La Vanguardia

El día que fui Nieves Álvarez

- EL RUNRÚN Joana Bonet

Has cambiado de nombre?” me escribió mi amigo Carles Sans el pasado sábado. Aún no había abierto el periódico; la mañana echada a suertes entre Mansfield Park, de Jane Austen, y Una noche con Sabrina Love, de Pedro Mairal. No suelo leer lo que escribo cuando se publica, porque en verdad no es una quien sostiene la columna, sino la columna la que te sostiene. Pensé que se habría caído la a del nombre de pila: Joan, lo que puede convertirm­e en un hombre catalán y una habitante de los Hamptons al tiempo. O quizá se habría alterado la o por una u ; ya pocas veces ocurre, pero aprendí a tragar quina con esa Juana castellana de quien me liberé tras la muerte de Franco. Sans, siempre dispuesto al chiste, me mandó la foto por WhatsApp acompañada de los pertinente­s emojis llorando de risa. Y, oh albricias, mi artículo publicado en este periódico estaba firmado con otro nombre, el de la modelo Nieves Álvarez, de quien me separan veinte centímetro­s de altura y varios metros de belleza.

Caramba, pensé, doce años en esta plaza picando tecla de sol a sol y me ponen el nombre de un bellezón; cuán generosos han sido los duendes de la imprenta en disimular mi metro sesenta y mis dieciséis apellidos catalanes. Entonces, le hice una súplica al jefe: “Para la próxima me pido Cindy Crawford, mi modelo preferida, de mi misma añada y con más mala leche que Nieves, que es una criatura angelical”.

Cuando te cambian el nombre, no aprecias el sabor de la errata, sino que te sientes un error en sí mismo. Nos pasa a menudo al saludar: conocemos la cara pero no el nombre. Si se trata de una persona perspicaz, te dice “que soy Josefina…”, y

Cuando te cambian el nombre, no aprecias el sabor de la errata, sino que te sientes un error en sí mismo

respiras. A veces probamos: “Hola, Ana. ¡Ay, perdona, me he confundido con fulanita!”. También recurrimos a aquello de “mejor os presentáis vosotros”, con maneras de publicista.

En una ocasión, a la artista Olga Andrino, en un pie de foto de la revista Hola! , la llamaron María José, a secas, porque sí; acaso les pareció que tenía cara de María José, dijo ella. Un año después, en este mismo periódico, los duendes le cambiaron la primera vocal del apellido para rebautizar­la como el arbusto espinoso de la familia de las rosáceas. Aquella mañana recibió varios mensajes que jocosament­e la saludaban como Endrino. Hablamos entonces de la pérdida de la firma y la levedad del ser.

Lo de Juanjo Millás y la Wikipedia fue mucho más fabulador: la encicloped­ia colaborati­va le acreditó en su página un divorcio de Carmen Laforet para, saliendo del armario, casarse con Sándor Márai. Ni rastro de Isabel Menéndez, su mujer real; más de treinta años juntos borrados en un clic. A partir de ahora, cada vez que me deprima recordaré el día en que fui Nieves Álvarez y me sentí un ángel en la tierra.

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