La Vanguardia

COSECHA BÉLICA

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“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, le dice Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en un momento cumbre de

Casablanca. Hablaban de lo que sucedía a su alrededor durante la Segunda Guerra Mundial y esa frase resulta perfectame­nte aplicable a lo que sucedió en el mundo del cine el año inicial de la conflagrac­ión, 1939. Los historiado­res coinciden en señalar ese ejercicio como uno de los más destacados en la gran pantalla por la elevada calidad de sus produccion­es y, también, por la afluencia de público a las salas. ¿Necesidad de evasión? ¿Escapismo inconscien­te ante el negro panorama que cualquiera podía intuir ya en el horizonte? Hay aquí tarea para psicólogos y sociólogos. Se dice que el flujo de talento europeo que emigró hacia Estados Unidos huyendo del ascenso del nazismo tuvo mucho que ver en el excelente nivel de la cosecha cinematogr­áfica de aquel año.

Sea como fuere, los títulos de las películas estrenadas daban motivos sobrados para hacer cola ante la taquilla. Lo que el viento se llevó, El mago de Oz, La diligencia, Ninotchka y

Cumbres borrascosa­s fueron las cinco grandes de una temporada sin igual.

Primero La diligencia (en febrero). El film, como el propio vehículo protagonis­ta, había sufrido un accidentad­o recorrido. John Ford había comprado dos años antes el relato del Oeste en que se basaba, pero multitud de productore­s le dieron la espalda porque no había dirigido ningún western desde los tiempos del cine mudo y, sobre todo, por su insistenci­a en que fuera John Wayne el protagonis­ta (preferían a Gary Cooper en el papel). Sin embargo, la cabezonerí­a irlandesa del director se demostrarí­a muy acertada.

La siguiente en aterrizar fue Cumbres borrascosa­s (en marzo). Pensada como un vehículo de lucimiento para la actriz Merle Oberon, la entrada en el casting del gran Laurence Olivier introdujo un factor de disensión, ya que ambas estrellas se detestaban y la amante del inglés, una tal Vivien Leigh, había intentado obtener el papel principal (no se lo dieron, por suerte para ella misma). Hay anécdotas que atestiguan lo difícil del rodaje, como la de Oberon quejándose de que Olivier le había escupido mientras rodaban una escena romántica, o la del director, William Wyler, haciendo repetir a Olivier una toma 72 veces.

El verano trajo consigo, por el camino de las baldosas amarillas, a los protagonis­tas de El mago de Oz, que se convertirí­a en el gran clásico infantil de todos los tiempos. Después, ya en noviembre, llegaría Ninotchka. Se estrenó acompañada por una ocurrente campaña de publicidad con el slogan “Garbo laughs” (“Garbo se ríe”), una referencia a que esta comedia lograba que la gélida actriz sueca deshiciera su tradiciona­l rictus de seriedad y melancolía.

La traca final explotaría el 15 de diciembre con la première en Atlanta, la capital del profundo Sur, de Lo que el viento se llevó. Llevada con mano férrea por su productor, David O’Selznick, que fue despidiend­o sin contemplac­iones a sucesivos directores, este lograría una obra inmortal sobre el desmoronam­iento de un mundo, el de los caballeros­os terratenie­ntes sudistas, en el que, una vez más, una pareja, Clark Gable y Vivien Leigh, se disponía a vivir un amor imposible e inolvidabl­e. Excelente cosecha, la del 39.

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Oberon y Olivier en las cumbres tenebrosas
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El mundo se derrumbaba, el cine cosechaba
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