Jugar al despiste
Quim Monzó se hace eco de la astucia utilizada en el Mundial de fútbol de Rusia por el entrenador de Corea del Sur para evitar que los rivales europeos descubran su alineación antes del partido: “Los jugadores coreanos son menos conocidos y, para acabar de complicarlo, no hay la mezcla racial de otros países, como el mismo Brasil, Francia, Panamá... Por eso, astuto, el seleccionador Shin Tae Yong recurrió a la estrategia de los dorsales”.
Se han sabido más detalles de la noticia que dábamos el lunes en las páginas dedicadas al Mundial: “Un espía del cuerpo técnico sueco se coló en un entrenamiento de la selección coreana. El espía alquiló una casa cerca del centro de entrenamiento de Corea y desde allí informó a sus superiores, que ayer tuvieron que dar explicaciones. Los coreanos se lo tomaron con buen humor. Su técnico dijo que cambió los dorsales a sus jugadores”.
Normalmente, que los futbolistas del equipo espiado jueguen con los dorsales cambiados no supone ningún problema para el espía. Incluso el menos fisonomista es capaz de saber quien es Coutinho y quien es Neymar, y aún más si va con los espaguetis que lleva en la cabeza últimamente. Pero los jugadores coreanos son menos conocidos y, para acabar de complicarlo, no hay la mezcla racial de otros países, como el mismo Brasil, Francia, Panamá... Por eso, astuto, el seleccionador Shin Tae Yong recurrió a la estrategia de los dorsales. Durante un mismo entrenamiento, sus jugadores usaban camisetas con diferentes números: ahora una, al cabo de unos minutos otra, y más tarde otra. Así, quien intentara
Dice el astuto entrenador de Corea: “Es muy difícil para los occidentales diferenciar a los asiáticos”
ver quién era cada uno de ellos y en qué posición jugaría durante el partido lo tenía complicado. Tae Yong lo explicó durante una rueda de prensa: “Los jugadores llevaban los números cambiados. Es muy difícil para los occidentales diferenciar a los asiáticos”. Los únicos que no cambiaron de dorsal fueron Son Heung Min y Ki Sung Yueng, que juegan en la Premier. Supongo que, como son bastante conocidos en Europa, en estos dos casos era imposible engañar al espía.
La primera vez que viajé a África, a principios de los setenta, me sorprendió que, en Kenia y en Tanzania, en las paredes exteriores de las barberías y las tiendas de ropa hubiera dibujos coloridos de señores de raza blanca. Los blancos les resultábamos peculiares, significábamos cosmopolitismo; lo que viene de fuera siempre seduce. En todos los dibujos aparecíamos con narices larguísimas, como el Pinocho del cuento. Era lógico. Igual que en aquella época (en una Barcelona casi blanca del todo) a nosotros las narices de los negros nos parecían chafadas, a ellos nuestras narices les parecían extrañamente alargadas. En Asia pasaba algo parecido con los ojos. Todos los nuestros les parecían iguales. Y al revés. A muchos “occidentales”, como dice Tae Yong, de entrada nos cuesta diferenciar y recordar personas con rasgos asiáticos, una pega que se soluciona en cuanto convives con ellas. Ahora no confundiría nunca a las camareras del restaurante He Cheng con las del Ziqi, ni a los cocineros de esos dos sitios con los hermanos Kao del Shanghai.
El seleccionador coreano (a quien algunos acusan de racista por ese comentario) hace bien aprovechándose de esa dificultad occidental para engañar al espía de Suecia; un país donde los mediterráneos de mi juventud también nos despistábamos al principio porque la mayoría de habitantes parecían cortados por el mismo patrón: altos, rubios y con cara de no haber tomado el sol en su vida.