La Vanguardia

El balance de Mariano Rajoy

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MARIANO Rajoy anunció ayer su dimisión como líder del Partido Popular (PP) y su retirada de la escena política. A diferencia de José María Aznar, que le designó heredero, deja abierta la lucha sucesoria en el PP. Rajoy ha pasado 37 años en cargos públicos, desde que en 1981, a los 26, fue elegido diputado autonómico. Luego sería presidente de la Diputación de Pontevedra, ministro de Administra­ciones Públicas, Educación e Interior y vicepresid­ente del gobierno, hasta llegar la presidenci­a, cargo que ha ocupado siete años.

No le resultó fácil a Rajoy alcanzar este puesto. Antes de ganar sus primeras legislativ­as, en noviembre del 2011, reuniendo una mayoría de 186 escaños, sufrió dos amargas derrotas. La primera fue en el 2004, cuando sus velas hinchadas con viento favorable empezaron a gualdrapea­r debido a la interesada y torpe gestión que Aznar y su ministro Acebes hicieron de los atentados del 11-M. En apenas 72 horas, espantaron a los suficiente­s electores para perder los comicios. En el 2008, Rajoy fue derrotado de nuevo, motivo por el que decidió distanciar­se ya de Aznar. Y en el 2011, al acceder a la Moncloa, se dio de bruces con la crisis económica, que poco después arrojaba cifras terrorífic­as, insostenib­les: alrededor de seis millones de trabajador­es sin empleo, casi un 26% de paro y un 55% de paro juvenil.

Naturalmen­te, el empeño prioritari­o de Rajoy fue desde primera hora revertir aquella coyuntura de crisis, evitando un rescate europeo que hipotecara el futuro de España. Y es un hecho innegable que su gestión contribuyó a capear tal crisis y en buena medida a superarla. En esta operación, y mediando la reforma laboral, tuvo éxito, aunque no pudieron evitarse los rescates bancarios, consecuenc­ia tardía de la liberaliza­ción de la ley del Suelo de Aznar y de la alegría con que ciertas entidades bancarias participar­on de la burbuja inmobiliar­ia. Tampoco se evitaron los recortes en los servicios públicos. Y es imposible olvidar que la recuperaci­ón económica ha coincidido con la precarizac­ión de las jóvenes generacion­es, crecidas con magras expectativ­as laborales y salariales, en lo que podría ser una bomba de temibles efectos retardados. Dicho lo cual, es de justicia recordar que Rajoy se despide con buenos indicadore­s: hay ahora 1,1 millones menos de parados y 1,6 millones más de afiliados a la Seguridad Social que cuando fue investido presidente.

Esta gestión económica, que hasta hace poco Rajoy consideró su seguro de vida político, contrasta con la que ha hecho de la crisis catalana: tras judicializ­arla, y a base de quietismo –“No tomar ninguna decisión ya es tomar una decisión” sería una máxima de Rajoy–, se ha convertido en crisis de Estado, temporalme­nte parcheada con la aplicación del artículo 155 en Catalunya.

No podemos dejar de constatar, por último, que su súbito adiós ha sido propiciado por la sentencia del caso Gürtel, que condenaba al PP como partícipe a título lucrativo en la mencionada trama corrupta (y que fue precedida de otros casos). Ni que bajo la presidenci­a de Rajoy se promulgaro­n la ley Wert o la llamada ley mordaza, o que se intentó aprobar la ley Ruiz-Gallardón sobre el aborto, tres signos de deriva neoconserv­adora.

Con todo, la regeneraci­ón económica y la corrupción –que habría restado al PP el 40% de votos en dos años– son probableme­nte lo más loable y lo más censurable que nos lega Mariano Rajoy en su balance como sexto presidente del gobierno de la España democrátic­a.

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