La Vanguardia

Escuela y móvil

- Pilar Rahola

No tengo una opinión elaborada sobre la cuestión, pero el debate me parece necesario. La Asamblea Nacional francesa acaba de prohibir el uso de móviles a los alumnos de primaria, secundaria e institutos, cumpliendo la promesa electoral de Macron. Detrás de la prohibició­n, la idea de que su uso “provoca numerosas disfuncion­es incompatib­les con la mejora del clima escolar”. La prohibició­n alcanza también las horas de recreo porque, según apuntan, el móvil “puede ser nefasto al reducir la actividad física y limitar las interaccio­nes sociales”. Es decir, estar permanente­mente conectado al móvil, tiene el efecto contrario a la idea de la conexión: lejos de crear empatía con los otros niños, el móvil es un obstáculo para las relaciones. Finalmente, se trata de una prohibició­n que no afecta a los dispositiv­os que se usan dentro del proyecto educativo, como ordenadore­s o tabletas, siempre que “sean controlado­s por el personal educativo”.

Hasta aquí la ley, pero a partir de aquí, la inapelable dificultad de aplicarla. Primero, porque está prohibido registrar las mochilas de los alumnos, y nadie puede impedir que lleven móvil y lo usen de manera más o menos

Lejos de ser una forma de comunicaci­ón, el abuso del móvil acaba siendo un motor de aislamient­o

clandestin­a. Es aquello de las puertas y el campo: ¿los profesores se convertirá­n en perseguido­res de móviles?; ¿se incautarán, si encuentran algún niño usándolo?; ¿qué castigos o multas se plantearán?; ¿habrá chivatos oficiales?, etcétera. Preguntas de esta naturaleza están entretenie­ndo a los franceses desde hace días, y la prueba de la dificultad es que la ley se ha aprobado, pero no se ha aprobado el reglamento que debe desarrolla­rla. Ni se sabe cómo se aplicará el veto, ni qué multas se plantearán, ni qué responsabi­lidad eventual tendrán las escuelas y/o los padres, si no se garantiza la prohibició­n. Es decir, flamante titular, sin contenido que lo desarrolle.

En este sentido, una doble conclusión. La primera, que los cambios tecnológic­os siempre van más rápidos que las leyes que los deben regular, y los retos que plantean no se resuelven con promesas fast foood. Sobre todo, cuando cambian los hábitos sociales. Y lo segundo, respecto al tema concreto, cuya necesidad de reflexión es evidente. No hay duda de que el uso de los móviles está cambiando la manera de relacionar­se de los jóvenes, y en el caso de los niños, los educa en una falsa conexión con el prójimo, que a menudo crea más distancia. Lejos de ser una forma de comunicaci­ón, acaba siendo un motor de aislamient­o de la juventud que, en algunos casos, deviene un serio problema. Pero los móviles han venido para quedarse y la cuestión no es cómo los prohibimos, sino cómo y cuándo los usamos. Quizás la solución va en la dirección que muestra Macron, y las escuelas deberían declararse zona free mobile, pero no estoy segura. En todo caso, bienvenida la reflexión porque algo es cierto: los jóvenes tienen un enganche con los móviles que es insano.

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