Acrobacia
Amedida que pasan los días y que el Gobierno de Pedro Sánchez consolida su equilibrio inestable sobre el cable por el que avanza cual acróbata, cristaliza una idea: si algo se mueve, lo hace de manera lentísima. Si se producen cambios, serán de tipo retórico. Sólo Cs parece enfebrecido. Si Albert Rivera no aplaca la ansiedad que destila después de haber perdido las condiciones ideales para el éxito, puede entrar en una fase tremendista. Y si persiste en el radicalismo, puede reducir el enorme terreno que según las encuestas está todavía en condiciones de cultivar. Puesto que el PP, sea quien sea el nuevo líder (lideresa), no ha agotado todavía el vía crucis judicial, la ansiedad de Cs puede beneficiar a Sánchez, que podría recuperar una parte del centro que Rivera había conquistado.
Si no comete ningún error (esto es: si no se mueve mucho), Sánchez está en condiciones de consolidar las expectativas que ha generado con un Gobierno que suma al triunfo de la feminidad y a una alta calificación técnica la posibilidad de iniciar un nuevo relato colectivo: menos áspero y tensionado. El PSOE, que entró años atrás en decadencia, podría ser, gracias a Sánchez, el agente regenerador que una parte considerable de los españoles reclaman, hartos de tensiones y conflictos, deseosos de sustituir el pesimismo vintage de las cuatro efes de la España de 1898 (fatalista, fiscalizadora, funesta, fracasada) por la alegría de las cuatro efes contemporáneas: futbolera, formada, femenina y federal.
Avanzando sobre el cable de acero, Sánchez tiene posibilidades de convertir su éxito azaroso y provisional en el éxito del
Sánchez consolida su equilibrio inestable sobre el cable por el que avanza cual acróbata
reformismo (sí, de ese reformismo del que todos hablan, pero que nunca llega). Sánchez necesita moverse un poco para mantener la posición, sólo un poco: si se mueve demasiado, caerá. Conclusión: no hará ninguna concesión significativa a Catalunya, y menos aún a los independentistas. No puede hacerla. Aprovechará las dos inercias negativas que el protagonismo del juez Pablo Llarena ha suscitado a fin de instrumentalizarlas a su favor. El tremendismo de la prisión le puede servir para intentar que el independentismo no sólo admita su debilidad, sino también su derrota (como ha apuntado Lluís Bassets). Sánchez acabará vendiendo como una gran concesión lo que sólo será un trato digno a unos presos severamente condenados antes del juicio. “El dolor de un hombre no debe ser más intenso de lo justo” (Juvenal, Sátiras, XIII).
Pero Sánchez, seguramente, también aprovechará la previsible negativa de los jueces alemanes a la extradición de Carles Puigdemont para modular la posición de la Fiscalía en el juicio por rebelión. Una modulación que, sin alterar la posición, dibuje una puerta de salida. La puerta del indulto (que compagina la amargura del castigo con la generosidad pacificadora).
Mientras tanto, veremos si los actores catalanes querrán o podrán transitar por el estrecho cable del equilibrista. De momento, “las lágrimas por lo perdido” (Juvenal, op. cit.) sólo alimentan otras lágrimas, pero no refrescan el gaznate durante el camino.