Cuestión de válvulas
Hay un cuento de Pere Calders que resulta muy pertinente en estos tiempos tan movidos. Se titula Exceso de presión y, como es muy corto, pido la benevolencia del lector para transcribirlo prácticamente entero. Dice:
“En plena junta directiva, el presidente se levantó de su butaca y dijo:
–Señores, no hace falta que hablemos más porque tengo toda la razón.
El secretario, asustado, le preguntó: –¿De verdad? ¿Toda?
–Sin lugar a dudas.
–¡Pues evacuemos inmediatamente la sala! –gritó el secretario. Y añadió–: ¡Estallará de un momento al otro!
Empujando a los concurrentes hacia la salida, les echó a todos justo en el momento en que se producía una fuerte explosión.
‘¡Pobre señor presidente!’, dijo el secretario, sacudiéndose trozos de techo y de pared. ‘Tenía mucho carácter, pero en su escasa estructura física no cabía toda la razón. Le ha faltado una válvula’.”
Me pregunto si no es eso, más o menos, lo que le ha ocurrido al Gobierno de Mariano Rajoy. No quiero hacer leña del árbol caído, pero me parece que la extraordinaria convergencia de fuerzas políticas que ha permitido el éxito de la moción de censura de Pedro Sánchez no se habría producido si no hubiera sido por la tendencia del PP a querer tener siempre toda la razón y, por consiguiente, a negársela a todos los demás partidos. El nuevo Gobierno, ahora, puede cometer muchos errores, pero dudo que caiga en este. Sabe que necesita válvulas de seguridad.
Seguramente Pedro Sánchez, de haber podido, habría elegido una manera diferente de llegar a la Moncloa, con otros apoyos y en otras condiciones. Pero ya se sabe, estas cosas no se escogen. Los trenes pasan cuando pasan y a él le ha tocado subir sobre la marcha, con ochenta y cuatro diputados y con el apoyo de un puñado de partidos con los que el PSOE tiene diferencias de criterio sobre cuestiones de gran calado.
El PP lo explotará al máximo. Ya lo ha empezado a hacer. Ciudadanos, si se recupera del estado de shock en el que se encuentra, también. Es natural. La debilidad de Sánchez y las contradicciones de las fuerzas que le han llevado a la Moncloa pueden ser una mina para la oposición.
Pero Sánchez lo puede convertir en un hecho positivo. Si hace de la necesidad virtud, su debilidad puede ser una ventaja. Le obligará a negociar, a ensanchar la base de todo lo que haga. Le proporcionará una excusa para rebajar las expectativas y para buscar la aproximación con los otros partidos. Le empujará a hacer política de Estado, que en este momento puede venir muy bien.
Con el PP, la unidad de España era una cuestión de fe. Es decir: de ortodoxos contra heterodoxos, de creyentes contra infieles. La ley era sagrada: sólo se podía estar a un lado o al otro. El resultado ha sido la judicialización, los encarcelamientos, etcétera. El nuevo Gobierno deberá reconducir el litigio catalán por los caminos de la política. Es decir, de la gradualidad, de los matices. Respetando las leyes, por supuesto. Pero levantando un poco la mirada y teniendo en cuenta no sólo la letra, sino también el espíritu de las leyes. Antes todo era relativamente simple: el problema es que era simple para ambos lados y conducía
En Madrid ya no gobiernan los que hacían tan fácil decir que no valía la pena explorar ninguna fórmula de convivencia
al choque. Ahora será más complicado, mucho más complicado, pero puede abrir un camino común.
No me engaño: la desjudicialización es muy difícil y el diálogo estará sembrado de obstáculos. Pero la coalición del 155 está finiquitada. Con los presupuestos, ya hemos visto que el PP no actúa igual en el gobierno que en la oposición. Oiremos palabras altisonantes. El PP, Ciudadanos y una buena parte de la prensa de Madrid pondrán el grito en el cielo. La mínima concesión será considerada un crimen de lesa patria. Pero se creará una nueva dinámica, y en política las dinámicas son cruciales. Pedro Sánchez, Josep Borrell y Meritxell Batet tienen una idea de España muy diferente de la de Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y Dolors Montserrat. Iceta no es Albiol. En Catalunya hay mucha gente –de una parte y de la otra– que quiere volver a la normalidad. Un nuevo tono puede hacer mucho para rebajar la sobreexcitación de los últimos meses. Como mínimo se conseguirá aquello de la vieja broma de barra de bar: “¡Camarero, cámbieme de borracho, por favor!”. Caras nuevas. Aire fresco.
Carles Puigdemont y Quim Torra deberán adaptarse a la nueva situación. En Madrid ya no gobiernan aquellos personajes que hacían tan fácil decir que no valía la pena explorar ninguna fórmula de convivencia. Quizás pensarán que contra Rajoy vivían mejor. Pero es inútil, Rajoy no volverá. Ahora deberán entenderse con un Gobierno con sensibilidades muy diferentes, pero no lo podrán acusar de carca, ni de cerrar la puerta al diálogo.
Los dioses de la democracia son más sabios de lo que parece. A conflicto bloqueado, renovación de los interlocutores. La fotografía que no se supieron hacer Rajoy y Puigdemont, se la harán Sánchez y Torra. A ver cómo sale. Merecen un voto de confianza. ¡Suerte!