El fútbol catalán ha muerto
Al CE Europa, fundado en 1907, tres temporadas en Primera División, le pasa lo que a Tierra Santa: demasiada historia para tan poco territorio. Al Europa, al CE Sabadell, al Palamós, al Figueres, al Lleida, al Júpiter... Ya no existe el fútbol catalán, existe el FC Barcelona, dueño del cortijo, y lo demás son cenas de fin de curso, de fin de siglo y fin de era.
El descenso de espectadores registrado esta temporada en el Camp Nou tiene algo de castigo bíblico. Primero desertaron los aficionados catalanes de los campos de Tercera, después los de Segunda, después los del RCD Espanyol y, ahora, convertido el fútbol catalán en un yermo, lo harán los barcelonistas, en tránsito de socios por parte de abuelo a consumidores televisivos.
–Bacallá a la llauna o filet de porc? Hace tres semanas, los 73 comensales inscritos en la cena de final de temporada del CE Europa tenían que elegir el segundo plato, habida cuenta que el lugar elegido para la ocasión era el teatro del Centre Moral i Instructiu de Gràcia –fundado en 1869– y no un taller de cocina artística de esos que a la que te descuidas asesinan los sabores a base de cebolla caramelizada.
En esas tres semanas, el club perdió al socio número 2, Carles Coll, abonado desde 1940, “un gran espòs, pare, avi, tiet, soci de l’Europa i un gran pastisser”, al decir de su entrañable esquela. La vida sigue y anteanoche, los 73 comensales celebraron los 111 años de historia del club con lo que se hace y se dice en estos casos: comer, beber y fijarse objetivos ambiciosos, como jugar al ataque, tirar de cantera o ganarse al barrio de Gràcia, tan dado al narcisismo vintage y tan cicatero con el club del barrio –cambien el barrio por el pueblo, la comarca o Lleida– que no alcanza ni a tiros los 500 abonos.
Tres socios recibieron la insignia a la fidelidad (75 años). No sólo al Europa sino a una forma de entender el fútbol que ya casi nadie disfruta en Catalunya –a diferencia de Madrid o el País Vasco– porque hemos privilegiado al Barça hasta convertirlo, sin pretenderlo, en un caballo de Troya que deja un reguero de estadios y campos vacíos, mitad mausoleos, mitad clubs de amigos de edad respetable sin ánimo de lucro.
Y lo curioso es que después cualquier aficionado catalán suele deshacerse en elogios del fútbol británico, tan apegado y enraizado, con unas fidelidades inquebrantables que nosotros hemos perdido. O dejado caer, abducidos por el Barça, cada días más caballo de Atila a rebufo de su exitoso ascenso a marca global.
Nos hemos cargado el fútbol de costellada a la hora del vermut. Y el domingo: Sant Andreu-Castellón.
Hemos privilegiado al Barça hasta convertirlo, sin pretenderlo, en el caballo de Troya del fútbol catalán