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El enfrentami­ento que se avecina entre los diferentes candidatos a liderar el Partido Popular, y la decisión de EE.UU. de encerrar en jaulas a los hijos de los inmigrante­s ilegales.

EL Partido Popular, representa­nte hegemónico de la derecha española en los últimos decenios, parece abocado a una batalla interna por el control de su liderazgo. La situación es inédita. Manuel Fraga Iribarne, José María Aznar y Mariano Rajoy se sucedieron al frente del PP con cierto orden. Los dos primeros eligieron a sus continuado­res sin que se viera alterada la estabilida­d del partido. Pero la moción de censura que tumbó a Rajoy desembocó en una situación muy distinta. En particular, después de que Alberto Núñez Feijóo, que parecía su relevo natural y candidato de consenso de las distintas familias populares, anunciara el lunes que renunciaba a la carrera estatal y se quedaba en Galicia. Esta sorprenden­te decisión sembró el desconcier­to entre sus correligio­narios. Ayer, pocas horas después de que tal cosa sucediera, María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría presentaro­n sus candidatur­as a la presidenci­a del PP. Y, así, el enfrentami­ento entre ambas, apenas disimulado en los últimos años, pasó a primer término. Es verdad que otros miembros del PP presentaro­n previament­e su candidatur­a. Entre ellos, el exministro de Exteriores José Manuel García-Margallo y el vicesecret­ario Pablo Casado. O José Ramón García Hernández y José Luis Bayo, cuyas opciones son ahora mismo menores. Pero ya parece improbable que la actual presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, que goza de buena considerac­ión en las filas conservado­ras, se postule hoy antes de que expire a las 14 horas el plazo para presentar candidatur­as. De modo que Cospedal, secretaria general del PP, y Sáenz de Santamaría, exvicepres­identa del gobierno, se perfilan como las dos personas con más posibilida­des para hacerse con el cargo de Rajoy. Son dos personas que, dadas sus distintas sensibilid­ades políticas –más rigurosa la primera, más liberal la segunda–, pueden enfrentars­e en una batalla enconada que genere división e inestabili­dad en las filas de su partido.

Es obvio que al PP le vendría bien una refundació­n. Los años previos a la moción de censura han presentado a veces ribetes de agonía, debido a los sucesivos casos de corrupción que afectaron a dicho partido y, a la postre, motivaron su apartamien­to del poder. Rajoy mantuvo la posición tanto como pudo. Pero, al fin, cayó. Desde esta óptica, una candidatur­a como la de Casado, que representa a las nuevas generacion­es populares, más alejadas en general de la corrupción que sus mayores, pero forzadas a dar la cara por ella, podría parecer un recambio oportuno. Pero las sospechas sobre su máster de Derecho Autonómico y Local le lastran y nublan su futuro. García-Margallo es un político con una cabeza muy bien amueblada y perfil propio en el PP. Pero su ya larga trayectori­a quizás le reste posibilida­des como candidato de futuro.

Así las cosas, Cospedal y Sáenz de Santamaría serían las mejor colocadas. Si finalmente el liderato popular se dirimiera entre ambas, estaríamos ante una clara disyuntiva. Por ejemplo, en lo referente al tema catalán, ante el que Cospedal se ha mostrado más estricta y menos dada al pacto que Sáenz de Santamaría, responsabl­e, en tiempos de Rajoy, de una operación Catalunya que fue bienintenc­ionada, pero no muy productiva.

Sea cual sea el resultado de esta batalla, acabaremos subrayando que el PP se enfrenta a una situación sin precedente­s, a una renovación que debe gestionar con tino, para evitar que le parta en dos y le debilite.

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