El muerto y las medicinas
Ignoramos, a estas alturas, si el flamante Gobierno español está ya ingeniando, si no el puente, la pasarela que puede facilitar una salida posibilista a la situación de los presos: la inconsistencia y la contradictoria naturaleza de los apoyos de Pedro Sánchez aconsejan trabajar con máxima discreción. Si consiguen cuadrar el círculo, lo sabremos pronto. Mientras tanto, las declaraciones de los nuevos ministros y las contradeclaraciones de los líderes independentistas (o de otros actores del cubo de rubik español: Susana Díaz) forman parte del gallinero público. Un gallinero que, con el cambio de gobierno, estrena nueva pitanza: acaba de empezar un nuevo capítulo del insomne combate por la hegemonía.
Los dos nacionalismos, el español y el catalán, consolidaron sus posiciones irreductibles colaborando de manera explícita. Si obtenían el apoyo de gran parte de sus respectivas sociedades era debido a que, trabajando en tácita alianza, no permitían más camino que el de la confrontación. El uniformismo español y el soberanismo catalán son antagónicos; pero, para mantener la hegemonía en sus territorios respectivos, necesitaban que el enemigo les ayudara: no cediendo ni un ápice. A ambos les convenía que las terceras vías no tuvieran verosimilitud. Que aparecieran ante sus respectivas sociedades como una claudicación, una cobardía, una cesión vergonzosa a las posiciones del enemigo.
Por reacción emotiva a la ruptura, se pasaron a la negación de la catalanidad que propugna Ciudadanos
Por ello, desde el preciso instante de la caída de Rajoy, cristaliza en Catalunya una añoranza de la dureza española. Por ejemplo: se agiganta, no solamente la imagen de Borrell, sino sus frases más ásperas, silenciando las que el propio Borrell ha pronunciado en línea de tercera vía, como la de recuperar las partes del Estatut decapitadas por el TC. Por supuesto, recuperarlo ya no forma parte del discurso independentista, pero podría interesar a un sector de sus votantes. Hay dos tipos de votantes independentistas: los que ya han desconectado; y los instrumentales. Estos últimos se radicalizaron porque lo que ofrecía el PSC no era verosímil. Ahora podría serlo. ¡Podría! Si el Gobierno de Sánchez aguanta, el PSC y los comunes estarán en condiciones de volver a asfaltar su ruta, hasta ahora bloqueada.
Hacer verosímil la tercera vía dependerá de lo que pueda mover Madrid, sí, pero una parte esencial de los deberes sólo se puede hacer en Catalunya: lograr que retornen al catalanismo no sólo los independentistas pragmáticos, sino también aquellos sectores que, por reacción emotiva a la ruptura con España, lo abandonaron para pasarse a la frontal negación de la catalanidad que propugna Ciudadanos. Y esto implica aceptar que el catalanismo también debe revisar su discurso (dando a los castellanohablantes el protagonismo que les corresponde).
Sánchez no podrá “dar medicinas a un muerto” (Propercio, Elegías 2, 14). No se trata de resucitar a un muerto, sino de ampliar el espacio entre los dos nacionalismos antagónicos construyendo una nueva hegemonía que entienda y traduzca en positivo no sólo lo que nos ha dividido, sino también lo que nos ha desconsolado.