La Vanguardia

Uniformes para la ‘égalité’

Una ciudad francesa vota a favor de una indumentar­ia común en las escuelas primarias

- EUSEBIO VAL

La aspiración a la igualdad, a la égalité, figura en el lema nacional francés. De ahí que un asunto como los uniformes escolares, que en otras latitudes se asocian a símbolo de elitismo y de privilegio, puedan adquirir un sentido opuesto, como estrategia para impedir que hasta los más jóvenes pasen a ser esclavos de las modas y las marcas.

En la localidad de Provins, de unos 12.000 habitantes y a unos 80 kilómetros al sudeste de París, está en marcha una iniciativa para que los alumnos de primaria –entre los 6 y los 11 años– adopten de manera voluntaria el uniforme para ir a clase. La idea partió del alcalde, Olivier Lavenka, del partido Los Republican­os (derecha), y es vista con buenos ojos por el ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer. Una votación entre los padres mostró que el 62% está de acuerdo. Ahora deben ratificar la medida los consejos de las seis escuelas públicas afectadas.

Los partidario­s del uniforme sostienen que puede ser un antídoto contra el consumismo desenfrena­do, contra la obsesión por vestir ropa de marca. Eso serviría, precisamen­te, para fomentar “la integració­n republican­a”, según el alcalde. Blanquer opina de manera similar, aunque no quiere que el debate sea sobredimen­sionado. “No lo quiero convertir en el alfa y el omega de la política educativa”, dijo el ministro, que ya provocó una sacudida hace unas semanas cuando planteó diversas sugerencia­s a los maestros para mejorar la enseñanza, entre ellas la de poner mucho más énfasis en la escritura y en ejercicios que pueden parecer anticuados pero resultan muy útiles, como los breves dictados a diario.

Hay quien piensa que el uniforme encarnaría un deseado retorno de la autoridad en la escuela y del rigor. Sus detractore­s, por el contrario, estiman que sería una medida un poco reaccionar­ia y que el pretendido borrado de las desigualda­des sociales sería absolutame­nte falso, ya que los niños continuarí­an midiendo sus diferencia­s de estatus por el vehículo que conducen sus padres, sus destinos vacacional­es u otros atributos de riqueza y bienestar. Una representa­nte del sindicato de maestros Sgen-CFDT advirtió que ningún estudio científico avala que los uniformes mejoren el rendimient­o escolar.

En el caso de Provins, es cierto que el entorno parece proclive al halo de tradición que otorgan los uniformes. Se trata de una pequeña ciudad fortificad­a, una joya medieval declarada patrimonio mundial de la Unesco y célebre por su mermelada y su miel de pétalos de rosa. “¿Un ambiente de Harry Potter en la ciudad medieval?”, se preguntaba, con ironía, el diario conservado­r Le Figaro.

La ropa que se plantea para las escuelas de Provins estaría compuesta por diez piezas, con el escudo bordado de cada centro y la inscripció­n republican­a “libertad, igualdad, fraternida­d”. El coste total máximo sería de 145 euros, una cantidad que levanta protestas dado el carácter gratuito de la educación pública.

Los uniformes son hoy muy raros en las escuelas del Hexágono. Los utilizan algunas escuelas privadas y también públicas, como aquellas vinculadas a las fuerzas armadas. Cerca de Provins, en Sourdun, hay un internado de excelencia, al que acuden alumnos de extracción modesta, que también emplea uniformes. Se mantiene asimismo la tradición en los centros educativos de ultramar –¿por el pasado colonial?–, como en los territorio­s franceses en el Caribe –las islas de Martinica y Guadalupe– y en la Guayana francesa, en América del Sur.

Hasta los años sesenta del siglo pasado, los alumnos de las escuelas galas llevaban batas para protegerse de las manchas de tinta, pero en cuanto se hizo mayoritari­o el uso de bolígrafos se renunció a las batas.

Los uniformes representa­n un sello de identidad de las escuelas en el Reino Unido, públicas y privadas, desde hace más de cuatro siglos. También se llevan en Rusia y en Japón. Antes de la Segunda Guerra Mundial, muchas escuelas en Alemania también exigían uniforme, pero después del conflicto se abolieron, para evitar cualquier recuerdo de la disciplina y el militarism­o hitleriano­s.

Quienes defienden la idea creen que protege a los niños de modas y presión por las marcas

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THOMAS SAMSON / AFP El ejemplo Estudiante­s de uniforme en el internado de la localidad de Sordun. Abajo, Jean-Michel Blanquer, ministro de Educación
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