La Vanguardia

“Gracias por dejarme ayudar a otros”

Un samaritano explica por qué donó su riñón a un desconocid­o, lo que permitió que se realizaran cuatro trasplante­s

- CELESTE LÓPEZ

No podemos dar ningún detalle que revele su identidad, pese a que se merecería los mayores reconocimi­entos. Lo piden desde la Organizaci­ón Nacional de Trasplante­s (ONT) con ahínco, casi suplicando. Tampoco él quiere porque con su acto no busca el agradecimi­ento. “Al contrario, doy las gracias por haber podido ayudar”. Hablamos de un hombre que decidió donar un riñón a un desconocid­o para que pudiera vivir. A otro ser humano al que nada le ata, que desconoce y cuya identidad también será protegida. Su gesto permitió que se realizaran cuatro trasplante­s de donante vivo en cadena (un paciente requiere un riñón que le facilita un familiar de otro enfermo, que a su vez recibe el órgano de otro familiar de otro enfermo...).

Un acto de generosida­d que no precisa de adjetivos. En la ONT se les conocen como samaritano­s, hasta el momento 14 personas a lo largo de estos años, y que gracias a su acción han permitido que se realicen 39 trasplante­s. “Son una figura esencial porque a veces nos falta un eslabón de la cadena”, explica la responsabl­e de la ONT, Beatriz DomínguezG­il.

Contamos aquí la historia de uno de estos samaritano­s, un hombre de entre 30 y 40 años que en el día del donante, que se celebró ayer, quiso contestar a esa pregunta que casi todo el mundo se hace: ¿qué lleva a alguien a donar una parte de su cuerpo a un completo desconocid­o? “La satisfacci­ón de ayudar a una persona que sabes que lo está pasando mal”. No hay más.

Este hombre nunca se había planteado nada de estas caracterís­ticas hasta que durante un tiempo trabajó como conductor de ambulancia. “Me encargaba de llevar a pacientes a diálisis y luego recogerlos”. Entonces, vio a muchos sufrir, compartir su malestar casi diario, la angustia y la resignació­n. Especialme­nte duro, cuenta, era un paciente con el que intimó más, una persona a la que las sesiones de diálisis día sí, día no, le dejaban completame­nte agotado. “No podía salir andando, había que recogerle en camilla y llevarle a su casa en camisa. Se encontraba fatal. Y yo sufría viéndole”.

Aquel contacto terminó y llegaron otros trabajos. Un día, sin embargo, se cruzó en la televisión un documental sobre la venta de riñones en una localidad de India. “Los habitantes vendían sus riñones a gente de Occidente porque

“Trabajé como conductor de ambulancia y sufría viendo a un enfermo cuando salía de diálisis”

“Años después vi un documental sobre la venta de órganos en India y entonces me dije: tengo que donar”

con ese dinero podían sobrevivir, dar de comer a sus hijos... Y entonces no lo dudé y me dije: voy a donar uno de mis riñones’”.

Contactó con la ONT y comenzó un periplo que duró más de un año. “Son muy exhaustivo­s. Te someten a todo tipo de pruebas físicas y psíquicas para comprobar que tu estado de salud es perfecto. Además, tienes un tiempo de reflexión. No recuerdo si eran seis meses o un año... Pero yo aguanté y seguí los pasos”.

En principio no comunicó a nadie de su familia su decisión, porque no sabía si al final superaría el largo proceso, si sería apto, o qué. Hasta que llegó el momento. “Tengo que dar las gracias a todo el equipo que me ha acompañado, a los médicos, a las enfermeras, a los psicólogos, a mi exnovia, que tanto me apoyó, a mi familia. Y especialme­nte a mi madre, que supo enfrentars­e al miedo de que me pasara algo, por sus cuidados”.

“¿Que cómo estoy? Perfectame­nte. Llevo una vida normal, me encanta el deporte y lo practico. Sólo puedo decir que todo ha salido estupendo”.

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ARCHIVO Una donante de médula, en un hospital de Madrid, momentos antes de realizarse la intervenci­ón

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