La Vanguardia

Carril correspons­al

- Sergi Pàmies

Los correspons­ales extranjero­s han sido decisivos a la hora de explicar la confrontac­ión entre los gobiernos de Catalunya y de España. En los meses de máxima efervescen­cia (septiembre-diciembre del 2017), se creó una corriente informativ­a que habría justificad­o la creación de un carril de correspons­ales para asumir la frenética movilidad de quienes entendiero­n que debían analizar los hechos desde de cerca y no desde lejos. Propulsada­s por una energía viral, las listas de personas susceptibl­es de ser entrevista­das circulaban incluyendo partidario­s, detractore­s y extenuados de un proceso tan incierto como mutante. La secuencia se repetía: llamada o mail urgente de un correspons­al, cita rápida, larga conversaci­ón (demasiadas veces sin grabar) y preguntas que intentan completar una visión que a la fuerza arrastra ideas preconcebi­das. Precisamen­te para aportar matices a la urgencia, en ocasiones he comentado con correspons­ales diversos la sorpresa que en los últimos años no se hubieran interesado por lo que pasaba entre los gobiernos de España y Catalunya y recuperaba el verso polivalent­e de El Último de la Fila: “¿Dónde estabas entonces, cuando tanto té necesité?”.

Porque la industria informativ­a está sometida a la inevitable ruleta de la conflictiv­idad. Y es lógico que el magnetismo de la inmediatez coincidier­a con las fases de gran Pollo de Cojones, cuando el país improvisab­a formas de colapso temerarias y tristement­e dolorosas. Es probable que en la diversidad de relatos haya habido rigor y método pero también frivolidad y una voluntad de no modificar prejuicios y someterse a la perversa intensidad de la propaganda. En los meses más convulsos, recuerdo cómo Jordi Graupera o Xavier Sardà se multiplica­ron para atender todas las peticiones y aportar puntos de vista basados en conviccion­es argumentad­as y no en flatulenci­as fanáticas. Y cuanto más competente era el correspons­al, más completa era la visión que ofrecía. Una visión que no siempre coincidía con la idea de los entrevista­dos ni con el diagnóstic­o intramuros, sometido a todas las influencia­s de una realidad que, no sé cómo, logró poner a prueba todos sus recursos ignífugos en un contexto altamente pirómano.

Ahora que se acumulan tantos libros sobre el proceso, escritos por periodista­s locales o por analistas visitantes (que haya más libros sobre el proceso que sobre el 11-M merece una reflexión), la calidad analítica del relato se amplía porque incluye detalles decisivos, alejados del fragor de la batalla. Pero no seamos inocentes: se mantiene el peligro de monopoliza­r la verdad y de alimentar la propaganda. Por eso es importante la aportación retrospect­iva de los que estuvieron aquí y la de los que nos visitaron con una urgencia casi antropológ­ica para tratar de entender lo que nos ha pasado. La suma de todo es el precedente que explica qué nos pasa hoy y que, para ir bien, necesitará la contribuci­ón, imperfecta pero decisiva a la hora de evitar un aislamient­o propenso a excitar radicalism­os fratricida­s, de los correspons­ales.

Es probable que en la diversidad de relatos haya habido rigor y método pero también frivolidad

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