Casi me pierdo un momento histórico
El sábado, después de comer en casa de mi hijo, me tendí en su sofá, medio adormecido y abrazado a un monstruo de las galletas de peluche. Con un ojo miraba el partido del Mundial entre Francia y Australia y, con el otro, observaba cómo mi nieto maniobraba un tranvía en medio de una congestión de tráfico organizada a base de situar, unos tras otros, coches, una ambulancia, un camión de bomberos, motos diversas y una comisaría, todo de juguete. La comisaría es de Playmobil, con una puerta, un mostrador de recepción, una mesa con una central telefónica y un calabozo con una litera, las rejas oportunas (con un poco de maña se pueden arrancar) y un detenido que, si no fuera por su camiseta de generación Z, podría ser de una mara salvatrucha. En la azotea de la comisaría, una circunferencia con la H que indica que esa superficie es un helipuerto, en el que también aterrizan aviones y una nave transbordadora de la Nasa que era precisamente lo que él intentaba situar sobre la H en el momento en que cerré los ojos. No sé quién le ha regalado esa comisaría pero imagino que le servirá para que vaya entendiendo de qué va la vida.
Y, de repente, barullo en la tele. Me despierto. Minuto 56 del partido. El árbitro, Andrés Cunha, ha decidido que la entrada del australiano Risdon al francés Griezmann no es penalti, pero justo cuando los australianos inician el contraataque, los encargados del vídeo le
Los tecnófilos aseguran que, gracias al VAR, por fin el fútbol ha entrado en el siglo XXI
avisan de que la jugada no es clara. En el estadio, las pantallas gigantes muestran las siglas VAR y el texto “revisión de penalti”, en inglés y en ruso. Cunha sale del campo, se sitúa bajo la marquesina transparente y observa en un monitor la repetición de la jugada, un par de veces. Finalmente se pone el pito en la boca, vuelve a entrar al campo, con las manos marca un rectángulo imaginario, señala la portería australiana y silba. Es penalti.
Sin el recurso del videoarbitraje no habría recapacitado y no lo habría silbado. Desde aquel momento histórico, los partidarios de que las cosas nunca cambien repiten que ni siquiera la repetición de la jugada dejó el sábado las cosas claras. En cambio, los tecnófilos aseguran que por fin el fútbol ha entrado en el siglo XXI. Yo me sentí feliz como cuando, en los partidos de rugby, en caso de duda el partido se detiene y, sin que lo veamos, el asistente encargado de las pantallas revisa cómo ha ido la jugada mientras el árbitro espera el veredicto en medio del campo. Por lo que vi el sábado, en el fútbol es el propio árbitro quien repasa la jugada en un monitor, pero el resultado es el mismo. El árbitro no es un dios omnipotente sino un ser más o menos humano que necesita la colaboración de otros seres, humanos o tecnológicos, para intentar equivocarse lo mínimo posible.
Antes de que los ojos se me volvieran a cerrar miré hacia donde estaba mi nieto. El tráfico se había descongestionado, las rejas del calabozo estaban por el suelo y, con total libertad, el salvatrucha generación Z iba botando del techo del tranvía a la nave de la Nasa, y viceversa.