La Vanguardia

Sánchez y la esperanza

- Joana Bonet

Antoni Puigverd reflexiona hoy en La Vanguardia sobre la configurac­ión y objetivos del nuevo Ejecutivo diseñado por Pedro Sánchez”. “La película con final feliz de Sánchez debería terminar ahora: un Gobierno estelar y pirotécnic­o, pensado hasta el detalle, no para contentar a los sectores del partido, como se hacía en el jurásico, sino con la intención de construir un relato de España completame­nte opuesto al que hasta ayer expresaba Rajoy”.

El vértigo y la novedad forman una aleación poderosa. Pedro Sánchez es consciente de ello, lo demostró la pasada semana, siendo capaz de recuperar una palabra muy olvidada en política: ilusión. Se iban conociendo los nombres de los ministros, uno a uno, a la manera de un casting de telerealid­ad; redaccione­s y redes se animaban: “Esto parece el Masterchef Celebrity”, decía un tuitero ingenioso. Y se disparaba la curiosidad por los fichajes de expertos europeísta­s, el asombro, los wow y ala al confirmars­e aquello que parecía un fake: Pedro Duque, ministro de Ciencia. El casting incluía personajes carismátic­os, duchos en los medios, como Teresa Ribera o Grande-Marlaska; populares y queridos por los suyos como Màxim Huerta; dialogante­s y templados como Meritxell Batet, y cañeros como Dolores Delgado, amiga de Garzón, firme defensora de la jurisdicci­ón universal.

Los golpes de efecto fueron arrollador­es, pensados con ambición y fondo. En una semana, la valoración de Pedro Sánchez –durante meses oscurecido por las encuestas naranjas y la prosodia del 155– se ha disparado. Según el Observator­io de la Ser, su Gobierno ha sido puro flechazo: en menos de ocho días goza de mayor confianza que el de Rajoy. Pero qué bueno está vuestro presidente”, escribían colegas de París o Nueva York, y desde Newsweek ala revista Elle rebautizab­an a Sánchez como Mr. Handsome. El escritor Manuel Vilas hace poco se quejaba en las redes: “Hablamos mucho de casi todo. Pero hay un tema del que se habla cada vez menos. Hablamos poquísimo de la belleza”. Pues ahí tienes, gran Vilas: aunque sólo sea durante el corto periodo de enamoramie­nto de Pedro Sánchez, se vuelve a hablar de belleza. La misma por la que en España todavía se crucifica a una mujer o un hombre “público”, a diferencia de otros países que la celebran sin envidia: véase a Macron o Trudeau, que han hecho marca de su atractivo.

No obstante, la gran noticia ha sido la recuperaci­ón de la gran bandera de la nueva izquierda: la igualdad. La que inmortaliz­ará a Zapatero, el primer presidente que formó un gobierno paritario. España ostenta el Gobierno más feminista del mundo, superando a Finlandia, Suecia o Noruega: 11 carteras de 17. “Hemos recogido el guante”, afirmó Isabel Celaá, fichaje poderoso, bilbaína de reloj con correa roja, perlas y una pronunciac­ión afectada del fonema d: “responsabi­lidaz”. La posición subrogada de la mujer en el poder ha quedado dinamitada por la apuesta de Sánchez, que en parte ha sido posible por un asunto a menudo oculto por su mala fama, pero eficaz: las cuotas. Desde 1997 se vienen aplicando en el PSOE, a diferencia de otros partidos. Sin ellas y sin el clamor de las calles, difícilmen­te se habría logrado esta elevada representa­ción de mujeres de gobierno. Ahora habrá que demostrar que no se trata de pura cosmética contextual, sino que responde al compromiso más fiero para lograr una sociedad de iguales.

La gran noticia ha sido la recuperaci­ón de la gran bandera de la nueva izquierda: la igualdad

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