiar las reglas de la Unión Europea sobre inmigració­n”.

La paradoja es que mientras Hungría se opone frontalmen­te a cualquier cuota obligatori­a de reparto de peticionar­ios de asilo y anuncia que la vetará en el Consejo Europeo, Italia, junto con Grecia, exige un reparto equitativo y obligatori­o. Es decir, el día y la noche.

Dos años lleva la UE negociando la reforma del tratado de Dublín que rige la norma sobre el asilo en la Unión y que prevé que el país por donde entra el inmigrante es el que debe tramitar la solicitud de asilo. Ello penaliza a estados como Italia, Grecia y España. La última propuesta para repartirla carga migratoria no prevé asignar cuotas obligatori­as a los países, pero a cambio permitiría otras medidas de apoyo, como asignar fondos de ayuda o facilitar expertos.

Los países del Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia), más Austria y ahora con Italia, defienden la mano dura, la repatriaci­ón masiva. Pero mientras el bloque del Este rechaza toda cuota obligatori­a, los países del sur, con Italia a la cabeza, piden que el reparto sea permanente. Alemania y Francia defienden, excepto en caso de crisis, mantener el sistema actual. Demasiadas diferencia­s y demasiado importante­s para pensar en un acuerdo de aquí a final de mes.

Lo cierto es que las fuerzas con un programa antiinmigr­ación ya no son una minoría aislada en la Unión Europea. Empiezan a formar un bloque sólido contra el que el resto de los Veintiocho deberá enfrentars­e. Y la nueva alineación de Italia no ayuda.

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