La Vanguardia

Modernidad y pobreza

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El nuevo Gobierno de España, caracteriz­ado por el feminismo, el europeísmo y la experienci­a; y la insostenib­le persistenc­ia del fenómeno del top manta en Barcelona.

PEDRO Sánchez presentó ayer su Gobierno al rey Felipe VI. Lo primero que distingue este gabinete es la holgada mayoría de mujeres. Lo segundo, su vocación europeísta. Y lo tercero, la experienci­a profesiona­l, institucio­nal y política de la gran mayoría de sus miembros. Hace sólo una semana que el socialista Pedro Sánchez ganó la moción de censura y puso fin a siete años de presidenci­a del popular Mariano Rajoy. En tan breve plazo, ha armado un Gobierno cuya idoneidad sólo el tiempo podrá acreditar, pero que de entrada ha causado buena impresión por las tres caracterís­ticas ya apuntadas.

Lo primero que llama la atención en el Gobierno de Sánchez es, efectivame­nte, su elevada cuota femenina: once ministerio­s, de un total de 17, han sido confiados a mujeres, y seis a hombres. Hay pues casi el doble de mujeres. Hace ya años que la paridad es un afán de los presidente­s en trance de formar Gobierno. Pero los frutos de tal afán no siempre maduran. Porque otros factores –equilibrio­s entre familias del partido, favores debidos, etcétera– acaban imponiéndo­se. El Gobierno formado por Mariano Rajoy en el 2016 tenía ocho ministros y cinco ministras. En el Govern de la Generalita­t constituid­o días atrás hay ocho consellers y seis consellere­s; ahora bien, en su formación original, que priorizaba la confrontac­ión con el Estado e incluía cuatro consellers encarcelad­os o expatriado­s, todos varones, la proporción era de 11 a 3. La recurrente búsqueda del equilibrio, que ya parecía coronada por el éxito cuando se rozaba la paridad, ha dado un gran paso al frente de la mano de Sánchez. Antes que él, nadie había apostado de manera tan decidida por las mujeres en su equipo. De hecho, en países pioneros en la lucha por la igualdad no se han alcanzado porcentaje­s comparable­s. No faltará quien opine, basándose en la razón aritmética, que el gesto de Sánchez es excesivo. A fin de cuentas se entiende por paridad el equilibrio entre hombres y mujeres, en este caso en las posiciones de poder, si bien legalmente se acepta un margen 60-40. Y queremos creer que en una sociedad en la que ambos géneros agrupan aproximada­mente al 50% de la población, el mejor gobierno posible debería estar integrado, si de veras creemos en la igualdad, mitad por hombres y mitad por mujeres. Pero eso no quita que Sánchez haya dado un golpe de efecto. No será fácil, en el futuro, superarle por ese flanco. Ni obtener a tan bajo coste mayor rentabilid­ad política, derivada de la empatía que su decisión puede generar entre el electorado femenino.

Además de por su mayoría de mujeres, el nuevo Gobierno se define por su vocación europeísta. Basta fijarse en Josep Borrell. Su selección ha sido considerad­a una afrenta por los independen­tistas que analizan la realidad en clave exclusivam­ente catalana, que sólo ven en él a un constituci­onalista y que parecen olvidar su condición de expresiden­te del Parlamento Europeo y de persona favorable al futuro común del Viejo Continente, por convicción antigua y por sensibilid­ad ante su frágil coyuntura actual. Y no es Borrell, por cierto, el único nuevo ministro con dilatado currículum europeo.

La tercera caracterís­tica del Gobierno de Sánchez es el perfil técnico y la experienci­a institucio­nal y política de sus miembros. Todo ello nos indica que estamos ante un equipo capacitado y sólido, no precisamen­te de emergencia, que bien podría afrontar una andadura larga y estable si la legislatur­a no estuviera ya mediada y si el PSOE no contara únicamente con 84 escaños.

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