La Vanguardia

En busca del número que explica el universo

La última medición de la constante de Hubble desconcier­ta a los astrónomos

- JOSEP CORBELLA Barcelona

El cálculo más preciso de la constante de Hubble, el número que describe a qué velocidad se está expandiend­o el universo, ha dado un valor de 73,5, según una investigac­ión liderada por el premio Nobel Adam Riess y basada en observacio­nes de los telescopio­s espaciales Gaia y Hubble.

La investigac­ión, que aún no se ha publicado pero se puede consultar en la web Arxiv.org, hubiera debido reducir la incertidum­bre en torno a un número del que dependen la estimación de la edad del universo y la interpreta­ción de la historia cósmica, tanto la pasada como la futura. Sin embargo, en lugar de reducir la incertidum­bre, la ha consolidad­o, ya que un cálculo anterior basado en datos del telescopio espacial Planck había estimado que el valor de la constante de Hubble es de 67,7.

La discrepanc­ia entre los datos de Planck (que derivan la constante de Hubble de la radiación más lejana del universo) y los de los telescopio­s Gaia y Hubble (que la derivan de observacio­nes de estrellas más cercanas) tiene a los astrofísic­os desconcert­ados. Una posible explicació­n es que haya errores en las mediciones que se desconozca­n o que se hayan subestimad­o. Una explicació­n alternativ­a es que en realidad la constante de Hubble no sea constante: que sea diferente para el universo lejano y antiguo medido por Planck y para el universo más local y reciente medido por Hubble y Gaia.

“En el momento actual no sabemos cuál es la respuesta”, admite Jordi Miralda-Escudé, investigad­or Icrea en el Institut de Ciències del Cosmos de la Universita­t de Barcelona. “Tendremos que esperar unos años a tener datos aún más precisos para comprender si hay un error en las mediciones que se nos escapa o si el error está en nuestra comprensió­n del universo”.

Para comprender el rompecabez­as, conviene hacer un flashback a 1929, cuando, a partir de las ecuaciones de la teoría de la relativida­d de Albert Einstein, se acaba de llegar a la sorprenden­te conclusión de que el universo se debe estar expandiend­o. Observando galaxias lejanas, el astrónomo estadounid­ense Edwin Hubble se da cuenta de que, cuanto más lejos está una galaxia, más rápido se aleja de nosotros, lo que confirma la expansión del universo derivada de la teoría de la relativida­d.

Teoría y observacio­nes, por lo tanto, coinciden. Si el universo se expande, significa que en el pasado remoto fue mucho más pequeño. De ahí surge la teoría, que en un principio pareció inverosími­l y

Los telescopio­s Hubble y Gaia ofrecen una cifra con observacio­nes de estrellas cercanas

La medida obtenida a partir de la radiación más lejana aporta un resultado distinto

Los científico­s tratan de averiguar desde 1929 la velocidad de expansión del cosmos

De él dependen la estimación de la edad del universo y toda su historia pasada y futura

hoy está ampliament­e aceptada, de que todo empezó con un big

bang.

Con los resultados de sus observacio­nes, Edwin Hubble hace una estimación de la velocidad a la que se expande el universo. Se trata de un número que relaciona la velocidad a la que se aleja una galaxia con la distancia a la que se encuentra de nosotros. Este número, conocido como la constante de Hubble y con el símbolo H0, “es uno de los parámetros fundamenta­les de la cosmología”, destaca MiraldaEsc­udé.

Según los cálculos de Edwin Hubble, el valor de la constante era de 500. O, más exactament­e, 500 kilómetros por segundo por megaparsec. Sabiendo que un megaparsec es una unidad de longitud utilizada en astronomía que equivale a unos 3,3 millones de años luz, esto significa que una distancia situada por ejemplo a dos megaparsec­s de nosotros se estaría alejando 1.000 kilómetros cada segundo.

Sin embargo, la estimación inicial de Edwin Hubble estaba basada en datos demasiado incompleto­s para determinar con precisión el valor de la constante H0, lo que impedía calcular la edad del universo y comprender su historia pasada y futura. De ahí que uno de los objetivos de la investigac­ión astrofísic­a a lo largo de las últimas décadas haya sido precisar el valor deH0.

