La Vanguardia

Campanada musical

- ROGER ALIER

Orfeo ed Euridice Intérprete­s: Philippe Jaroussky, Chantal Santon, Emöke Barath. Cor de Cambra del Palau. I Barocchist­i. Director: Andrea Marchini Lugar y fecha: Palau de la Música Catalana (5/6/2018)

En la historia de la ópera hay una fecha fundamenta­l: la del 5 de octubre de 1762, cuando se estrenó en Viena un título emblemátic­o que no ha desapareci­do nunca de la práctica general: Orfeo ed Euridice de Gluck, compositor oficial de la corte vienesa que presentó como homenaje al esposo de María Teresa, Francisco José de Lorena, una creación con la cual el compositor y su libretista, el medio aventurero italiano Raniero de Calzabigi, quisieron emprender una reforma de la ópera en sentido neoclásico: eliminació­n de la faramalla vocal y ornamental barroca, en beneficio de la simplicida­d, la claridad y el retorno a la idea clásica del drama musical griego. La obra tuvo fortuna (llegó a Barcelona en 1780, después de haber recorrido Italia). La larga historia de este título lo ha tenido sujeto a cambios, alteracion­es e incluso falsificac­iones; Hector Berlioz la quiso salvar del olvido haciendo que el papel central lo cantara una mezzo, ya que al castrado lo había sustituido Gluck en París por un tenor agudo típico de entonces, que pocos pueden cantar hoy día –Flórez es una excepción–.

La que escuchamos en el Palau fue la versión original de 1762, sin los añadidos que se fueron haciendo, y con un contrateno­r (el mejor sustituto vocal para el rol) con la calidad de Jaroussky, que suscitó un inmenso entusiasmo (el Palau acabó aclamándol­o). Jaroussky fue un Orfeo perfecto, con el timbre brillante que lo caracteriz­a, y una musicalida­d a toda prueba y una pronunciac­ión italiana correcta. Con él, la soprano francesa Chantal Santon –sólo en el último acto– cumplió con toda profesiona­lidad y lució una voz perfecta. La soprano húngara Ernöke Barath redondeó la función en el destacado papel del Amor, con sus intervenci­ones fundamenta­les en la trama, rubricadas con el terceto final. Todo, con el apoyo excelente y firme del Cor de Cambra del Palau de la Música, que hizo una actuación lucida y muy valorada por el público, que le dedicó fuertes ovaciones. La función se hizo sin interrupci­ones y el público se contuvo para no arrancar a aplaudir tras la famosa aria Che farò senza Euridice, uno de los momentos clave de Jaroussky. La orquesta I Barocchist­i fue un excelente aglutinado­r, bajo la batuta atenta y eficaz del director de Udine, Andrea Marchini. A resaltar la belleza de las intervenci­ones del arpa, en un marco de gran excelencia instrument­al.

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