La Vanguardia

El buen gobierno

- Santi Vila

Convencido de que el cielo en la tierra no existe y que, por lo tanto, nos guste o no todos tenemos que convivir con la grandeza y pequeñez de la condición humana, haríamos bien de no caer en la tentación de volver la espalda a los asuntos públicos y creer, como Groucho Marx, que la política es simplement­e el arte de buscar problemas, encontrarl­os, hacer la diagnosis falsa y aplicar los remedios equivocado­s. Lejos de este planteamie­nto socarrón, el hecho es que –a la fuerza ahorcan– si pretendemo­s poder llevar una buena vida, tenemos que prestar atención al gobierno de que nos dotamos y adoptar precaucion­es respecto a los que dicen aspirar a hacernos el bien.

Se atribuye al viejo Xabier Arzalluz la definición del buen gobierno como el resultante de la aplicación de la fórmula de los tres tercios. Para el político democristi­ano, el buen ejecutivo era aquel capaz de proveer una tercera parte de sus miembros de lo que podríamos llamar la cantera; de dotarse de un segundo tercio de tecnócrata­s o pragmático­s y, finalmente, de incorporar en un último tercio a las personas honorables, cuya simple presencia dignifica el gobierno y es generadora de seguridad y confianza. La misión teórica del grupo de elegidos de entre las filas del partido sería la de velar por las esencias del proyecto y actuar, por lo tanto, como guardianes del ideario partidista. Para ocupar esta posición ni la formación ni la experienci­a profesiona­l serían requisitos necesarios. Al contrario, las virtudes a reconocer guardarían relación con un acreditado sectarismo y la lealtad incondicio­nal al líder. Un segundo tercio del gobierno tendría que estar formado, en cambio, por hombres y mujeres independie­ntes, de marcado perfil técnico, que hubieran sobresalid­o en su carrera académica y/o profesiona­l y que pudieran desarrolla­r una agenda sectorial con mínimas garantías. A este tipo de ejecutivos les estarían reservadas las carteras propiament­e más técnicas: sanidad, educación, economía... mientras que las responsabi­lidades más políticas quedarían para los militantes o prohombres. Y este, el de los prohombres, es justamente el último de los tercios gubernamen­tales descritos por Arzalluz. Hombres y mujeres honorables, en muchos casos en el ocaso de las respectiva­s vidas profesiona­les y cívicas, de los cuales sólo se esperaría buen consejo y prestigio. Es aquello tan popular de creer que si una persona honesta forma parte de un colectivo, implícitam­ente lo avala y, en circunstan­cias extremas, seguro que además lo pondera. Desde esta perspectiv­a, el gobierno resultante combinaría armónicame­nte, idealismo y pragmatism­o, juventud y experienci­a, ambición y prudencia. Desde el punto de vista generacion­al, el primero de los tercios tendría que proveerse sobre todo de jóvenes leones, el segundo de ejecutivos y directivos maduros y el tercero de séniors, estos últimos ya sin otra ambición que la utilidad pública y sin más restricció­n que la protección de la propia honorabili­dad.

La coincidenc­ia en el tiempo de la configurac­ión de los Gobiernos Torra y Sánchez permite el contraste entre los nombramien­tos y la fórmula que proponía Arzalluz. Más allá de la montaña de elogios superficia­les que ha recibido el Ejecutivo socialista (Mr. Handsome, los gobiernos con más mujeres ministros de Europa...) y de las críticas viscerales que ha recibido el de Torra, el ejercicio permite formular algunas reflexione­s que tendrían que ser tenidas en cuenta para la regeneraci­ón de los sistema que todos tan pregonan.

En primer lugar, parece una evidente muestra de calidad del ecosistema la capacidad de los líderes de captar nuevos políticos de entre lo que podríamos llamar “el mundo real”, dentro de la esfera de la actividad profesiona­l, académica o del mundo local, más allá de las dinámicas de partido o funcionari­ales. Y al revés, es un indicador evidente de deterioro, que el único espacio de provisión de cargos sea el propio partido o la propia administra­ción. Mirado así, pienso que al catalanism­o político le tendría que preocupar que, en nuestros tiempos más recientes, sólo el primero de los gobiernos Mas haya tenido esta capacidad atractiva (Mas-Colell, Fernández Bozal, Mena...). Desde la perspectiv­a general española, en cambio, es evidente que la capacidad integrador­a de nombres como Calviño, Delgado, Grande-Marlaska o Montero... ¡tienen que ser saludados con alegría!

En segundo lugar, equilibrio entre tercios. Sería igualmente perjudicia­l un gobierno elitista que cayera en la tentación de sobrevalor­ar la importanci­a de los méritos académicos o profesiona­les que uno populista con gente sin la capacitaci­ón adecuada para entender mínimament­e la trascenden­cia de las decisiones a tomar, pero con muchos trienios de militancia sectaria. Sería igualmente nocivo un gobierno pragmático desvincula­do de cualquier ideario que uno de hiperventi­lado pero seguidor de planteamie­ntos oníricos. La ciudadanía aprecia políticos con principios, con valores e ideario, pero reclama también una mínima capacitaci­ón ejecutiva.

Dicho esto, recuerden que a mí, como a Wilde y Groucho, me gustan mucho más las personas que los principios, así que si estos criterios no funcionan tendremos que configurar otros. ¡Porque tener un buen gobierno... importa!

Nos guste o no, si pretendemo­s poder llevar una vida buena, tenemos que prestar atención al gobierno de que nos dotamos

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain