Carril corresponsal
Los corresponsales extranjeros han sido decisivos a la hora de explicar la confrontación entre los gobiernos de Catalunya y de España. En los meses de máxima efervescencia (septiembre-diciembre del 2017), se creó una corriente informativa que habría justificado la creación de un carril de corresponsales para asumir la frenética movilidad de quienes entendieron que debían analizar los hechos desde de cerca y no desde lejos. Propulsadas por una energía viral, las listas de personas susceptibles de ser entrevistadas circulaban incluyendo partidarios, detractores y extenuados de un proceso tan incierto como mutante. La secuencia se repetía: llamada o mail urgente de un corresponsal, cita rápida, larga conversación (demasiadas veces sin grabar) y preguntas que intentan completar una visión que a la fuerza arrastra ideas preconcebidas. Precisamente para aportar matices a la urgencia, en ocasiones he comentado con corresponsales diversos la sorpresa que en los últimos años no se hubieran interesado por lo que pasaba entre los gobiernos de España y Catalunya y recuperaba el verso polivalente de El Último de la Fila: “¿Dónde estabas entonces, cuando tanto té necesité?”.
Porque la industria informativa está sometida a la inevitable ruleta de la conflictividad. Y es lógico que el magnetismo de la inmediatez coincidiera con las fases de gran Pollo de Cojones, cuando el país improvisaba formas de colapso temerarias y tristemente dolorosas. Es probable que en la diversidad de relatos haya habido rigor y método pero también frivolidad y una voluntad de no modificar prejuicios y someterse a la perversa intensidad de la propaganda. En los meses más convulsos, recuerdo cómo Jordi Graupera o Xavier Sardà se multiplicaron para atender todas las peticiones y aportar puntos de vista basados en convicciones argumentadas y no en flatulencias fanáticas. Y cuanto más competente era el corresponsal, más completa era la visión que ofrecía. Una visión que no siempre coincidía con la idea de los entrevistados ni con el diagnóstico intramuros, sometido a todas las influencias de una realidad que, no sé cómo, logró poner a prueba todos sus recursos ignífugos en un contexto altamente pirómano.
Ahora que se acumulan tantos libros sobre el proceso, escritos por periodistas locales o por analistas visitantes (que haya más libros sobre el proceso que sobre el 11-M merece una reflexión), la calidad analítica del relato se amplía porque incluye detalles decisivos, alejados del fragor de la batalla. Pero no seamos inocentes: se mantiene el peligro de monopolizar la verdad y de alimentar la propaganda. Por eso es importante la aportación retrospectiva de los que estuvieron aquí y la de los que nos visitaron con una urgencia casi antropológica para tratar de entender lo que nos ha pasado. La suma de todo es el precedente que explica qué nos pasa hoy y que, para ir bien, necesitará la contribución, imperfecta pero decisiva a la hora de evitar un aislamiento propenso a excitar radicalismos fratricidas, de los corresponsales.
Es probable que en la diversidad de relatos haya habido rigor y método pero también frivolidad