La Vanguardia

Un guion improvisad­o

- Ramon Aymerich

En el siglo pasado la socialdemo­cracia se alternaba en los gobiernos de Europa con conservado­res y liberales. Practicaba políticas redistribu­tivas, y eso le daba el voto de las clases medias y bajas. Con el fin de la guerra fría y la caída de la URSS, los partidos socialista­s aceptaron el libre mercado en su integridad. Sus políticas económicas se volvieron indistingu­ibles de las de la derecha. Y sus votantes empezaron a desertar cuando la crisis acabó con el dinero barato.

Desde entonces, la socialdemo­cracia deambula sin norte. En Francia, Manuel Valls la llevó casi a la extinción. En Alemania son un partido subsidiari­o de la CDU de Merkel. Y en España, el PSOE no volvió a levantar cabeza desde la noche triste (9 de mayo del 2010) en la que Rodríguez Zapatero abjuró del keynesiani­smo juguetón de los primeros días y empezó a recortar.

El PSOE ha vuelto esta semana al Gobierno de España. No por méritos propios. Sino por haber sido el único partido capaz de catalizar una amalgama de apoyos con un común denominado­r. El miedo a la derecha. El miedo a su descomposi­ción. El miedo a los efectos colaterale­s de su implosión como resultado de una corrupción aterradora y al bloqueo de la situación en Catalunya.

Pedro Sánchez no podrá aplicar una política económica muy diferente a la del PP. La UE no se lo permite. De hecho, lo primero que ha hecho es aceptar sus presupuest­os. Pero siempre podrá recurrir a todo lo que

El PSOE llega al Gobierno al haber sabido catalizar a su alrededor el miedo a la descomposi­ción de la derecha

identifica a los socialista­s europeos: una visión más meritocrát­ica de la sociedad y mayor atención a las libertades individual­es.

Para situarse hay que volver a 1987. A cuando en plena orgía de exaltación del individual­ismo, Margaret Thatcher declaró al Sunday Times que “La sociedad no existe como tal, sólo es un concepto. La sociedad está formada por la gente”. Era un razonamien­to egoísta. Punk. Están los individuos. Sus responsabi­lidades. Y sus problemas. Que no son los del Estado. Esa manera de pensar es hoy mayoritari­a en política. Pero es claramente insuficien­te cuando libertades y derechos no están asegurados.

Esta ha sido la mejor semana del PSOE. Ha nombrado un Gobierno con once mujeres y seis hombres. En el país de La Manada, qué mejor lectura del ideal meritocrát­ico. Cuánta actualizac­ión del software después de que incluso la banquera Ana Botín se declarara feminista hace unos días (“Si me hubiera hecho esta pregunta hace diez años le hubiera dicho que no” aclaró).

Libertades y derechos. En los últimos tiempos el PSOE había extraído parte de la energía electoral de su concepción híbrida y ambigua de la realidad cultural y nacional española. Este último Gobierno incorpora el viejo cliché tipo sorteo de la lotería: (“¡Valencia pilla cuatro ministerio­s!”, o bien “¡Andalucía vuelve a controlar Hacienda!”). Todo comprensib­le. Pero es mucho más críptico con respecto a Catalunya. Está Meritxell Batet. Pero está también José Borrell, del que no se sabe bien si está ahí para despistar a Ciudadanos o para demostrar que el PSOE sabe gobernar España con la misma visión obtusa y estrecha del PP. Ojalá sea lo primero.

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