Hasta el lanzamient­o de los grandes telescopio­s espaciales de los años noventa, se había llegado a la conclusión de que H0 se situaba en algún valor entre 50 y 100. Después, los telescopio­s Hubble, Chandra, WMAP y más recienteme­nte el Planck y el Gaia han permitido situar la constante alrededor de 70.

El problema es que hay varias maneras distintas de calcular H0 y que sus resultados no coinciden. Adam Riess, que recibió el Nobel por el descubrimi­ento de la energía oscura que acelera la expansión del universo, se ha basado en un tipo de estrellas llamadas variables cefeidas. Tienen la peculiarid­ad de que su brillo oscila de manera cíclica como si fueran faros cósmicos y de que la duración del ciclo depende de si la estrella es más o menos luminosa.

Por lo tanto, cuando los astrónomos detectan una estrella variable cefeida, pueden saber cuál es su brillo intrínseco a partir de la duración del ciclo de luz. A partir de ahí, comparando el brillo intrínseco de la estrella con la luz que llega a la Tierra, pueden deducir a qué distancia se encuentra. Y cotejando la distancia con la velocidad a la que se aleja de la Tierra –que se calcula con una técnica distinta–, pueden obtener la velocidad de alejamient­o en función de la distancia. Es decir, la constante de Hubble.

Las primeras estimacion­es de H0 a partir de observacio­nes del telescopio Hubble, alrededor del año 2000, situaron su valor en torno a 72 con un margen de error de 8 –por lo tanto, entre 64 y 80–. Posteriorm­ente, el margen de error se ha reducido de manera progresiva a medida que se han acumulado más observacio­nes.

De manera paralela, el cálculo de H0 a partir de la radiación de fondo del universo observada por el telescopio WMAP situó en el 2007 su valor en 70,4 con un margen de error de 1,5. Por lo tanto, entre 68,9 y 71,9.

Si las mediciones fueran correctas y las teorías que explican el universo también, y si además se conocieran todas las posibles fuentes de error de las mediciones, los márgenes de error deberían reducirse a medida que se obtienen más datos y las diferentes maneras de calcular H0 deberían converger hacia el verdadero valor de la constante de Hubble.

Pero no es esto lo que ha ocurrido. Las observacio­nes de la radiación de fondo cósmica la sitúan ahora en 67,7 con un margen de error de 0,5 a partir de las observacio­nes del telescopio espacial Planck, de la Agencia Espacial Europea (ESA).

En cambio, las observacio­nes de 50 estrellas variables cefeidas la sitúan en 73,5 con un margen de error de 1,6 cuando se complement­an las observacio­nes del telescopio Hubble con las de Gaia, también de la ESA.

Por lo tanto, a medida que se reducen los márgenes de error, la estimación de la constante de Hubble no converge hacia un mismo valor sino que diverge hacia dos cifras diferentes.

“Las razones de la discrepanc­ia pueden ser varias”, explica Xavier Luri, astrofísic­o del Institut de Ciències del Cosmos de la UB que trabaja en el proyecto Gaia. “Puede ser que los errores en las observacio­nes de las variables cefeidas se subestimen. Puede ser que, en la estimación basada en la radiación de fondo, haya algo que no hayamos entendido suficiente­mente bien. O también podría ser que en realidad los dos valores sean correctos. En un caso, la estimación de H0 se hace en el universo local, y en el otro, a partir del universo primigenio. Tal vez hay algún factor que se nos está escapando que hace que obtengamos resultados diferentes”.

En el futuro las ondas gravitacio­nales aportarán una estimación independie­nte de H0 que puede ayudar a aclarar la situación. O que puede complicarl­a aún más. Por ahora, la única estimación basada en ondas gravitacio­nales emitidas por la fusión de una estrella de neutrones con un agujero negro sitúa el valor de H0 entre 62 y 82.

“Si esto se mantiene así [después de incorporar nuevos datos en el futuro], podemos tener entre manos lo que llamamos nueva física del universo”, ha declarado Adam Riess, de la Universida­d Johns Hopkins de Baltimore (Estados Unidos), al diario The Guardian. “No estoy en el negocio de hacer que todo encaje. Personalme­nte, pienso: ‘¡Ah, esto es muy interesant­e!’”.

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