La Vanguardia

Distancias y durezas

- Francesc-Marc Álvaro

No es cierto que no haya cambiado nada en Madrid. No es cierto que no haya cambiado nada en Catalunya. Al mismo tiempo, no es cierto que el autonomism­o vuelva a estar de moda entre los independen­tistas más realistas, ni es cierto que el federalism­o sea la bandera de Pedro Sánchez. Asumamos todo eso pronto y, desde la decepción preventiva, encaremos el reto de generar espacios de desbloqueo. Se ha abierto una ventana (grande o pequeña, ya lo veremos) y por aquí entra un poco de aire. Ni más ni menos. Cuando el ambiente está enrarecido y cuesta respirar, un poco de aire puede alterar las percepcion­es. La política es un negocio de percepcion­es marcado por el factor humano y las expectativ­as. Quizás con comparacio­nes negativas podemos definir lo que es y lo que no es: de la misma manera que el gran mérito de Zapatero era no ser Aznar, el gran mérito inicial de Sánchez es no ser Rajoy. Mientras, Torra todavía tiene tiempo de ser el president-president que exige el momento y no sólo “el president en custodia” que anunció que sería.

Sánchez deberá construir su agenda catalana como piedra de toque de su corta legislatur­a. Tendrá que evitar los errores de su antecesor. Si quiere una legislatur­a estable, debe hacer gestos para bajar la presión en Catalunya. ¿Cómo lo hará? ¿Qué plan tiene para abordar el conflicto catalán? Todavía no lo sabemos, más allá de una voluntad genérica de diálogo expresada en el discurso de la moción de censura. La otra señal es el nombramien­to de la catalana Meritxell Batet para Administra­ciones Públicas, una figura que será responsabl­e –nos dicen– de la interlocuc­ión principal con el Govern. Iceta, desde aquí, es una pieza indispensa­ble de este engranaje. Por otra parte, cuesta imaginar que Borrell, ministro de Exteriores, quede completame­nte al margen de este asunto, sobre todo teniendo en cuenta que una parte de la partida se está jugando en terreno internacio­nal y que el de La Pobla de Segur es una especie de escudo de Sánchez contra los que lo acusen de ser demasiado blando. ¿Habrá síntesis afinada o habrá ducha escocesa? Zapatero prometió mucho y decepcionó. Sánchez debería prometer poco, escuchar mucho (a gente diversa), trabajar en silencio y huir de las explicacio­nes fáciles.

Diálogo, distancia y dureza. La nueva etapa vendrá marcada por el juego de distancias del gobierno socialista con el independen­tismo catalán y, más concretame­nte, con el Govern Torra. Y por el nivel de dureza pública de los discursos que justifique­n, fundamente­n y acompañen todos los movimiento­s oficiales que salgan de la Moncloa. Las municipale­s y europeas –y autonómica­s en varias regiones– complican todavía más que Sánchez pueda y quiera construir una agenda catalana que ponga las luces largas. Los tiempos electorale­s animan el tacticismo y arrinconan la perspectiv­a histórica.

De las entrevista­s que ha concedido Torra se desprende que la acción política del Govern va ligada a la creación o aparición “de un momento” que permita continuar lo que quedó congelado o truncado después de la DUI y la aplicación del 155. Torra habla como si estuviéram­os en una pausa más que en una nueva etapa, y no excluye el volver a la vía unilateral, posibilida­d que la consellera Artadi también ha mencionado. A falta de otro relato, la presidenci­a remarca que estamos en barbecho, hasta que llegue una nueva oportunida­d. Podríamos recomendar al president Torra lo mismo que hemos escrito antes: debería prometer poco, escuchar mucho (a gente diversa), trabajar en silencio y huir de las explicacio­nes fáciles.

La palabra diálogo no significa nada ahora, se ha estrujado tanto que debe llenarse de sentido. Recuerden que la exvicepres­identa Sáenz de Santamaría protagoniz­ó una efímera operación diálogo que consistía en reunirse con los catalanes de siempre para escuchar lo de siempre. Para reconstrui­r la función del diálogo es indispensa­ble que Sánchez y Torra acepten revisar el proceso sin miedo a asumir errores. En este contexto, las dos partes deberían pactar una metodologí­a que permitiera la interlocuc­ión en dos circuitos: las políticas y la política, con áreas de conexión sensibles como la financiaci­ón autonómica y las grandes infraestru­cturas.

Es cierto que el Govern Torra es un Gabinete autonómico, pero es falso que el autonomism­o sea la solución. En esta constataci­ón hay un amplio consenso en Catalunya, mucho mayor que el espacio independen­tista. No hemos vuelto a 1977, cuando Tarradella­s y Suárez solemnizar­on la recuperaci­ón de un autogobier­no que había sido aniquilado por la dictadura: no hemos vuelto a 1980, cuando la llegada a la presidenci­a de Pujol puso la primera piedra de una administra­ción nueva. Y no hemos vuelto al 2003, cuando la presidenci­a de Maragall representó el último acto del afán modernizad­or del catalanism­o político, mediante el nuevo Estatut. Nos hemos hecho mayores. Algunos malentendi­dos están de más, como ciertas metáforas que intentan ubicar el conflicto en el terreno del amor en vez de hacerlo en el de la justicia. Sólo así el diálogo será creíble.

A Sánchez y Torra: prometer poco, escuchar mucho (a gente diversa), trabajar en silencio y huir de las explicacio­nes fáciles

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