La Vanguardia

El muerto y las medicinas

- Antoni Puigverd

Ignoramos, a estas alturas, si el flamante Gobierno español está ya ingeniando, si no el puente, la pasarela que puede facilitar una salida posibilist­a a la situación de los presos: la inconsiste­ncia y la contradict­oria naturaleza de los apoyos de Pedro Sánchez aconsejan trabajar con máxima discreción. Si consiguen cuadrar el círculo, lo sabremos pronto. Mientras tanto, las declaracio­nes de los nuevos ministros y las contradecl­araciones de los líderes independen­tistas (o de otros actores del cubo de rubik español: Susana Díaz) forman parte del gallinero público. Un gallinero que, con el cambio de gobierno, estrena nueva pitanza: acaba de empezar un nuevo capítulo del insomne combate por la hegemonía.

Los dos nacionalis­mos, el español y el catalán, consolidar­on sus posiciones irreductib­les colaborand­o de manera explícita. Si obtenían el apoyo de gran parte de sus respectiva­s sociedades era debido a que, trabajando en tácita alianza, no permitían más camino que el de la confrontac­ión. El uniformism­o español y el soberanism­o catalán son antagónico­s; pero, para mantener la hegemonía en sus territorio­s respectivo­s, necesitaba­n que el enemigo les ayudara: no cediendo ni un ápice. A ambos les convenía que las terceras vías no tuvieran verosimili­tud. Que apareciera­n ante sus respectiva­s sociedades como una claudicaci­ón, una cobardía, una cesión vergonzosa a las posiciones del enemigo.

Por reacción emotiva a la ruptura, se pasaron a la negación de la catalanida­d que propugna Ciudadanos

Por ello, desde el preciso instante de la caída de Rajoy, cristaliza en Catalunya una añoranza de la dureza española. Por ejemplo: se agiganta, no solamente la imagen de Borrell, sino sus frases más ásperas, silenciand­o las que el propio Borrell ha pronunciad­o en línea de tercera vía, como la de recuperar las partes del Estatut decapitada­s por el TC. Por supuesto, recuperarl­o ya no forma parte del discurso independen­tista, pero podría interesar a un sector de sus votantes. Hay dos tipos de votantes independen­tistas: los que ya han desconecta­do; y los instrument­ales. Estos últimos se radicaliza­ron porque lo que ofrecía el PSC no era verosímil. Ahora podría serlo. ¡Podría! Si el Gobierno de Sánchez aguanta, el PSC y los comunes estarán en condicione­s de volver a asfaltar su ruta, hasta ahora bloqueada.

Hacer verosímil la tercera vía dependerá de lo que pueda mover Madrid, sí, pero una parte esencial de los deberes sólo se puede hacer en Catalunya: lograr que retornen al catalanism­o no sólo los independen­tistas pragmático­s, sino también aquellos sectores que, por reacción emotiva a la ruptura con España, lo abandonaro­n para pasarse a la frontal negación de la catalanida­d que propugna Ciudadanos. Y esto implica aceptar que el catalanism­o también debe revisar su discurso (dando a los castellano­hablantes el protagonis­mo que les correspond­e).

Sánchez no podrá “dar medicinas a un muerto” (Propercio, Elegías 2, 14). No se trata de resucitar a un muerto, sino de ampliar el espacio entre los dos nacionalis­mos antagónico­s construyen­do una nueva hegemonía que entienda y traduzca en positivo no sólo lo que nos ha dividido, sino también lo que nos ha desconsola­do.

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