Destellos
Manon Lescaut
Intérpretes: Liudmyla Monastyrska, Gregory Kunde, David Bižic, Carlos Chausson, Mikeldi Atxalandabaso, Carol García, J. Manuel Zapata, Marc Pujol... Simfònica i Cor del Liceu Dirección: Emmanuel Villaume y Davide Livermore (escena) Lugar y fecha: Liceu (7/VI/2018) Irregular estreno de esta nueva coproducción del Liceu para un título de Puccini que merece mejor suerte. La gran calidad de Manon Lescaut sólo apareció en fugaces destellos de sus cuatro actos. La lectura y debut como reggista de Davide Livermore en el Liceu fue efectiva y algo efectista en su uso cinematográfico de proyecciones, con apariciones de un tren a vapor y un barco, pero su dibujo de los personajes no acabó de convencer. Mejores ideas que resultados a pesar del oxímoron poético del final, con la muerte de la protagonista y la Estatua de la Libertad de fondo, enrejada a través de una Ellis Island decadente y sórdida.
El uso del flashback y una relectura de la historia a través de un Des Grieux anciano que recuerda su pasado no hacen chirriar la trama, a pesar de tener al actor Albert Muntanyola deambulando toda la ópera como testigo de su propia memoria. Emmanuel Villaume supo concertar con efectividad una partitura rica, sofisticada y hermosa que solo tuvo ápices de calidad en fugaces momentos de belleza orquestal, como en el célebre Intermezzo, el impactante inicio del acto IV o en el aria final de la protagonista, donde le faltó pasión y lirismo a pesar de la corrección estilística. La orquesta respondió, así como un coro impecable, siempre difícil en la escritura pucciniana, con la labor minuciosa de Conxita García.
Se esperaba más del debut en el papel de la imponente soprano ucraniana Liudmyla Monastyrska, una Manon de voz opulenta, que sin embargo comenzó fría con un “In quelle trine morbide”, falto de morbidezza y belleza, pero que sumó enteros en sus dúos, aunque tapó a Kunde en “Tu, tu amore”, para llegar a su mejor prestación en la dramática aria final “Sola, perduta, abbandonata”. La voz es suntuosa, de centro y agudos afilados y generosos, pero no encontró la expresión en el fraseo, requisito clave de la primera gran heroína pucciniana. Tampoco hubo química teatral entre Monastyrsca y Kunde, ella actriz de limitado registro, él, más generoso teatralmente, pero con una voz mate que refulge en el tercio agudo a fogonazos en arias y dúo final.
El serbio David Bižic como Lescaut hizo añorar a barítonos españoles, de más cercanía y calidad, para un papel que quedó eclipsado por el carisma de Carlos Chausson como Geronte. Solidez entre los comprimamos, con mención al Edmondo de Mikeldi Atxalandabaso, el Músico de la mezzo Carol García o el Farolero de Jordi Casanova.