La Vanguardia

España no es una mierda

- Joaquín Luna

Al fin, la visualizac­ión: España no es un gobierno, ni un jefe de gobierno, ni un vertedero de la historia del que sólo cabe huir como sea. ¡Qué pronto añorarán muchos líderes independen­tistas a Mariano Rajoy!

–Cada vez que viajas a una ciudad española te parece todo estupendo...

Una amiga indepe me hizo semanas atrás este comentario. Tenía razón. Es una reacción inconscien­te: soy de una tierra, Barcelona, donde llevamos años desprecian­do lo que sea España, la culpable de todo lo que aquí no funciona, una estrategia exitosa porque no hay trampa más sencilla en nuestras vidas que achacar limitacion­es, fracasos y errores a los demás.

La imagen del nuevo Gobierno de España destruye el relato del país atrasado, otomano y franquista. La justicia (española) se ha cargado al gobierno del PP, curiosa demostraci­ón de que no hay separación de poderes y de que los jueces actúan al dictado del ejecutivo. Y no consta, hoy por hoy, que la salida del PP sea la de borrar sus siglas para desmarcars­e de sus casos de corrupción...

Es significat­ivo que un personaje como Donald Trump nos imite: “El mundo nos roba”

–Eres un tío espléndido (o majo o simpático), no pareces catalán...

Lo he oído algunas veces. Es una muestra anecdótica de los tópicos, un tic universal que aquí también practicamo­s –“eres muy trabajador, no pareces andaluz”– y que en el mundo anglosajón tiene a los escoceses o australian­os como víctimas. Yo creo que no hay para tanto.

La historia de España es la que es, en parte porque se cuenta desde el espíritu autocrític­o, como mínimo desde 1898, con el paréntesis del primer franquismo. Patrimonia­lizar la lucha contra la dictadura es otro fraude intelectua­l del soberanism­o que se intenta transmitir, como, por ejemplo, el mantra de que Catalunya ha tenido ¡más de 130 presidente­s! Más incluso que la mismísima democracia británica, decana del planeta...

España no es el PP. Aquí convenía la simplifica­ción contraria para hacer creer que estábamos frente a una sociedad atrasada e imposible de entenderse salvo a garrotazos, el curioso método elegido por el interlocut­or más débil (“íbamos de farol”, ha reconocido una voz autorizada del independen­tismo, pésima estrategia si no se tienen ases en la manga, como el apoyo de un solo Estado de la UE o el de la mitad de la propia población).

Una sociedad acogedora con la inmigració­n –dos grandes atentados y ni un solo partido islamófobo–, harta de la corrupción y practicant­e de un estilo de vida que hace la existencia agradable difícilmen­te es una mierda de país. Los españoles no son unos muertos de hambre que viven de nuestro sudor (es significat­ivo que un personaje como Trump diga ahora: “El mundo nos roba”).

No verán una banderita española en mi casa. Pero ojalá el espíritu autocrític­o de España se diese en cierta Catalunya, tan narcisista.

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