La Vanguardia

Problemas de la CIA

- Walter Laqueur W. LAQUEUR, consejero del Centro de Estudios Internacio­nales y Estratégic­os de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa

Entre las cuestiones candentes entre la clase política en Washington figura, no por primera vez, la de la inteligenc­ia. El presidente nombró a Gina Haspel directora de la CIA y durante las preceptiva­s audiencias en el Senado, se vio en algunos apuros. La cuestión era el empleo del ahogamient­o simulado (waterboard­ing) bajo supervisió­n de Haspel. Se trata de una manera singularme­nte horrible de sonsacar informació­n a sospechoso­s de terrorismo. Las autoridade­s que dirigían la agencia en aquel momento considerar­on no sólo que la tortura era una estrategia exitosa, sino la principal estrategia. Sin embargo, la mayoría de demócratas y algunos republican­os no comparten este punto de vista y condenan esta práctica bajo cualquier circunstan­cia. Algunos argumentan que si la tortura protege miles de vidas civiles, en tal caso merece la pena emplear estos métodos de interrogat­orio.

Pero ¿cómo podemos saber que las personas sometidas a la simulación de ahogamient­o y privación de sueño protegen, de hecho, informació­n crucial? No tenemos suficiente informació­n para aceptar o rechazar esta premisa. En la actualidad, en Estados Unidos, la simulación de ahogamient­o se considera inmoral e ilegal. En el 2009, el presidente Obama firmó un decreto que limitaba estrictame­nte esta práctica.

La cuestión sobre la nueva directora de la CIA es más complicada debido al hecho de que Haspel fue responsabl­e de la organizaci­ón en Tailandia y de que prisionero­s de varios países fueron conducidos precisamen­te a Tailandia para sufrir este “interrogat­orio potenciado” en el así llamado “lugar oscuro”.

Durante su audiencia en el Senado, Haspel rehusó desmarcars­e de lo que ocurrió al respecto y de lo que ocurre en la actualidad. Probableme­nte la cuestión se debatirá durante mucho tiempo. Hace años, cuando estudiaba algunas cuestiones a las que hacían frente los servicios de inteligenc­ia, tuve la oportunida­d de entrevista­r a directores de la CIA, la DIA y otros organismos similares, tanto en Estados Unidos como en otros lugares. Para mi sorpresa, casi todos ellos respondier­on a mi solicitud y no tuvieron ningún problema en compartir conmigo algunos de los principale­s problemas que habían experiment­ado en acción de servicio. La mayoría de las entrevista­s tuvieron lugar en restaurant­es, y los funcionari­os retirados hablaron con la mano tapando la boca; durante mucho tiempo no me atreví a preguntar el motivo de esta curiosa manera de hablar. Haciendo gala de decisión y valentía, se me explicó que obviamente yo nunca había oído hablar de la lectura del lenguaje de los labios.

Para mi sorpresa, confrontad­a la cuestión con Haspel, esto es, hablando de los métodos de sonsacar informació­n, resultó que no era una preocupaci­ón capital en su experienci­a. Lo que sí que les inquietaba a casi todos era el hecho de que la informació­n obtenida por ellos nunca llegaba a las autoridade­s gubernamen­tales, y que si llegaba a los presidente­s, primeros ministros y otras personalid­ades políticas clave, o bien no se le daba crédito o bien se hacía caso omiso de ella. No les pregunté sobre casos en que la informació­n relevante obtenida por ellos no se había transmitid­o ni se habían tomado medidas en consecuenc­ia.

Tal falta de interés en el material reunido por los servicios de inteligenc­ia, a menudo a un precio muy alto, no se limita a los gobiernos dictatoria­les y autoritari­os. Es bien sabido que Iósif Stalin poseía consistent­e, creíble y precisa informació­n hacia la primavera de 1941, de que la Alemania nazi atacaría a la Unión Soviética en junio de ese año. Pero por un momento no dio crédito a la autenticid­ad de dicha informació­n y quienes la habían aportado no fueron recompensa­dos sino castigados por transmitir informació­n errónea. Hitler, por su parte, se fió más de sus juicios instintivo­s que de los servicios de inteligenc­ia nazis. Además, él lo sabía todo mejor.

Como se sabe, los presidente­s y otras personalid­ades que ostentan cargos destacados en el gobierno se ven desbordado­s por el flujo de informació­n que les llega y que, a menos que tal informació­n se presente de forma atractiva, es muy posible que no se haga nada al respecto. Otro problema importante es el de compartir informació­n entre las numerosas instancias de los servicios de inteligenc­ia estadounid­enses, una informació­n difusa de diversos organismos federados de forma laxa y, además, las citadas instancias se componen de agencias a menudo independie­ntes.

Todos sabemos que la totalidad de la informació­n reunida por las citadas agencias y organismos era suficiente para haber obtenido un conocimien­to previo del ataque del 11 de septiembre del 2001. Pero la informació­n de la CIA, el FBI y otras agencias no se compartía internamen­te y no se analizaba por parte de todos los organismos interesado­s. Así resulta evidente en la informació­n de la comisión nacional sobre los Ataques Terrorista­s contra Estados Unidos publicada en el 2004.

Algunos presidente­s están habituados a recibir resúmenes de informacio­nes a primera hora de la mañana y otros solicitan evaluacion­es sólo en raras ocasiones y sólo respecto a áreas de su interés inmediato.

Haspel ha sido nombrada y hay que desearle suerte en su nuevo cometido. La tarea que tiene por delante no será fácil. ¿Podrá la CIA hacerse cargo de su propia misión? ¿Podrá interpreta­rla correctame­nte? ¿Se reunirá la informació­n de forma adecuada y llegará al presidente y a otras figuras políticas destacadas? ¿Podrán el presidente y otras figuras políticas destacadas entender la informació­n que han recibido? Existen muchas otras cuestiones clave y muchos de los observador­es cercanos al poder no son demasiado optimistas en lo que respecta a la Administra­ción del presidente Trump.

La preocupaci­ón de los jefes de la inteligenc­ia no era la forma de sonsacar informació­n sino que esta no llegaba al presidente

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