EE.UU. se retira del Consejo de Derechos Humanos
Washington insiste en separar a niños de sus padres inmigrantes
Saltaron las alertas al conocerse la comparecencia conjunta de Mike Pompeo, secretario de Estado, y Nikki Haley, embajadora estadounidense ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En ese encuentro, celebrado la tarde del martes en Washington, se confirmó que Estados Unidos abandona el Consejo de Derechos Humanos de la ONU e, incluso, se dejó caer la amenaza de retirada de esa organización global.
“El Consejo es hipócrita y egoísta”, sostuyo ayer Haley. Antes ya había expresado con frecuencia su oposición a esa comisión con base en Ginebra. La embajadora denunció hace meses lo que calificó de “prejuicios patológicos” contra Israel. Según el Gobierno de EE.UU. el consejo ha emitido 70 resoluciones en las que se “desprecia” a su gran aliado. Haley remarcó en el 2017 que el consejo “no es una buena inversión de nuestro tiempo, dinero y prestigio nacional”. Su jefe la ratificó y amenazó con retirar las ayudas a la institución y a los países que le negaran el beneplácito. Activistas y diplomáticos señalaron la pasada semana que se había fracasado a la hora de alcanzar un acuerdo que respondiera a las demandas de la Administración Trump.
Esta esperada decisión no hace más que sumar en la estrategia de aislamiento del actual Gobierno, que abandonó el pacto ecológico de París y el firmado para frenar el desarrollo nuclear de Irán.
Tal vez no sea una coincidencia que la medida del Departamento de Estado surgiera justo al día siguiente de que el alto comisionado de Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al Husein, solicitara a la Casa Blanca que aparcara su “política sin conciencia” de separar a los menores de sus padres cuando cruzan la frontera sur.
La embajadora Haley replicó con vehemencia. “Ni las Naciones Unidas ni nadie más va a dictar cómo Estados Unidos defiende sus fronteras”, subrayó. “Una vez más, la ONU muestra su hipocresía señalando a Estados Unidos mientras ignora el censurable historial de derechos humanos de varios miembros de su propio Consejo de Derechos Humanos”.
El sollozo de los críos enjaulados, reclamando a sus padres y a sus madres, contrasta con las risas de un grupo de pequeños empresarios que aclamaron ayer a Trump cuando redobló su apuesta por esa separación de familias inmigrantes como coacción para que no vengan a EE.UU.
La grave crisis humanitaria, con niños separados de sus parientes y encerrados bajo el desprecio de sus guardianes –tienen prohibido el contacto físico, aunque los encerrados lloren y reclamen un poco de cariño–, no ha hecho más que ir a más con las palabras del presidente, inspiradas por su asesor Stephen Miller.
A pesar de que las últimas cinco primeras damas –entre las que figura la vigente, Melania– han criticado la medida de “tolerancia cero” decretada, a Trump no se le ablanda el corazón.
Al revés. En su intervención por el 75.º aniversario de la National Federation of Independent Businesses, el presidente se mostró desafiante, insistió en culpabilizar falsamente a los demócratas e insistió en que este es el momento para que el Congreso apruebe una ley migratoria.
Dijo que no desea incrementar las partidas económicas para pagar a más jueces que resuelvan los casos de asilo y refugio –“no quiero que la gente venga”–, sino que pretende reforzar las fronteras. En realidad, lo que busca utilizando a los menores son los 25.000 millones de dólares que cuesta su famoso muro. Aseguró que los traficantes y miembros de bandas utilizan a los niños para entrar, olvidando que la mayoría de las familias huyen precisamente de esa violencia.
En su arrebato atacó a México –“no hacen nada por nosotros”– o a los medios que no se rinden a su ego, a los que acusó de incentivar a los criminales, y amenazó con retirar las ayudas a los países que “nos envían a los peores”.
El presidente redobla su apuesta por separar a los hijos de sus padres y culpa a los demócratas, a México y a los medios