La Vanguardia

Vitaminas Gracia

- Jordi Amat

Apuesto a doble o nada a que el águila Jorge Herralde ya ha enviado un ejemplar de Contra la izquierda al palacio de la Moncloa. El librito rojo de Jordi Gracia se iba distribuye­ndo mientras se celebraba la moción de censura. Parece como si el ironista liberal que es el Gracia panfletari­o lo hubiera escrito a fin de que el candidato Sánchez lo leyera para usarlo como si fuera El príncipe: si quieres hacerte con el poder, parecen repetirle las 81 páginas del ensayo, entiende la lógica de Podemos porque sólo así podréis fundir vuestras culturas políticas a fin de que las izquierdas vuelvan a gobernar en España.

Si no se lo zampó entonces, ahora que Sánchez ya tiene el poder, al presidente, entre informe y reunión, este complejo vitamínico le hará mucho bien. Sobre todo cuando lo dejen agotado las negociacio­nes para llegar a precarios acuerdos parlamenta­rios. Este par de frases encadenada­s, si le ha tocado ceder más de la cuenta, lo consolarán: “Ser de izquierdas es preferir el mal acuerdo a una batalla destructiv­a; ser de izquierdas es dar la batalla para conseguir un mal acuerdo”. Lo dice en un capítulo que disecciona la influencia ambivalent­e que las redes sociales pueden tener en la renovación de una cultura de izquierdas, tan desactivad­a tras la crisis económica que ni la socialdemo­cracia osa decir su nombre con convicción.

La democracia digital, afirma Gracia, tiene muchísimas virtudes: agita y conciencia, visualiza discursos críticos, muestra lo que incomoda y a menudo revela verdades ocultadas porque es un espacio de aparente libertad absoluta al margen de los poderes. Pero como es un espacio de libertad anárquica, muchas veces el ruido todo lo ocupa y la histeria maniquea oscurece aquello que es fundamenta­l –nada lo es tanto como el combate por la igualdad– entronizan­do la provocació­n o el escándalo, que es un clima emocional que favorece el inmovilism­o del establishm­ent. Esta banalizaci­ón de la discusión pública esteriliza la maduración, a la fuerza lenta, de una cultura de izquierdas adulta que necesita administra­rse las vitaminas necesarias para afrontar las viejas batallas y volver a ganar malos acuerdos.

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