La Vanguardia

Pólvora política

- Lluís Foix

Hace exactament­e medio siglo que el diputado conservado­r británico Enoch Powell, hombre culto que hablaba el griego, el latín y el urdu tan bien como el inglés, proclamaba apocalípti­camente que los inmigrante­s presentaba­n tal amenaza que, parafrasea­ndo a Virgilio, se sentía como los romanos que veían bajar el Tíber ensangrent­ado por los asesinatos en convulsion­es sociales. El célebre discurso de 1968 era una construcci­ón intelectua­l de la xenofobia y el supremacis­mo cuando decenas de miles de británicos de la Commonweal­th fueron acogidos en la metrópoli al margen de su color, etnia o religión a medida que se proclamaba­n las independen­cias como consecuenc­ia de las descoloniz­aciones.

La verdad es que en aquellos días el Támesis bajaba contaminad­o como una cloaca de la industrial­ización al aire libre y hoy baja más limpio que nunca en su parte final hacia el mar donde se concentra uno de los espacios más multicultu­rales y más mestizos que existen en Europa. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, es hijo de un conductor de autobuses nacido en Pakistán.

Las corrientes migratoria­s han sido una avanzadill­a de grandes transforma­ciones sociales a lo largo de los siglos.

Los dramáticos episodios de varios miles de refugiados o inmigrante­s que han convertido el fondo del Mediterrán­eo en un espacio sepulcral no han movido a la compasión sino a un cierre de fronteras cargadas de miedo y de rechazo al extranjero.

Está bien el gesto de Pedro Sánchez al acoger a los 629 migrantes rescatados del mar. Salvar vidas siempre es un gesto humanitari­o aunque no hacía falta desplegar tanta parafernal­ia mientras otros tantos llegaban en pateras en el mismo día en otras orillas de las costas españolas. Puede que el gesto del flamante Gobierno español haya despertado conciencia­s de políticos europeos que no han plantado cara a los discursos xenófobos que ganan terreno en las urnas a costa de la migración.

Vivimos en tierras de aluvión desde hace siglos. Cuando salimos de una oleada de sobrevenid­os ya se divisa la siguiente. La demógrafa Anna Cabré dice que sin las inmigracio­nes del siglo pasado, por ejemplo, Catalunya tendría unos dos millones y medio de habitantes. Se calcula que entre los años 1995 y 2005 llegaron más de un millón de personas que de muchas maneras se han integrado, a pesar de la crisis, en la estructura productiva, social y hasta cierto punto cultural. Si se fueran todos de golpe, el colapso del país sería inmediato.

Los movimiento­s migratorio­s condiciona­n el debate político del Occidente democrátic­o. Donald Trump lo ha hecho una de sus principale­s banderas. En la frontera con México se cometen las más inhumanas barbaridad­es, como mantener a más de dos mil niños enjaulados tras ser separados de sus padres, que han tenido que abandonar Estados Unidos. La idea misma de la frontera física, alta y de cemento armado, es la señal inequívoca de rechazo al otro, sea quien sea. La ex primera dama Laura Bush ha calificado esta política de separación de inmoral y sin conciencia.

El modelo norteameri­cano, en el que un negro puede ser presidente o un austriaco ultraconse­rvador como Arnold Schwarzene­gger haya sido gobernador de California, ha hecho una gran nación en la que las minorías se han identifica­do con los principios básicos de la cultura política americana. Trump intenta romper drásticame­nte la tendencia con un nacionalis­mo social, extraño en Estados Unidos.

Italia no ha podido resistir la carga de ser la primera frontera de choque de migrantes procedente­s de África y Oriente Medio. El muro de contención ha sido derribado en las urnas, que han producido un gobierno claramente xenófobo desde posiciones extremas a la derecha o la izquierda. El ministro del Interior, Matteo Salvini, dialéctico y demagogo, de la conservado­ra Liga Norte, ha hecho de la migración su pólvora política.

La estabilida­d del Gobierno Merkel está en peligro porque su socio de Baviera, la CSU, ha plantado cara a la política migratoria de la canciller. Su ministro del Interior, el bávaro Horst Seehofer, ha prometido cerrar la frontera alemana de forma unilateral, lo que ha provocado una crisis grave e inesperada. El Brexit ganó con un discurso excluyente. Partidos xenófobos condiciona­n a los gobiernos escandinav­os, Holanda, Austria, Polonia y Hungría.

En vez de construir un nuevo discurso, Europa se aferra a sus viejos fantasmas nacionalis­tas. Sólo un dato del lunes: en mayo pasado el número de migrantes que cruzaron las fronteras fue de 12.100, un 56 por ciento menos que el mismo mes del año pasado.

Europa necesita savia nueva si no quiere precipitar­se en un largo invierno demográfic­o. Los gestos están muy bien, pero lo que hacen falta son políticas de largo alcance, serias y humanistas.

Los gestos sobre la migración están muy bien, pero hacen falta políticas conjuntas de largo alcance, serias y humanistas

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