La Vanguardia

“Mi religión me obliga a ello”

- Quim Monzó

El domingo hubo partido de fútbol entre Túnez y Turquía, uno de esos amistosos que juegan las seleccione­s estatales de cara al Mundial que se disputará en Rusia a partir del jueves de la semana que viene, día de san Proto, mártir.

Pero sucede que precisamen­te estos días es Ramadán, el noveno mes del calendario de los musulmanes, a lo largo del cual los practicant­es de esa fe ayunan cada día, desde el alba hasta que el sol se pone. No pueden comer, beber o fornicar hasta la hora en que oficialmen­te llega la noche. Incluso para los que de fútbol no sabemos mucho, es fácil entender que esas condicione­s no son ideales para la práctica deportiva. Si ya a veces es difícil ponerte delante del ordenador cuando hace horas que no has comido nada, imagínense tener que desplegar toda la potencia y la agilidad físicas cuando llega la noche y no has comido nada desde antes de que se levantara el sol.

Es por este motivo que, en el mencionado partido, llegados al minuto 48 de juego, el portero tunecino, Moez Hassan, cayó al suelo lesionado (en cursiva, por favor). ¿La falta de nutrientes, la debilidad, le provocaron un desfalleci­miento

El Ramadán comporta problemas físicos a algunos futbolista­s que se preparan para el Mundial de Rusia

que propició la lesión? El hombre decía que le dolía el brazo izquierdo. Saltaron al campo los servicios de asistencia, pero no se recuperó enseguida. Para aprovechar el rato, el resto de jugadores se fueron al banquillo a beber agua y a devorar barritas energética­s y dátiles, algo que se agradece cuando hace más de doce horas que no bebes ni comes nada.

Que la lesión de Hassan tuviera lugar en el minuto 48 del partido no es casual. Era justo el momento en que, de forma oficial, se rompe el ayuno sagrado y los musulmanes pueden volver a beber y a comer (y a follar, pero en medio de un partido no estaban por eso). Que se trata de una estrategia está claro porque, días antes, en otro encuentro, aquella vez contra Portugal, hicieron lo mismo. Que sea el portero quien siempre se lesiona (en cursiva, por favor) también tiene lógica. No porque sea el jugador que menos corre de un lado a otro del campo sino porque el reglamento indica que, si se hace daño, no pueden sacarlo del terreno de juego y el partido queda parado hasta que se haya repuesto.

A mí me parece la mar de bien que los jugadores de fútbol sigan el régimen alimentici­o que prefieran. Tanto me da que en la mesa sean macrobióti­cos, carnívoros, veganos, frugívoros, flexitaria­nos o apasionado­s del canibalism­o. Pero que una estrategia tan evidente les funcione en el campo de fútbol me deja pasmado. Si se le ve el plumero, a cualquier jugador que hace comedia (los que se tiran a la piscina, por ejemplo) lo amonestan enseguida. En cambio, al portero tunecino no, ninguna de las veces que repite la farsa. ¿Por qué? Porque se trata de una hipocresía asumida. Con la excusa de las creencias, algunos deportista­s mantienen ayunos demenciale­s y las autoridade­s deportivas no se atreven a decirles nada. ¡Pobres de ellas si pisaran algún callo religioso! Me encantaría una religión que obligara a sus fieles a tomar betametaso­na, a ver qué pasaría.

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