La Vanguardia

París y Londres exhiben lo mejor del impresioni­smo

El Petit Palais y la Tate se alían en la exposición del año

- ÓSCAR CABALLERO

Pintó Monet Impression soleil levant en el puerto de El Havre porque a sus 31 años, en Londres, descubrió las vistas del Támesis de Turner (1775-1851)? No es la teoría fundamenta­l de Los impresioni­stas en Londres – Artistas franceses en el exilio 1870-1904. Pero la exposición que abre mañana en el Petit Palais de París, y que irá en otoño a la Tate, que la coproduce, confirma que el impresioni­smo nació en París, pero fue concebido en Londres.

Allí descubren la modernidad –las estaciones de tren, la ciudad y la industria– que junto con la influencia del ocio nuevo, encarnado en el deporte y el turismo, tan ingleses como la revolución industrial, configurar­án su movimiento. Luego recrearán, a orillas del Sena, ese paisaje urbano, descubiert­o entre Hyde Park y el Támesis, junto con el picnic, los paseos en barca, los bailes, prácticas de la alta sociedad londinense. Londres es además un espacio de paz y de libertad para los parisinos sacudidos por la invasión prusiana y, luego, por la Comuna y su represión.

La exposición, organizada en torno a 140 obras, reúne a Monet, Pissarro, Sisley, Legros, con los escultores Rodin, Carpeaux, Dalous. Y, de contrapunt­o, artistas británicos como Alma-Tadema, Burne Jones o Watts, evocación de los lazos de solidarida­d que establecie­ron.

Si la guerra franco-prusiana de 1870 y el consecutiv­o alzamiento de la Comuna de París explican el miedo y la ruina económica que provocan los exilios, el destino de Londres tiene más que ver con la potencia del imperio británico. Y con el poder adquisitiv­o de la nueva riqueza, creadora de un espléndido mercado del arte. Por eso los pintores que atraviesan el canal de la Mancha son acompañado­s por el galerista parisiense Paul DurandRuel, cuya galería londinense será su escaparate.

Entre los primeros exilados, Monet y Pissarro pisan Londres a finata les de 1870. Allí encuentran al pintor y grabador Daubigny, una referencia que hace de bisagra entre el romanticis­mo y el impresioni­smo. Pero Monet no vende: en el otoño de 1871 vuelve a Francia, seguido por Pissarro, con su hermano y su madre domiciliad­os en Londres, pero sin clientes.

El recorrido de la exposición, cronológic­o, arranca en 1870-1871 (“París en ruinas”), entre los pintores comprometi­dos, ante la guerra y, sobre todo con la Comuna (de Gustave Doré a Courbet) y el descubrimi­ento de la capital del imperio británico. Ciudad inmensa, su demografía galopante –obreros de todo el país y extranjero­s que aprovechan la falta de control aduanero– es tan asombrosa para los franceses, como la libertad de opinión y la independen­cia de la prensa.

“El círculo de futuros impresioni­stas” cuenta la moda londinense la escuela de Barbizon, con la galería de Durand-Ruel en New Bond Street como centro. Si Carpeaux (1827-1875) tiene un lugar destacado en la exposición, porque convirtió Londres en su mercado y tuvo relación privilegia­da con Christie’s, lo cierto es que el pintor de corte de Napoleón III y Eugenia de Montijo se dedicó, en la capital inglesa, a retratar a sus compatriot­as importante­s y a visitar al emperador exiliado en Chislehurs­t, al este de Londres.

“James Tissot, el anglófilo”, justifica título: ya en 1859 Tissot adopde ese James en lugar del JacquesJos­eph bautismal. Por eso, y porque su obra era vendida en Londres desde 1865, lo suyo será una mudanza más que un exilio. Sagaz, adaptó su obra con escenas de género, las preferidas de una clientela local, que les es fiel incluso después su regreso a Francia, en 1882.

“Alphonse Legros, un pintor en el corazón de la comunidad francesa” presenta a otro pionero, empujado a Londres por la miseria –y el apoyo de Whistler– en 1863, un año antes de que Fantin-Latour lo inmortalic­e como uno de los personajes de su Hommage à Delacroix. Británico desde 1881, morirá en 1911 sin haber aprendido una palabra de inglés. “Las lecciones de Jules Dalou” no hubieran existido sin su mediación: Legros le consigue domicilio, trabajo y mecenas. Pero, a pesar de su adaptación, este pros- crito comunero volvió a París, amnistiado, en 1879.

La generosida­d de Legros no fue una excepción, como se ve en “Retratos cruzados”, mientras que “Pissarro y Sisley, retornos a Londres” recuerda que, con Monet, ambos pintores participar­on de la exposición parisina de 1874 que bautizó el impresioni­smo (nombre irónico en el comentario despectivo de un crítico). La sala describe el éxito tardío de Pissarro y la paradoja de Sisley, un inglés que prefirió París.

“Monet y el Támesis” no sólo exde

hibe parte de la serie que el pintor, ya conocido, realizó desde la ventana de su habitación del hotel Savoy, sino que constituye una especie de agradecimi­ento a su predecesor, Turner. E introduce “Derain en Londres, homenaje y desafío”. Porque Derain (1880-1954) sufre el flechazo de esas Vistas del Támesis a sus 23 años en París. Tres años después aprovecha el viaje a Londres que le financia su galerista, Vollard, para repetir los motivos (el río, los parques) de Monet. “Pero sus treinta telas revelan otro Londres, prueba de que en tres décadas la ciudad se había convertido en motivo mayor del arte francés”, epiloga Isabelle Collet, conservado­ra jefa del Petit Palais y una de las dos curadoras de la exposición.

¿Mono de Monet? Sus fans pue- den prolongar el viaje en el tiempo con “Nymphéas, abstracció­n americana y el último Monet”, en la Orangerie, a escasa distancia del Petit Palais. O imitar al medio millón de visitantes (la mitad extranjero­s) que anualmente visitan Giverny, no por los cuadros (copias, aunque en la casa del pintor), sino por el jardín, creado planta a planta por el pintor y su jardinero.

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Obras maestras Londres, el Parlamento (Claude Monet), Big Ben (André Derain), retrato de Edward Burne Jones (Legros), La National Gallery (De Nittis) y Vista del Támesis: puente de Charing Cross (Alfred Sisley)
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