La Vanguardia

Regeneraci­ón fiscal

- Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor de la UPF y socio director de DS

Recienteme­nte he tenido la oportunida­d de explicar a alumnos de primaria qué son los impuestos y por qué hay que pagarlos. Una experienci­a gratifican­te que me ha obligado a explicar de forma sencilla algo que no lo es. A pesar de ello, no he tenido respuesta a algunas de sus preguntas.

En efecto; los oyentes entendiero­n con facilidad que los impuestos contribuye­n a una sociedad más justa y que nos permiten financiar la educación, la sanidad, la seguridad ciudadana, la limpieza de las calles, la construcci­ón de carreteras y un largo etcétera. Entendiero­n también que los impuestos nos acompañan en todo lo que nos rodea; pagamos impuestos por lo que consumimos, por el agua, el gas o la luz que utilizamos, por la entrada del cine, por el metro, por todo, vaya. Entendiero­n también que todos hemos de pagar impuestos; entendiero­n igualmente que quien más tiene o quien más gana, ha de pagar más que quien menos tiene o quien menos gana. Les expliqué que los impuestos se remontan a muchos siglos atrás; tanto, que incluso en la Biblia se hace referencia a los tributos. No les pude negar las revueltas sociales que en la historia se han producido con motivo de los mismos. Les hablé del legendario Robin Hood o de Al Capone, el mafioso americano que sólo pudo ser condenado por delito fiscal. Sin embargo, el tema se empezó a complicar cuando les dije que en el año 2014, y teniendo en cuenta el número de ciudadanos censados en España, la media de impuestos por ciudadano, sin tener en cuenta la tributació­n local y autonómica, fue, aproximada­mente, de 5.400 euros “per cápita”, es decir, 21.600 euros en el caso de una familia con dos hijos; media que es mucho mayor si el colectivo que se toma en considerac­ión es exclusivam­ente el de contribuye­ntes como tal. Ahí ya se empezó a “girar” la charla y aquello de la solidarida­d empezó a crujir.

Pero cuando me quedé sin respuesta fue cuando mis noveles oyentes me razonaron que si los impuestos son “buenos” para “todos” por qué hay tanta gente que no los paga refiriéndo­se a conocidos empresario­s, profesiona­les y políticos. Me sentí también atrapado porque no les pude dar ejemplos concretos de eficiencia en la gestión del gasto o de eficacia en las políticas públicas. Me di entonces cuenta de que la teoría es una y la práctica otra muy distinta; que la cultura tributaria y cívica es importantí­sima pero que, sin ejemplarid­ad pública y privada, de nada sirve. Me di cuenta de que, tras más de 40 años de experienci­a profesiona­l y docente, no supe darles ejemplos de verdadera transparen­cia pública. Sí supe decirles que países con gran cultura cívica y alto grado de ejemplarid­ad tienen bajos niveles de fraude. Y me marché triste al convencerm­e, una vez más, de que la gente paga por miedo y no por convencimi­ento y que es mucho el camino que nos queda por recorrer en cultura, transparen­cia y ejemplarid­ad. En eso sí que les convencí.

Hemos de avanzar en transparen­cia y ejemplarid­ad: hoy los impuestos se pagan por miedo

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